Esta reseña se adhiere a la iniciativa #leeorgullo, que busca visibilizar a los autores del colectivo LGTB y los textos que traten del mismo durante el mes de junio de 2019.
Título completo: Empotradoras. Una antología de erótica fantástica
Año: 2019
Editorial: Autopublicado
Género: Libro de relatos (fantasía/erótica)
Coordinadoras: Virginia Buedo y Alister Mairon
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
Mosaico caleidoscópico y sexy
Por fin le toca el turno a Empotradoras, antología de relatos surgida de un concurso organizado por las escritoras Virginia Buedo y Alister Mairon y publicado gracias a una exitosa campaña de crowdfunding en la que tuve el gusto de participar. La temática común de la colección es la fantasía erótica, subgénero del que apenas he leído en mi vida y que me causaba cierta curiosidad. Además, que no se me olvide, debido a la la temática de todos los relatos, esta reseña entra en la iniciativa #LeeOrgullo para dar visibilidad a obras con componentes LGTBI+ en la que participa Libros Prohibidos.
En mi opinión no hay géneros buenos o malos, sino buenos o malos libros. Es una idea que, al parecer, comparto con las organizadoras de esta antología, que buscaban rescatar textos de calidad en un subgénero bastante denostado. Han tenido tan buen ojo como buen gusto a la hora de seleccionar los textos, porque, a mi entender, en la mayoría de estos destaca la calidad del relato en sí. No se han conformado con ir a por el que muestre las prácticas más bestias, sino a por las mejores historias, las más interesantes y las mejor contadas. Y ya, aprovecho para dejaros a continuación un pequeño manifiesto sobre literatura erótica aplicable a casi cualquier subgénero.
¿Por qué las pelis porno son una basura —sobre todo— narrativamente hablando? Porque no pretenden contar nada, solo van a lo que van. Son todas iguales y si alguna destaca —por llamarlo de alguna manera— se debe a los actores que aparezcan. Bien, a efectos de interés, la mala literatura erótica no se diferencia del porno. Aquellos relatos donde se muestra un poco de contexto y se pasa inmediatamente al grano son previsibles, aburridos y prescindibles. Un buen relato erótico no está centrado en el sexo en sí, sino en lo que lo rodea. El sexo puede incluso no hacer aparición y seguir consiguiendo su objetivo. Y si aparece, no tiene por qué tener un papel predominante en lo que ocurre. El que para mí es el ejemplo perfecto de esto sigue siendo Diez variaciones sobre el amor, de Teresa P. Mira de Echevarría. Por suerte, la inmensa mayoría de relatos contenidos en Empotradoras obedecen a esta ley, y tanto que me alegra.
Antes de ponerme en serio a hablar de los cuentos uno por uno, tengo que destacar el efecto caleidoscópico de la colección. Suele ocurrir en los libros salidos de un concurso que, pese al hilo temático común, existe una gran variedad. Y es que casi ningún relato en Empotradoras se parece a los demás. Es un mosaico formado por piezas de toda forma, tamaño y color, pero que visto en conjunto tiene sentido. Y resulta MUY bonito. Otra cosa con respecto a la variedad: la importancia de todo tipo de formas de amor: lésbico, gay, bisexual, heterosexual, poliamoroso, cibernético, paranormal… Que conste que no era un requerimiento que fuera LGTBI+, pero así salió y, oye, el resultado ha sido notable.
Diez historias empotradoras
Empezamos por el principio, esto es, «Sanctum Mortis», de Leticia S. Murga, que es uno de los, para mí, más flojos. No es que esté mal escrito, no es así, pero todo el relato se centra en el acto sexual en sí y, como ya dije antes, esto me resulta poco interesante.
El siguiente es «Gran Hotel Kungenjö», de Mª José Ceruti. Aquí el sexo también es el tema principal, pero es llevado de una forma elegante —y sexy—. Consigue atrapar la atención del lector de una forma sutil aunque se pase en ocasiones de explícito.
Le sigue «Estudiante de intercambio», que trata el ya visto pero siempre interesante tema del robot que se enamora. De nuevo, el sexo articula la historia, pero la autora consigue que los hechos en sí se lleven los focos. Es un poquito demasiado facilón para mi gusto, pero tiene un giro final que funciona a las mil maravillas.
«Quédate», de Cris Melgosa, encierra una historia muy interesante, aunque para mi gusto pierde demasiada energía centrándose en la relación entre las protagonistas y en cómo se folla la una a la otra. El desenlace es moderadamente satisfactorio y te deja un poco con las ganas.
Con «El jardín y las tierras negras», de Gloria T. Dauden, llega uno de mis tres favoritos. Aquí el amor y el sexo son tan libres que ni siquiera se diferencian géneros, lo que me parece maravilloso. La autora nos ofrece una narración preciosista y construye una alegoría del fin del mundo para disfrutar con los cinco sentidos. También creo que es el cuento que mejor introduce la sexualidad, ya que consigue su objetivo sin ni siquiera mostrar humanos, sino plantas. Muy sutil, íntimo y sensible.
Nos quedamos dormidas después y durante largo rato permanecemos en un ovillo de pétalos, lianas y hojas. Somos una única flor. Una flor que sueña con la semilla y el árbol, con la muerte definitiva del Jardín y de sus antiguas compañeras: con el renacer de las tierras negras gracias a las cenizas fértiles de ese sacrificio. La vida nace de la muerte y el proceso continúa.
El número seis es «Soy feliz con lo que tenemos», de Yaiza Carrasco. El punto fuerte aquí es el sexo con fantasmas, una premisa de lo más interesante, aunque se lía un poco en las formas y no consigue que la historia dé de sí todo lo que podría.
«Crimen Magiae», de Manuel Ortíz es otro miembro de mi podio particular. Con un aire a la genial La ladrona de tomates, nos encontramos con un relato muy bien escrito, divertido y redondo. La trama va creciendo en torno a una tensión sexual notablemente construida.
—¿Y qué pasó? Si se puede preguntar, claro —añado de inmediato.
—Que se enamoró y pasamos a ser amigas a secas, de las que se ven en la boda de unos duendes o en el bautizo de una ninfa. O de las que se intercambian aprendices. Aunque no me importaría quedar alguna vez para rememorar viejos tiempos, no sé si me entiendes. —Claro que lo entiendo. Ese guiño, ese codazo y esa patada en la espinilla han sido completamente innecesarios—.
El siguiente, «Aceptación», de Ana Morán Infesta, me dejó un poco frío. Toda la historia parece una excusa para sacar adelante varias escenas de sexo explícito. Eso lo hace muy bien.
El último de mis tres favoritos es «Extracciones», de mi compi en Libros Prohibidos, Coral Carracedo. La autora opta por meter una escena muy bestia al principio para ir desarrollando después el relato poco a poco. Con una conseguida estética postcyberpunk, me parece el más sexy de todos. Llevado con buen pulso y maestría. Ole.
Rodamos como podemos sobre la cama para tomar aire y disfrutar de la paz mental tras el orgasmo. Julio nos coge de las manos y nos besa el dorso a ambos. Cuando siento que las piernas no son gelatina me arrastro y le doy un largo y profundo beso.
Empotradoras finaliza con «Un conjuro muy sabroso», de Celia Añó, un relato divertido, fresquito, resultón, que aprovecha al máximo sus posibilidades. Es un juego en sí y para el lector. Y mola.
Antes de acabar, me gustaría mencionar que Empotradoras viene acompañado de las ilustraciones de la genial Gemma Martínez que, además de la portada, ha realizado un dibujo para cada uno de las diez narraciones. Un motivo más para hacerse con esta antología.
Hazte con un ejemplar de Empotradoras aquí.
¿Quieres conocer más antologías de relatos picantes? Hazte mecenas de Libros Prohibidos para que podamos seguir con nuestra labor sin recurrir a publicidad. Sorteamos todos los meses UN EJEMPLAR EN PAPEL de nuestros libros favoritos entre nuestros mecenas.
Y si quieres conocer más sobre nosotros y estar al tanto de todas nuestras publicaciones y novedades, apúntate a nuestra maravillosa lista de correo.
Síguenos en Facebook, Twitter e Instagram.
Fotos: Juliette F. Unsplash