Año: 1988
Editorial: Zeta Bolsillo
Género: Novela
Valoración: Infumable
No recuerdo qué se me pasaba por la cabeza cuando agarré este libro por las solapas y me dispuse a leerlo. Lo digo con toda la sinceridad del mundo. Yo era joven y greñudo, iba al instituto, y mataba el tiempo entre videojuegos, mis primeros libros y demás compadreo propio de la época. Nada de estudiar, claro, que cansaba. Entonces llegó a mis manos Entrevista con el vampiro, un libro en el que se basaba una película de mismo nombre que causó sensación a principios de los 90. Contaba con un incipiente Brad Pitt, con el ya consagrado Tom Cruise (cuando todavía se pronunciaba su nombre como cruise y no como crús, y aún no sabíamos el pedazo de friki que realmente era), y con nuestro querido Antonio Banderas (en un papel en el que se supone que debía hablar con acento francés: olé monamour y tal). He de reconocer que la peli me impresionó bastante, pero que el libro, y ya sé que no sorprendo a nadie con ello, me encantó.
Seguí con la saga y me leí Lestat el vampiro, que también me resultó un buen libro. Una historia muy bien contada, interesante y, para mí en aquellos entonces, innovadora. Es justo decir que todavía no habían aparecido abortos crepusculares ni demás engendros que han convertido el género en un asco. También debo reconocer que a mediados de los noventa yo no había leído aún demasiado, y que sí, que los adolescentes son presa fácil para las historias de vampiros (pero tranquilos, chicos: se termina pasando). Tal vez por ello quise pasar por alto el hecho de que el protagonista, Lestat, es un poco demasiado el típico personaje soyelmásmejóndermundomundiá, bastante odioso, por otra parte. Tanto fue así, que el hecho de que en este libro Lestat se convirtiera en una estrella del rock cuyas canciones narran sus experiencias vampíricas (sí, como lo oís), tampoco me chirrió demasiado. Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver, supongo.
En este aspecto, la paja mental continúa con La reina de los condenados, tercera entrega de la saga, donde Akasha, la reina de los condenados herself, una de las primeras vampiresas de la Historia, se enamora locamente (obvio) del irresistible y quasiperfecto Lestat. Ella le convierte a él en su consorte, le hace beber su sangre, transformándole en un ser más poderoso que Son Goku con los pelos parriba, y se van tan ricamente de viaje por el mundo asesinando a otros vampiros. A esta rocambolesca historia de amor, se le suman otros relatos que explican el comienzo de la maldición de los vampiros allá por la época anterior a las pirámides, en los que Anne Rice decide darnos una versión del mito vampírico sacada de su propia cosecha (al menos no le dio por hacerlos brillar…).
Leyendo un poco los párrafos anteriores, da la impresión de que quedaría una historia bastante potable, pero no es más que una ilusión óptica. Todo en este libro, repito, TODO, es postureo y pretensión de rizar el rizo con respecto a las dos entregas anteriores de la saga. Esto va, además, sazonado por un estilo literario demasiado recargado, lleno de imágenes y descripciones excesivamente barrocas que dan la sensación de que sólo están ahí para aumentar el grosor (y el peso) del tomo. Aunque, pensándolo bien, no es nada comparado con la continuación de la saga, El ladrón de cuerpos, primera novela que recuerdo haber dejado antes de llegar a la página 100. Suficiente, Anne, suficiente.
En resumen: partes una y dos, bien; partes tres y cuatro, mal, caca, feo, Bankia.