Título completo: Disfraces parecidos a mi piel. Narrativa breve (casi) completa.
Año: 2020
Editorial: Sportula
Género: Colección de relatos (fantasía/ciencia ficción/terror)
Rodolfo Martínez es uno de los autores españoles de ciencia ficción más prolíficos que podéis leer en la actualidad. Una veintena de novelas, decenas de relatos y premios como el Ignotus o el Minotauro lo avalan. En Disfraces parecidos a mi piel nos ofrece una selección de sus mejores relatos, ordenados por orden cronológico, a excepción de los que se incluyen en otros ciclos, como bien explica el autor nada más empezar. ¿Es una buena forma de tener un primer acercamiento con la escritura y los temas de Martínez? Os diría que sí: no solo se ve claramente una evolución sino que es una buena muestra del eclecticismo del autor en cuanto a intereses, referencias y escenarios se refiere, algo que también ocurre con el resto de su obra.
Más allá de la realidad
Una de las primeras cosas que me sorprendieron de esta colección fue la cantidad de relatos que se asentaban en el mundo real y que se adentraban con más o menos fuerza en el terreno de lo maravilloso. En algunos cuentos, la línea es tan fina que es difícil distinguir dónde empieza la fantasía.
Ocurre, por ejemplo, en el primer relato, «Encerrada», donde se juega con la imaginación del lector hasta el final, o con «Hijos de la misma noche», en el que el narrador está tan bien trabajado que tenemos que recordarnos que estamos leyendo una ficción.
Otros, como «El agradecimiento de una dama», son totalmente realistas, pero la mayoría tienen algún elemento que los liga, sobre todo, con la fantasía urbana o el terror cósmico. En especial, son numerosos los relatos que trabajan con lo oculto, con lo que se mueve en las sombras o no comprendemos, con lo que habita bajo nuestros pies. Ocurre con «Tarot» (uno de mis favoritos, quizá porque tengo debilidad por lo onírico), «Hombres de césped», «Bajo la ciudad» o «Te hemos seguido», y, sin embargo, son relatos muy diferentes entre sí.
En «Tarot» asistimos a una extraña partida de cartas, aunque el tema central es la importancia relativa que le damos a las cosas, cómo pueden pasar sin pena ni gloria hasta que estamos a punto de perderlas y nos damos cuenta de cuánto significan para nosotros. En «Hombres de césped» solo los protagonistas pueden ver a estas criaturas que se esconden en la hierba y atacan a cualquier desprevenido. «Bajo la ciudad» narra las investigaciones de un detective que lo llevan tras una secta por las alcantarillas de la ciudad, un lugar que también se insinúa en «Te hemos seguido», pero que se utiliza como puesto de observación.
Los que se escapan de la realidad, bien por situarse en el futuro o en un universo alternativo son «Todo fluye», donde se explora el multiverso de forma muy ingeniosa; «Intruso», una pequeña fábula metaliteraria, o «Historia sin ciudad», una distopía bastante diferente a lo que se puede esperar del subgénero. Encontramos también viajes en el tiempo en «Con dados cargados» y «Eterno retorno», y también de una forma más relativa en «Victoria pírrica»; lo curioso de estos tres relatos es que la manera de viajar en el tiempo es diferente, y también el mensaje o el tono de los mismos: mientras «Victoria pírrica» muestra la vulnerabilidad y la oscuridad humana, «Eterno retorno» es más bien un juego que acaba de empezar.
Fiesta de disfraces
Me gusta tomarme esta colección como una celebración literaria. Por lo general, suelo disfrutar más este tipo de recopilaciones que las antologías al uso, con relatos de diversos autores, porque se genera un hilo conductor más potente entre los cuentos aunque estos no tengan relación entre sí. Es divertido tratar de desentrañar las estrategias del autor para dar forma a sus historias.
Alguno de los relatos, como Martínez explica, proceden de sueños, propios o prestados. «Todo fluye» y «Hombres de césped» entrarían en esta categoría. Estos sueños funcionan como disparadores creativos, al igual que otras ideas o vivencias que toman forma o se disfrazan en las páginas. Sin embargo, hay tres relatos bastante distinguibles por la forma en que están contados.
De uno ya he hablado. «Te hemos seguido» es un relato de visión externa, en la que un individuo de otra especie/civilización juzga la nuestra. El título del cuento funciona como estribillo, y lo encontraremos al inicio de cada párrafo, como si fuera un experimento de prosa poética. Lo mismo ocurre con «La mente de Dios», pero en este caso me parece todavía más interesante, por el concepto de simultaneidad temporal. Las anáforas crean pequeñas narraciones individuales que el lector debe aunar para la comprensión del texto completo, pero en «Te hemos seguido» el resultado es más inconexo.
El otro relato más diferenciado es «Atraviesa el desierto», que quizá sea uno de los que menos cuente, pero de los que más me ha transmitido. La nostalgia, la derrota, la futilidad. Martínez cambia su tono directo habitual por uno más poético, y aquí funciona a las mil maravillas.
El paso del tiempo
El primer relato de Disfraces parecidos a mi piel que encontraremos data de 1987. El último, de 2017. 30 años se notan, aunque esa evolución siempre es difícil de definir cuando se trata de historias cortas. La extensión, el tema, el tono, todo influye. No obstante, creo que hay ciertas diferencias palpables.
La más relevante diría que es la pausa. Los primeros relatos, aunque mantienen el misterio, la tensión, son mucho más directos, las ideas afloran con nitidez. En «Zenobia y el rey» (que apareció en El viento soñador y otros relatos) o «Historia sin ciudad», la narración transcurre con más matices, sin importar tanto la acción como el desarrollo de los personajes, del entorno. Son, también, cuentos más largos, pero bien construidos y cohesionados. Es algo que se ve también en «Intruso», escrito varios años atrás, pero no de una forma tan segura.
Es un regalo que Martínez comente los relatos. Se crea un doble diálogo con el lector: el que se genera a través de la ficción y el que surge directamente con él. De ese modo la evolución queda aún más patente. Esa conversación es muy clara en cuentos como «Tarot» o «Intruso», estrechamente ligados con las experiencias del autor.
Este es otro de los puntos fuertes: las referencias y experiencias de Martínez quedan patentes en toda la colección. Lovecraft, Borges, Conan, superhéroes, el pesimismo en algunos casos. Es algo que ya adelanta en la estupenda introducción, un pequeño viaje por las publicaciones españolas de los años 80, pero en lo que ahonda en cada uno de los comentarios.
Sin duda, Disfraces parecidos a mi piel es una buena colección de relatos. El nivel también es bastante uniforme. Hay relatos que gustarán más y otros que menos, pero son tan variados y rozan tantas perspectivas que sería difícil elaborar una lista única. Algunos ahondan en la miseria humana y otros te arrancan una sonrisa; unos pocos juegan con la percepción del lector y otros con sus sentimientos.
Me parece que es, también, una buena lectura para escritores, no solo por los cuentos, sino también por los comentarios y las estrategias varias que he comentado anteriormente. Escribir relatos no es fácil (Martínez lo señala ya hacia el final), pero en esta colección se demuestra que no hay una única forma de trabajar con ellos y que tampoco son inmutables: siempre pueden crecer para transformarse en una novela o en otro cuento, o pueden guardarse para narrarse mejor más adelante. Sobre todo, son una forma excelente para experimentar y crecer como autor. Y, desde luego, se nota que Rodolfo Martínez lo ha hecho.