Martha Wells: Sistemas críticos

Sistemas críticos. Libros Prohibidos

Título completo: Sistemas críticos. Los diarios de Matabot
Título original: The Murderbot Diaries Series, All System Red (Book I)
Iidoma original:
Inglés
Año: 
2017
Editorial: Alethé (2019)
Género:
 Novela corta (Ciencia ficción)
Traducción: Carla Bataller

Todo el sistema en rojo

La novela corta que reseño hoy, Sistemas críticos, de Martha Wells, es un ejemplo perfecto de por qué prefiero leer fantástico antes que cualquier otro tipo de literatura. No porque esta sea una obra para volverse loco —está genial, pero tampoco hay que pasarse—, sino porque muestra a las claras la cantidad inmensa de temáticas y aspectos que puede llegar a cubrir este género aun contando historias que en principio podrían parecer ya vistas. Y es que todo tiene cabida en una obra de colonización espacial, o en un mundo fantástico medieval, o en una distopía cyberpunk, o en una ucronía con dinosaurios de combate, o… Y si no me creéis, leed el post completo. Vamos allá.

En un futuro controlado por entidades corporativas donde el viaje espacial es posible, una compañía de seguros debe aprobar y abastecer todas las misiones planetarias. Los equipos de exploración tienen que ir acompañados de androides suministrados por las aseguradoras, por su propio bien. Pero en una sociedad donde los contratos se conceden al postor más bajo, la seguridad no es lo más importante.
Un equipo de científicos lleva a cabo pruebas en la superficie de un planeta lejano, bajo la supervisión del androide de la aseguradora, una SegUnidad con consciencia que ha hackeado su módulo de control y que ha decidido usar el nombre —aunque nunca en voz alta— de «Matabot». No siente mucho cariño por los humanos y lo único que quiere es estar en paz para descubrir quién es en realidad. Pero cuando el equipo de una misión cercana desaparece, los científicos y su Matabot tendrán que averiguar la verdad.

Sistemas críticos. Planeta. Libros Prohibidos

Sistemas críticos cuenta una historia breve de exploración espacial en un planeta deshabitado; hasta ahí todo más o menos mascado. Las diferencias comienzan con el narrador, Matabot, una unidad de seguridad impuesta por la compañía aseguradora que cubre la misión. Es, tal vez, el punto de vista del robot, lo que hace única esta novela. Matabot destaca por haber hackeado su sistema y programación y poder hacer un poco lo que le viene en gana. Esto hace que se desarrolle mejor su personalidad, que es mucho más introvertida y contestataria de lo que podría esperarse de un ser creado para obedecer y hacer uso de la violencia. Si a eso le sumamos fuertes dosis de cinismo y misantropía, da lugar a una criatura, muy a su pesar, llena de carisma, que se convierte en una excelente e incluso graciosa narradora. Vamos, que es algo así como un Bender de Futurama pero con cañones incorporados.

Además del peculiar punto de vista de la protagonista —voy cambiando de género voluntariamente, ya que Matabot carece de uno—, Sistemas críticos destila un humor negrísimo con lo poco del sistema político-económico que dejan ver sus páginas. No lo dice explícitamente, pero las condiciones leoninas que imponen las compañías aseguradoras nos indican que el futuro en el que se desarrolla esta historia se corresponde con un anarcocapitalismo desatado y salvaje donde solo vale la ley del más fuerte y menos escrupuloso. Las megacorporaciones imponen cláusulas abusivas a sus clientes y, con el fin de conseguir el máximo beneficio, ellas son las primeras en no respetar los acuerdos. Esto da lugar a situaciones que, desde los ojos de Matabot, se convierten en ridículas, un tanto absurdas y definitivamente cómicas. No es un libro de humor, ojo, pero alguna sonrisa te saca. Eso porque no vives en ese mundo futuro y no tienes que intentar darte de baja de tu compañía telefónica, claro.

Tenía cuatro humanos en perfectas condiciones y no me apetecía que murieran a manos de lo mismo que había acabado con DeltFall. No es que me preocupase por ellos personalmente, pero habría quedado mal en mi historial y este ya era bastante horrible.

En realidad, tanto el personaje principal/narrador como el mundo de fondo —muy de fondo— es lo que conduce el libro. El resto de cosas que ocurren están bien, se narran con ritmo y, salvo cuando la autora se pone tal vez demasiado técnica, fluye a las mil maravillas y entretiene. Podría definirlo como lectura de evasión con contenido y trasfondo. Aunque no diría que es una escritura de gran complejidad porque estaría mintiendo, sí que creo que Martha Wells cumple con creces lo que la historia pide en cada momento y eso me parece clave para satisfacer al lector. Lo dicho, lectura de evasión con contenido. Y mola.

No quiero cerrar esta reseña de Sistemas críticos sin mencionar el que considero estupendo trabajo de la traductora, Carla Bataller. Es algo que no suelo señalar porque no es mi especialidad, pero en este caso sí que lo veo necesario al ver la importante cantidad de expresiones coloquiales y frases hechas que pueblan el texto y que la traductora resuelve con soltura. He visto a decenas de autores y traductores fallar penosamente con este tipo de cosas, así que entiendo que no es fácil conseguir que quede todo tan natural. Y me parece tan destacable el papel de Carla Bataller que me ha chocado no verla mencionada por ningún sitio. No ya en la portada, donde creo que siempre deberían estar los traductores, sino en los créditos. Es que ha desaparecido, al igual que ocurre con la ilustradora, Cecilia G. F., que tantas buenas portadas nos ha regalado. Entiendo que Alethé, sello editorial dentro de un grupo importante que aspira a ser referencia en el fantástico —de momento lo están haciendo fetén—, ha tenido aquí un desliz puntual.

Poco más tengo que decir. Bueno, sí: este libro os va a gustar. Su lectura es de las que se agradecen. Y si no me creéis a mí, leedlo del propio Matabot:

Suspiré y me las arreglé para que no se mostrara en el exterior. Pues claro que Mensah tenía que decir eso mismo. Qué más podía hacer. Mientras intentaba decidir si me lo creía o no, o si importaba, me alcanzó una oleada de «me la suda». Y de verdad que me la sudaba.

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Foto: Daniel Olah. Unsplash