Año: 1985
Editorial: Alfaguara
Género: Novela
Valoración: Ovación
Cerrar un libro con la sensación que ahora mismo tengo es algo maravilloso. Para esto existe la literatura, por esto se considera un arte supremo. La sonrisa etrusca es, de largo, la mejor novela que leo en mucho tiempo, y por eso le concedo la máxima valoración de esta web: Ovación.
La sonrisa etrusca es una bellísima historia que relata la llegada de un señor de edad a casa de uno de sus hijos en Milán para someterse a unas pruebas médicas. El choque del hombre mayor, un pastor del sur de Italia, con la gran ciudad es en un principio un foco de conflictos. Pero al conocer a su nieto de pocos meses, que por casualidad lleva el mote de la guerra del abuelo (Bruno), se desata en él una ternura antes oculta, dando lugar a una metamorfosis.
De entrada, al poco de conocer al protagonista, supongo que a una gran mayoría de lectores se le habrá pasado por la cabeza algo así como qué viejo más desagradable. En efecto, Salvatore Roncone es un perfecto ejemplo de hombre silvestre, de modales abruptos y una rancia forma de ver la vida para nada cercana a los estándares de hoy en día. Esto es algo sin duda pretendido por el autor, que busca causar una pésima impresión para después ir modelando las sensaciones. Porque el señor Roncone va cambiando, y el lector es cómplice de ello, ya que lo ve desde dentro. Es un cambio maravilloso, único, en el que el rudo machote de la montaña se va ablandando hasta obrarse el milagro: se enternece como una magdalena.
Es necesario tener un gran conocimiento del ser humano, de los resortes que activan las sensaciones del alma, incluso las más sutiles, para construir una historia tan compleja como esta. Es necesario poseer un temple sobrehumano, divino, sólo al alcance de unos pocos como Miguel Ángel tallando La Piettá, para contar lo que en La sonrisa etrusca se cuenta. La forma en que se narran los hechos, sus deliciosas pausas, los detalles que llegan en la medida exacta, los recuerdos que hablan más del presente que del pasado, todo… Es necesario atesorar una sensibilidad primorosa para realizar un retrato del amor como se hace en esta novela. El amor, y no otro, es el protagonista destacado, desgranado en una escala donde se le ve en muchas de sus facetas: apasionado, bondadoso, afectuoso, compasivo, paciente, indulgente…
Es indudable que el objetivo del autor es emocionar al lector, como también es indudable que lo consigue. El amor que el abuelo siente por su nieto se desborda y llega también a su hijo, su nuera, y sobre todo Hortensia, la mujer que ayudará al señor Roncone a modular sus recién aflorados sentimientos. Y yo, pobre aficionado, me he visto como un juguete en manos del narrador, que ha sabido darme en todo momento lo justo para tenerme encandilado, pese a que, como ya comentara antes, había pasajes en los que de veras quería ver estrangulado al viejo protagonista. Pues al final, y más al contrario, me emocioné con él, con recuerdos y afirmaciones que antes no soportaba, con sus “conversaciones” con su nieto, con sus sensaciones. Salvatore Roncone, el Bruno que luchó en la guerra contra los nazis, termina calando muy hondo.
Más de un lector pensará que este post no es más que una excusa para homenajear al autor de La sonrisa etrusca, el no hace tanto fallecido José Luis Sampedro. He de reconocer que ese lector tendrá toda la razón, pues este gran humanista y economista español ha sido de las mentes más lúcidas que ha dado este país en todo el siglo XX (y lo que llevamos del XXI). Muchas gracias por todo, maestro. Vaya esta cerrada ovación en su memoria.