—Mañana te cambian. —Ginebra era una lámpara sofisticada y de diseño, pero nada refinada cuando hablaba. Lucía agitó nerviosa su filamento interno antes de contestar.
—¿Ah, sí? ¿Por qué dices eso?
—Por la caja de bombillas nuevas de bajo consumo que hay encima del aparador —Ginebra quiso señalar, pero sus formas eran redondas y perfectamente simétricas, como la obra de un alfarero, y sólo pudo hacer un ligero ademán con el cable.
—Sí, ya veo —respondió Lucía—. Bueno, hay que dar paso a las nuevas generaciones, vienen mucho mejor preparadas y son más eficientes, desde luego. Pero, vaya, creía que al menos me dejarían hasta que me fundiera.
—Pues parece que no. ¿Qué piensas hacer?
Lucía sintió un mareo, como si se le aflojara la rosca del casquillo, y quedó callada y pensativa. Estaba triste pero, por otro lado, llevaba muchas horas de funcionamiento y le vendría bien un cambio de aires. Ginebra, al no escuchar respuesta inmediata de la bombilla, continuó hablando.
—Quizá te pongan en la terraza o en el trastero. O a lo mejor te fundes mañana mismo.
Lucía no quería tener que acomodarse a un nuevo destino desalentador. ¡Aún se mantenía en forma! ¿Qué podía hacer? Se encontró de pronto pensando en su final. La solución fácil para las bombillas que ya no quieren seguir luciendo era desenroscarse del casquillo. Con solo aflojarse un poquito, el contacto eléctrico se vuelve intermitente y eso casi siempre provoca la ruptura del filamento, a veces incluso la explosión de la ampolla de cristal. Si no, la bombilla puede continuar aflojándose vuelta tras vuelta hasta quedar suelta, caer y hacerse pedazos contra el suelo.
Pero Lucía no era de esas bombillas que se resignaban. Tenía muchas ganas de lucir, sí, aún le quedaba mucho brillo por delante. Tal era su determinación que hizo algo impensable para una bombilla; algunos dirían que una locura, otros que una transgresión inadmisible de las normas del mundo de la iluminación.
Se enroscó aún más sobre su casquillo.
Se apretó hacia arriba girando sobre sí misma en el sentido de las agujas del reloj. Notó un ligero afianzamiento. Sin duda estaba sujeta con toda fijeza al casquillo de la lámpara y no corría peligro de caer ni de fundirse por un mal contacto eléctrico. Pero Lucía no se detuvo ahí. Siguió enroscándose hacia adentro, ascendiendo vuelta tras vuelta, con tal empeño que incluso las leyes de la lógica se retorcieron a su alrededor y sucedió que, de súbito, la bombilla en su totalidad se introdujo casquillo adentro. Tras una última vuelta, la lámpara Ginebra notó cómo Lucía sencillamente desaparecía, como si hubiera atravesado una puerta hacia algún otro lugar.
Lucía se sintió flotar, desorientada, sin saber muy bien dónde ubicar arriba y abajo. Había pasado toda su vida sujeta a una lámpara, con un concepto muy claro de techo, de suelo y de esa línea vertical que los unía. La nueva sensación de libertad le producía vértigo.
Se dedicó a vagar por aquel limbo. Cada vez se encontraba más a gusto. Tras unos minutos, divisó un grupo de bombillas que se desplazaban como un pelotón ciclista hacia algún destino determinado. Se acercó al grupo para saludar, pero todas parecían ir con prisa y no se detuvieron.
—Hola —dijo una voz—, soy Phil.
Lucía se giró y se encontró con una bombilla plantada allí mismo. Desde luego, no pertenecía al grupo tan apresurado que acababa de pasar: esta era mucho más antigua, su diseño evocaba los años setenta.
—¡Hola! Yo me llamo Lucía —emitió una luz cálida a modo de sonrisa. Phil comenzó a moverse con calma alrededor de Lucía, parecía estudiarla.
—Mmm, nueva por aquí, ¿verdad? —Phil se detuvo para escuchar la respuesta.
—Sí, acabo de llegar… hace solo unos minutos estaba colgada de Ginebra, mi lámpara. A decir verdad, me encuentro bastante perdida —confesó.
—¡Oh! Desde luego, ¡bienvenida al mundo de más-allá-del-casquillo! —Phil se curvó como en una reverencia. Lucía no sabía que ese movimiento fuera posible para una bombilla, pero sospechaba que en aquel mundo nada era como lo que había conocido hasta entonces. —Tendrás muchas preguntas, si puedo ayudarte, aquí me tienes —se ofreció Phil.
—¡Gracias! Vaya, muy amable, por un momento pensé que en este mundo todas las bombillas eran tan antipáticas como el grupo que acaba de pasar.
—¿Ese grupo? Bah, no las culpes —dijo Phil, quitándole importancia al asunto—, son también bombillas muy nuevas aquí, y se han enterado de que en la Escuela de Negocios de la ciudad está a punto de comenzar un brainstorming.
—¿Escuela de Negocios? ¿Ciudad? ¿Aquí?
—Ehm, ¡sí! —dudó Phil— no aquí exactamente. Verás, estamos conectados con el mundo del que provienes, ¿sabes?, el que llamamos Mundo del Casquillo, el que tú considerarás todavía el mundo real, y donde se encuentra la Escuela de Negocios. Las bombillas novatas simplemente se asomarán allí, por si hacen falta.
—¿Falta para qué?
—¡Para generar ideas, por supuesto! —Phil brilló en un abanico multicolor, dando a entender que aquello era lo más maravilloso que pudiera suceder —¡Oh, claro! Disculpa, tú acabas de llegar, aún no has ayudado a generar ninguna idea.
—Supongo que no —titubeó Lucía.
—No te preocupes, será un placer enseñarte —añadió inmediatamente Phil—, solo hay que conectar con una persona, iluminar sus pensamientos y, si tiene la mente abierta, surgirá una idea y entonces tú comenzarás a brillar de una forma especial, como nunca lo has hecho antes —Phil pareció caer en una agradable ensoñación, como si tan solo evocar sensación de generar una idea resultara inmensamente placentero.
—¿Vamos entonces hacia la Escuela de Negocios? —preguntó Lucía, curiosa.
—No, no, no, dejemos eso para las bombillas novatas —Phil se aproximó tanto a Lucía que sus ampollas se rozaron, y entonces susurró—. Te propongo asomarte al Mundo del Casquillo, tu mundo real, por un lugar mucho más interesante. Ven.
Condujo a Lucía hasta un primer plano que las acercaba tanto al mundo real que casi tuvieron la sensación de estar allí.
—¿Ves? —susurró Phil en voz baja, como para evitar que pudieran oírle al otro lado— Esto es incluso mejor que un brainstorming: un torbellino de cientos de ideas, ¡y mucho más originales! De sobra para los dos, te lo aseguro. Fíjate bien en esa persona.
Lucía se asomó desde su limbo al mundo real y miró en la dirección que indicaba Phil. Allí estaba, lo reconoció al instante: una persona leía con atención un libro de cuentos.
«Ideas para Lucía» es un relato contenido dentro de Naksatra, de Joseto Romero.
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Foto: Bradley Ziffer. Unsplash.