Año: 2016
Editorial: 120 Pies Editores
Género: Relato
Valoración: Recomendable
Finalista de los Premios Guillermo de Baskerville 2016, categoría Libro de relatos
Dieciocho relatos muy breves que no parecen ir a ninguna parte (las apariencias engañan, dice el tópico); aunque, más bien, son sus personajes los que deambulan por una cotidianidad algo surrealista. Personajes desorientados dentro de su propio pellejo que no se dan cuenta de lo excepcional de sus comportamientos y de las situaciones delirantes que viven.
Cuando digo que los textos no se encaminan a ningún destino no estoy emitiendo una crítica —casi todos están bien trabajados y terminados—, sino refiriéndome a la sensación que transmiten y al hecho de que son retales sueltos, fragmentos de una locura mayor. Llevan al lector de la sonrisa incómoda al desasosiego jocoso, deteniéndose en todos los matices posibles entre estos dos polos que me acabo de sacar de la manga. Cualquier conducta es posible en los actores que pueblan Así no vamos a ninguna parte porque han llevado vidas difíciles, han sufrido o lo siguen haciendo. Son marginados, incomprendidos, solitarios o estrafalarios. El narrador nos presenta a seres excepcionales inmersos en situaciones cotidianas que afrontan desde su personalísima lógica alejada de lo normativo. Vamos, que están como una avioneta, pero van tirando adelante en un mundo al que se han adaptado lo mejor que han podido.
Pablo Garcinuño se apoya siempre en detalles pequeños para urdir sus textos. Estos son siempre breves pero con enjundia y toman formas sencillas, sin mucho artificio estructural. Se repite con frecuencia el patrón circular en el que todo empieza y acaba en el mismo punto. A veces la historia toma la apariencia de una fábula contemporánea ambientada en nuestro propio barrio, en el bar de abajo o el piso de al lado. Este detallismo se extiende a cómo se nos describen los personajes a los que enseguida identificamos y dotamos de entidad, lo que tiene un gran mérito teniendo en cuenta la extensión-suspiro de los relatos.
Cuando hemos leído unos cuantos, parece que sí, que nos dirigimos a alguna parte, a lugares poco transitados pero que nos son familiares: rituales alocados, tristes costumbres y manerismos de andar por casa. Tenemos la sensación de que en cualquier momento al autor se le puede ir la mano, que quizás se contagie del delirio de sus personajes y se ponga a divagar con ellos; pero esto nunca sucede, nos mantiene a la expectativa en cada uno de sus cuentos, dudando sobre si lo que nos ofrece es solo ficción o si seremos nosotros los próximos en caer en alguna de las manías descritas. Es cierto que se echa en falta alguna pieza que nos haga aplaudir entregados, que destaque sobre la media, alguna en la que el narrador se atreva a enfrentar a sus personajes con situaciones menos anecdóticas y de más calado. Creo que saldría bien parado si lo intentara.
Predomina el tono humorístico que se apoya en un lenguaje coloquial y en la narración en primera persona. Ambas elecciones son acertadas porque favorecen que el lector haga suyas las salidas de tono de los personajes y se sumerja sin problema en sus vidas. Pero bajo esa apariencia amable y tierna subyace un gusto por miserias que todos compartimos; hay morbo encerrado. La vejez, la soledad, la incomunicación son los temas más tratados a lo largo del libro; el fondo putrefacto del que nace el humor catártico que es el punto fuerte de la obra.
Respecto a la ambientación, Garcinuño nos lleva del pueblo a la ciudad o al barrio popular y de vuelta al pueblo, su escenario predilecto. Las escenas más divertidas son las que tratan de riñas vecinales por una patrona travestida, de un bar donde la pistola de Chejov es sustituida por una granada de mano en la riñonera de un tartamudo o de una vecindad alborotada por los dólares de plata que la tía Honorata saca de la nada y derrocha entre la concurrencia. Cuando los relatos viajan a la ciudad hacen su aparición la alienación, la soledad y una neurosis inevitable; los textos se hacen más sombríos pero no desaparecen las ganas de hacer reír a pesar de que el tema de fondo sea, en ocasiones, bastante ominoso.
Mención especial merece el tratamiento que el autor da a sus personajes mayores. Ancianos y ancianas que insisten en sus manías, que se sienten abandonados e incomprendidos y que viven de los recuerdos de un pasado muy pasado. No sé si la presencia constante de este tipo de rol en los relatos es debido a una intención crítica consciente del autor, pero consigue que nos pongamos del lado de esos viejos y valoremos lo que tienen que decirnos.
No me detendré en cada uno de los relatos, pero sí quiero señalar que me reí a gusto con La orina de papá, Virgen del pelo y Porrompompón. Seguro que cada lector encuentra sus preferencias entre tanto como hay para elegir.
En definitiva Así no vamos a ninguna parte es una lectura amena y en apariencia sencilla que, sin embargo, oculta temas que nos afectan a todos. Los relatos bien tejidos tienen en su mayoría una calidad media más que aceptable aunque, como ya comenté, se echa de menos alguno que nos pueda dejar de verdad impactados. Cuando terminamos de leer nos queda la sensación de haber disfrutado, pero también cierta frustración ante algún cierre precipitado o por querer saber más de alguna de las tramas que se nos han presentado. Por su extensión y porque no requieren un esfuerzo especial, son relatos perfectos para leer en el transporte público o para picotear entre horas. Dejan buen sabor de boca y algunos despertarán cierta inquietud por ver cómo nos dirigimos de cabeza a la piscina vacía de las rarezas y neuras que acabamos de leer. Conoceremos entre sus líneas a personas corrientes con reacciones excéntricas que, con su ejemplo, parecen gritarnos que la vida no hay que tomársela tan en serio.