Título original: The Embedding
Traducción: Carlos Abreu
Idioma original: Inglés
Año: 1973
Editorial: Gigamesh (2019)
Género: Novela (ciencia ficción)
No cabe, eso ahí no cabe.
Empezaré la reseña con una advertencia: sáltense este párrafo si no les conviene o tienen hambre en este preciso momento. Esto es una alegoría. Repito, es una alegoría, no se asusten, no soy el hermano (más) inadaptado de Arguiñano. Voy, lo casco: Incrustados es un plato de huevos rellenos. ¡Toma ya! Y por qué esto, pues porque la chicha de la historia va de apretar hasta sus límites las tuercas al lenguaje, de meter en donde en apariencia cabe solo una lata de atún dos, tres y las que se encarten. De verdad que no me he vuelto loco, aunque no me extrañaría que tras leer esta novela ciertas obsesiones lingüísticas se hubieran asentado en mi vida hasta malearla sin remisión. Tiene que ser muy cómodo eso de percibir directamente la realidad, sin mediadores. Y cuál es el mayor mediador que los comedores de huevos rellenos tenemos, pues las palabritas, que no se las lleva el viento, que las de este libro pesan mucho y desencadenarán, eso espero, reacciones variadas.
Paso ya al inicio (algo más) serio de este artículo sobre Incrustados. En primer lugar quería señalar que como lector agradezco que se recuperen obras que de otra forma se quedarían en el más absoluto limbo. Vaya entonces, de mi parte, la felicitación a la editorial Gigamesh por su osadía un poco descerebrada. Ojalá la apuesta les salga bien y nos sigan trayendo estos libros que en apariencia llevan la desgracia comercial aparejada.
Y es que esta historia tiene mucha densidad para los tiempos que corren, tiene un estilo muy personal para los tiempos que corren y un desarrollo demasiado lento para los tiempos que corren. Esto hace que sea digna de ser atendida y que los tiempos, si tanta prisa tienen, que sigan corriendo hasta que se les salgan los higadillos por las orejas.
Empezaremos por el estilo que se gasta el señor Watson y que parece más que respetado por Carlos Abreu, el traductor. En Incrustados nos topamos con una prosa con densidad semántica (ojo a como contribuye esta viscosidad a crear ambiente en los pasajes de la jungla brasileña), con profusión de imágenes vivaces y significativas. Todo parece bajo control del autor, al servicio de la expresividad, no siempre de la claridad. No os asustéis, no es una novela complicada de leer, pero en algunos momentos sí que podéis tener la sensación de estar en una reunión en la que no se os echa ni puñetera cuenta.
Habrá deslenguados que digan que este avance de caracol con pachorra entorpece el ritmo y la lectura. Yo digo que los ritmos no vertiginosos también son rumbosos (se me disculpe la asonancia), pertinentes y placenteros. Tenemos el paladar algo infantilizado y blandurrio. Caer en lo accesorio, en lo fútil, es mortal para una narración; pero eso no es lo que sucede en Incrustados. El detalle no es sinónimo de vacuidad o pesadez.
Tres patas tenía mi banco
Los triángulos están muy presentes en esta novela que podría definirse de muchas formas: de encuentros con otras inteligencias, de lingüística ficción, de amores tórridos fuera de plano, de drogueteo con una naturalidad que a uno le entran ganas de pedir un poco de esa mandanga o, para mí el plano que más destaca, de la más absoluta estulticia del género humano que se empeña en pelearse hasta con el gato por mantener intactos sus espurios intereses.
Hay triángulos amorosos, investigadores, censores… En una novela tan alucinógena como esta enseguida noté esas presencias y me dio por ahí, por contar situaciones con tres vértices. Esta triangulación está muy relacionada con un brillante arranque de novela en el que se nos anticipa con habilidad que la vida es complicada, que está llena de diatribas y decisiones y que, además, siempre puede ir a peor. Se nos insta a estar bien atentos porque hay mucho que descubrir y desenredar.
Incrustados parece una novela con raíces políticas. Crítica con el capitalismo y su proverbial voracidad, se lee con asombro en nuestra realidad actual en la que ya apenas quedan pedazos que morder casi cincuenta años después de la primera edición de esta obra. Indirectamente también se trata el colonialismo y la tendencia del humano instalado en una posición de poder a olvidarse de que su carne arde igual que la de los que está mandando a la hoguera. Personalmente agradezco mucho que se nos haga sentir y pensar, no solo que se nos sorprenda o entretenga; creo que el compromiso con la verdad y ese punto visionario de orate peligroso siempre aportan profundidad e interés a las buenas historias de género.
—Existe una jerarquía de la luz, Charlie. Nosotros usamos la electricidad para alumbrarnos; nuestros subalternos, queroseno, y sus subalternos, madera y la luz de las estrellas.
Otro aspecto central de la obra es la incidencia de la teoría chomskiana sobre las gramáticas universales. En concreto el afán que se pone en superar a Chomsky. En la trama de la novela se quiere forzar sus límites en un trasunto de esas historias en las que los intereses ocultos se alinean para empujar al científico atormentado a saltarse a la torera todas las cuestiones éticas. Bueno, a nuestros protagonistas tampoco parece que haya que forzarlos mucho a buscar esas fronteras del conocimiento. Cueste lo que cueste parece ser el lema de su hermandad. Digamos que todo empieza con ese cliché del sabio torturado, pero aquí los sabios van un poco pasaditos de rosca.
Lo que no se ve pero se siente
Volvamos a las variantes técnicas que ofrece Incrustados. Tenemos, además de lo dicho más arriba sobre el ritmo, que el narrador es múltiple. Tan pronto estamos siguiendo a una primera persona en sus correrías como se nos presenta una voz que todo lo sabe para hablarnos de lo divino, lo humano y lo extraterreno. Las transiciones entre voces son lógicas y no disturban la lectura en ningún momento; es más, le dan variedad y ayudan a pasar los momentos más abstrusos de la novela.
También tiene un papel capital en la historia lo poético. Como camino exploratorio, como descubrimiento liberador de que hay otras vías y otras razones, razón poética como decía María Zambrano.
En ese momento, con igual habilidad, conducía Pierre por la jungla anegada, de la que las hormigas huían como refugiadas y en la que los jabalíes chapoteaban y gruñían, las mariposas revoloteaban en nubes de colores y los jejenes descendían formando humaredas punzantes cuya estela lamía el hocico de los caimanes.
Contemplación sin juicio, paisajes y descripciones también forman parte de Incrustados; y se alternan con registros más secos, cínicos o dialogales. Esta pluralidad que me fascina también me parece uno de los puntos que hacen que merezca la pena entrar en esta novela.
Hay peros, siempre los hay. En lo técnico quizás las últimas cincuenta o sesenta páginas son un poco aceleradas con respecto a los que veníamos leyendo. Los mismos capítulos son más breves y se pueden sentir dos cosas: alivio, si no te está gustando mucho el arrastrar de pies que hasta aquí llevaban los personajes; o algo de extrañeza por este cambio sin anuncio. Quizás no sea tanto un defecto como otra virguería técnica. Sea como sea, destaca y despierta al lector cuando va llegando hacia el final, porque lo obliga a trotar, a estar atento, pues la narración se aligera e, incluso, se hace algo fraccionaria.
En definitiva, se puede entrar en esta novela desde muchos ángulos. Es una obra ética y crítica que se plantea los límites de la ciencia y de la propia humanidad, que no deja en buen lugar a los avaros y a los que se sientan en los sillones donde parece decidirse el futuro del planeta. La decepción y la vergüenza ajena son parte importante del impacto que esta historia tendrá sobre el lector. Se lee Incrustados como un inventario de oportunidades perdidas, como un listado de incongruencias que hablan muy mal del tecnificado ser humano.
Compleja por momentos, teñida de política hasta las cejas, y de ciencia, claro, —no os apuréis que vais a tener mucho de esto también— magnificada por cómo Watson la hace contrastar con asuntos alejados del sacro racionalismo occidental. Hay muchos caminos para saber y descubrir, algunos muy tortuosos.
Terminé la novela con una sensación extraña de estupor y amenaza. ¿Qué ha pasado?, me preguntaba, ¿de verdad somos así? Lo que se sale del canon actual siempre trae alegrías y creo que tal es el caso de esta suculenta lectura. Suerte con el relleno de las palabras.
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Foto de thesonsgrace en Pixabay