Año: 2016
Editorial: Aloha!
Género: Relato
Coordinadora: Adriana Bañares
No hacía falta ser tan mala
Gracias a la iniciativa #LeoAutorasOct, octubre se está convirtiendo en el mes de las autoras. Esta iniciativa surgió de un grupo de tuiteras que, como modo de protesta por la poca cantidad de autoras que se suele leer, y para reivindicar el papel de las escritoras, decidieron dedicar este mes solo a leer, comentar y reseñar a mujeres. Hay más información en su web. Para una revista online como Libros Prohibidos es muy complicado dedicarnos por entero a una sola temática, y más con la celebración de los Premios Guillermo de Baskerville 2017 en marcha, pero sí que estamos poniendo nuestro granito de arena con, además de este post que ahora leéis, este reportaje sobre la activista Angela Davis y esta crítica de una novela de Susanna Clarke. Además, yo mismo a título personal solo voy a publicar sobre escritoras a lo largo de este mes. Y guardo alguna que otra sorpresa…
Como reza la contraportada de She was so bad, la mujer es marginada también en los terrenos marginales. Por eso mismo nace esta colección de relatos, para dar visibilidad a autoras de gran calidad en temáticas y géneros que no por ser alternativos están abiertos a las mujeres como creadoras. En esta antología encontramos relatos que podríamos denominar como pulp, un género también copado por escritores masculinos. Pero también hay escarceos con otro tipo de subgéneros que van desde la ciencia ficción al terror, pasando, cómo no, por la fantasía. Las voces elegidas son todavía más variadas, encontrándonos con poesía, narrativa pura y dura, o realismo sucio. Parece claro que la premisa principal es darle voz a autoras, pero el límite es el cielo.
Además del toque pulp, agresivo y transgresor que impregna toda la obra, nos encontramos con un punto de vista feminista, algo bastante común en este tipo de obras por norma general. Hay un ímpetu por cambiar las tornas, por aplicar justicia en el campo de la violencia, terreno especialmente copado por hombres. No hay intención de cambiar las cosas, sino de aplicar las mismas reglas a aquellos personajes típicamente ejecutores. Nos encontramos con abusos, asesinatos, torturas y violaciones, sí, pero ningún daño queda impune. Personalmente, no creo que esta sea la mejor forma de solventar el problema de la violencia provocada por exceso de testosterona, pero, oye, no está mal para variar.
Yo te escuchaba mientras cebaba mi matecito. Así te aguanté yo. Están los que cuentan hasta diez, los que cuentan ovejitas y los que ceban el mate despacito. Pero debía de haberlo sabido. Así que de bar, de pucho y de perfume llegabas a casa. Del laburo, ahora sí, del laburo. Pero no era un lugar para mí, no… yo que era tan santa, casi como tu madre. Cuando amenacé con pegarte una patada, me trajiste flores y bombones. Qué boluda fui. Flores, me trajiste. Y tu disposición duró tanto como ellas. («Gotán», de Lucy Leite)
Voy a hablar más adelante de la calidad de los relatos que, pese a ser tantos y de tantas autoras —22—, se mantiene a un nivel muy alto durante todos los cortes, cosa que me tiene maravillado. Pero antes de eso, tengo una pega que poner a algunos de los cuentos. Esta es que, en ocasiones, como imitación a otras obras pulp, o para parecer más yanqui, algunos relatos están ambientados en Estados Unidos. Francamente, me suena cateto cuando algo escrito por alguien español pretende pasar por escrito por un yanqui. Me suena más a postureo que a otra cosa; es poco real, impostado, y me saca completamente de la historia. Al igual que al contrario, me parece mucho más fresco, original e interesante que quien escribe se exprese con sus propias palabras y hable de algo más cercano. Esto no significa que los autores deban escribir solo sobre su país, pero se suele notar cuando adoptan estilos o temáticas que no son las suyas. Chirría. Por suerte, no es la tónica general en She was so bad.
Y, sí, la calidad por centímetro cuadrado en esta antología es muy alta, tanto que es difícil de comprender. No solo estoy hablando de estilo —que también—, sino de experimentación con las formas, la narración y el lenguaje. Me atrevo a ir un poco más allá, los cortes de esta obra también experimentan con temáticas complejas muy en boga hoy en día: roles de género, igualdad, sociología, política. Me parece muy importante que estas autoras hayan aprovechado la oportunidad para alzar su crítica de una forma tan fresca, tan rompedora, tan experimental.
Carolina sabe que nunca va a estar sola porque conoce el sonido de la melodía del mundo. Suena a Chinese Man a 120 kilómetros por hora. Suena al motor del BMW de Philippe pasando de primera a segundo incorporándose a la E-15 desde la estación de servicio del kilómetro 134. Suena a una calada del cigarrillo que se consume en los labios de Philippe. Philippe le besa los dedos. Carolina sabe que nunca más le volverá a ver.
Philippe esconde un secreto y Carolina no necesita saber cuál es. («El hombre de la camiseta de Jimi Hendrix», de Tania Panés)
They were so bad
Paso a mencionar aquellos cortes que me han parecido excepcionales. Es complicado resaltar entre tanto buen cuento —creo que el que menos me ha gustado está fácilmente por encima de la media de lo que suelo leer—, pero es que los que voy a mencionar son una locura. Empezamos por «Subasta», de María Fernanda Ampuero, la historia de un secuestro que no sale como los bandidos esperaban. Su hiperrealismo descarnado hace más atroz un relato en el que hay cambios de tiempo y lugar, pero donde es imposible perder el hilo. Cuando lo terminé pensé que habían puesto muy pronto el mejor cuento y que iba a ser imposible andarle cerca, pero entonces me di de bruces con «El hombre de la camiseta de Jimi Hendrix», de Tania Panés. Es un cambio de registro absoluto con respecto al mencionado antes, una historia que podría estar ocurriendo cincuenta veces en este mismo instante, pero narrada de una forma que la hace mágica, única. Un estilo sosegado, sincero, sin grandes e innecesarios alardes, nostálgico. Maravilloso.
Pero cuando uno acude a She was so bad busca cosas bestias, brutales, que te saquen las entrañas y te dejen vuelto de dentro para fuera. Es el momento de hablar de «Como un hombre», de So Blonde. Una historia contada de una forma exquisita pese a ser cruel y desagradable a más no poder. Aunque exagerada, es la muestra perfecta de la lucha constante de ser mujer en un mundo de hombres. Y no quiero olvidarme de «Gotán», de Lucy Leite, cuento que cierra la antología y lo hace por todo lo alto. Contado en segunda persona, cáustico, canino, duro, desarrollado a la perfección en tres simples páginas. Te deja con la sensación de acabo de leerme un librazo.
El ruido de la corriente amortiguaba su respiración y sus gemidos de placer y dolor mientras se tocaban, se mordían y se besaban debajo del mundo que conocían, rodeados de basura, suciedad y podredumbre. Lejos de miradas indiscretas que aplauden la guerra y condenan el sexo. Habían aparcado a un lado su humanidad, se habían vuelto animales. («Sewers», de Noelia Montalbán)
Para finalizar, quisiera hacer mención especial a «Maybe I just write pulp», el poema de Carmen del Río Bravo que abre la colección, «Esconde un cadáver», de Sylvia Ortega; «El regalo» de Marah Villaverde; «Fibroma», de nuestra querida compañera Alicia Sánchez Martínez; «Tenebrácula» de Isabel G. Gamero; «La idea de volver», de Emily Roberts; «Aniridia» de Silvia Hidalgo; «Excursión», de Lola Robles y «La huida», de Anabel Gabaldón Hita. Y paro ya porque si no voy a ponerlos todos. Lo mejor es que la calidad queda fuera de cualquier duda y que son tantos relatos que hay para todos los gustos. Eso sí, absténganse remilgados/as.
She was so bad, qué falta hacías.