Año: 2016
Editorial: Sportula
Género: Relato
Coordinador: Mariano Villarreal
Valoración: Recomendable
Pese a no leer de forma habitual ciencia ficción, es un género que me interesa mucho. Me parece que sus tramas son la excusa perfecta para plantear críticas y debates que pueden pasar desapercibidas en una lectura superficial. Casi lo mismo podría decirse de la fantasía (la que se presenta aquí), de la que he leído algo más y a la que de vez en cuando me apetece volver. Por eso me interesó tanto Castillos en el aire en un principio, y no podía haber escogido mejor: ha resultado una lectura increíblemente gratificante que, con una serie de relatos de temáticas dispares, ha conseguido ganarme casi de forma absoluta.
Se trata de una antología conformada por cuentos y novelas cortas de autores diferentes. En algunos casos se ha seleccionado un texto encuadrado en un universo mayor, sirviendo esto como muestra de la narración del autor. Mi idea era apuntarme un par de nombres para continuar ahondando en la obra correspondiente, pero la verdad es que resulta difícil la selección; la calidad es muy alta en general. Son relatos de corte muy diferente y que cubren ámbitos muy grandes: desde una ciencia ficción más hard, con un componente técnico importante, hasta obras de vertiente más lírica, pasando por testimonios terribles de la locura. Quizás por eso me ha gustado tanto; pese a no tener un hilo temático consistente (que es algo que siempre se agradece en las antologías), resulta agradable por la cantidad de terrenos en que se mueve, consiguiendo que dicha cohesión no se eche de menos en ningún momento. Paso a comentar los relatos con mayor concreción.
En La estrella, Elia Barceló abre fuerte la recopilación con una composición muy bella, de una complejidad narrativa interesantísima. Es un relato curioso con muchos huecos a rellenar por el lector y que solo hasta leída más de la mitad es posible comprender casi del todo. Es difícil no quedar prendada de una forma de contar tan distinta y me parece una forma fantástica de iniciar el tomo. Continúan César Mallorquí y El rebaño, una obra de corte muy diferente: ningún ser humano queda en la tierra y un perro continúa pastoreando al rebaño de ovejas como antes, con su dueño, hacía. Es una historia tierna, sin dejar de contener una inquietante y diferente visión acerca de la desaparición de la raza humana. El bosque de hielo, de Juan Miguel Aguilera, vuelve a cambiar las tornas para presentar un cometa lejano con un complejo sistema de vida. La dificultad temática es mayor aquí, y por esto la lectura se me hizo un poco cuesta arriba (aunque esto es muy personal, ya que dejé la ciencia hace bastante y me cuesta comprender ciertas cosas).
Con respecto a Mi esposa, mi hija, de Domingo Santos, me resultó un relato con mucha fuerza e impacto. Si bien pierde algo de potencia hacia el final, me gustó muchísimo la presentación y el tratamiento de un tema (la clonación) sobre el que nunca había leído. Mensajero de Dios, por Rodolfo Martínez, se va a lo cibernético para contar una historia que es de las más incompletas de la antología, en el sentido de que, pese a poder leerse sola, tendría más sentido dentro de su contexto. Es también bastante compleja, pues habla de inteligencias artificiales y, pese a ser sencilla (está perfectamente explicado para perdidas como yo), es un tema que tiene su densidad, pero resulta una lectura muy agradable y divertida. Sigue el libro con En las fraguas marcianas de León Arsenal, relato de aventuras situado en Marte; junto al último de la antología, el más visual para mí. No es de mis favoritos pero sí tiene una interesante historia con un final abierto, en cierto modo, a la interpretación del lector.
Una canica en la palmera, de Rafael Marín, rompe totalmente con los esquemas que se seguían hasta ese momento en el libro para contar una intensa historia de pérdida muy bella. Me ha gustado especialmente la forma de narrar la trama, para mí lo que mayor fuerza le aporta a esta. La nave de los albatros, de Félix J. Palma, encaja bien con el anterior relato en el sentido de una historia llena de emoción, con un narrador no fiable y un giro final bastante interesante como lo más destacable presentado. También aquí me ha gustado especialmente la presentación que hace el autor de su trama. Con La cacería secreta, de Javier Negrete, me ha pasado un poco lo mismo que con Mensajero de Dios. Si bien es una historia que se sostiene por sí misma, presenta un universo del que me habría gustado más contextualización, es todo un poco brusco sin conocer el mundo en que se ubica. Y el libro finaliza con el relato Víctima y verdugo de Eduardo Vaquerizo, que me atrevo a calificar como lo más desagradable que he leído en mucho tiempo. No es un desagrado malo, pues me parece un relato estupendo, muy visual, con unas imágenes estremecedoras y un final brutal; de hecho, me parece tan guay que es un relato que me encantaría ver en una pantalla (con los correspondientes escalofríos que me daría, claro).
Pienso que si tuviera que quedarme con tan solo unos pocos estos serían La estrella, Mi esposa, mi hija, Una canica en la palmera y Víctima y verdugo. Aun a pesar de esta selección, lo cierto es que Castillos en el aire me parece un muy completo tomo que a mí, como lectora ocasional de género, me ha satisfecho y que recomiendo sin mucho titubeo. Os animo a todos a que le deis una oportunidad a este repaso de algunos de los autores más conocidos del mundillo de los últimos años. A mí me ha servido para apuntarme una serie de nombres a los que echar un ojo la próxima vez que quiera leer algo de estos géneros.