Año: 2019
Editorial: Premium
Género: Novela corta (Terror)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
El terror que nos rodea
Hace tiempo que sabemos que para crear una historia de terror no siempre se necesitan elementos sobrenaturales ni escenarios clásicos como cementerios o castillos encantados. Que el terror puede surgir a nuestro alrededor y en nuestra vida cotidiana. Una tradición que traza una línea desde Arthur Machen, pasa por maestros como Robert Bloch o Shirley Jackson, se perpetúa con Stephen King y llega a contemporáneos como Philip Fracassi. O a quien hoy nos ocupa.
José Antonio Bonilla Hontoria es un autor con peso en la literatura de géneros española. Con cinco novelas y relatos en tres obras colectivas, y siendo finalista o accésit en distintos certámenes literarios, acaba de ganar el VI Premio de novela de terror Ciudad de Utrera con esta Ciudad Espejo. Título que es metáfora de las distintas realidades que coexisten yuxtapuestas en un mismo espacio pero impermeables entre sí.
Una ciudad, dos mundos
La trama de Ciudad Espejo es simple pero efectiva. Transcurre en una noche y en escenarios que abarcan apenas cuatro o cinco manzanas de una ciudad española innombrada. Una cuya red de metro sea lo bastante antigua para tener estaciones abandonadas: o Madrid o Barcelona. Esto y un puñado de personajes le bastan a Bonilla para tejer una novela de solo 200 páginas, extensión probablemente condicionada por los requisitos del certamen citado.
Ciudad Espejo crea el horror jugando con el contacto entre dos mundos que coexisten pero no conviven: la ciudad de los que llevamos una vida normalizada —los que tenemos un hogar, familia, ingresos, trabajo…— y la de aquellos que sobreviven en la calle sin techo y sin recursos. Una metáfora que la sinopsis de la editorial vincula con Alicia a través del espejo.
En cualquier caso, José Antonio Bonilla convierte esa ciudad que existe pero muchos no vemos en un lugar de pesadilla, espectral y mortífero para sus habitantes más débiles. Veremos, de hecho, un esbozo de las personas desposeídas que pueblan esa Ciudad Espejo, de cómo han terminado en ella y de cómo intentan seguir vivos cada día. Un espacio para la crítica social y para la reflexión, que enriquece además a los personajes y los dota de humanidad.
Un simple descuido
Todo comienza con un despiste. Las navidades están cerca y la zona comercial de la ciudad es un hervidero de gente. En la escena inicial vemos a Marc, un niño de corta edad, soltarse de la mano de su padre en una aglomeración. Y contemplamos la angustia de sus padres, sus intentos de encontrar al pequeño ante la indiferencia —incluso del rechazo— de unos viandantes que podríamos ser cualquiera de nosotros.
A continuación el prólogo nos lo explica todo: una mujer perturbada por la pérdida de su hijo ha secuestrado a Marc. Así comienza un periplo que pasa por una cervecería irlandesa, un callejón sombrío, una estación de metro abandonada y un edificio no terminado. Un simple giro, adentrarse en el callejón lateral de una calle céntrica es la puerta entre dos mundos y la palanca narrativa con la que José Antonio Bonilla va a precipitar el horror. En su narración Marc será más testigo que protagonista, y se dejará arrastrar de un lado a otro por lugares lúgubres y sórdidos que no pertenecen a su lado del espejo, que conforman un mundo que le es extraño.
Al otro lado
En la narración de Bonilla todo es hiperbólico, cada posible fuente de horror se amplifica. Las ratas y los perros callejeros son fieras capaces de devorar a un niño. Las calles son una ratonera para las personas sin hogar y un mafioso de poca monta es una criatura infernal.
El niño comenzó a hacer pucheros al contagiarse del terror que tintaba los ojos de aquel hombre, cada vez más asustado, y se limitó a dejarse arrastrar por entre los laberínticos callejones, hundiéndose sin remisión en las hambrientas entrañas de la inhóspita ciudad espejo.
Queda lugar, sin embargo, para la humanidad. El autor quiere reflejar el perfil más generoso de aquellos que no tienen nada, y Marc contará con la guía y la ayuda de personas como Roberto, un vagabundo alcohólico, y de Hamid y su banda, adolescentes marroquíes que ejercen de rateros y carteristas. Bonilla indaga en el pasado de sus personajes, justifica cómo han llegado a su situación, se interesa por los microcosmos que existen en esa «ciudad espejo», término acuñado por Roberto, Virgilio particular de Marc y quizás el personaje con más peso en la trama.
Horror sobrenatural, o no
Ciudad Espejo tiene aspectos mejorables. La carga de dramatismo y la insistencia en las características que definen a los personajes —el alcoholismo de Roberto, la homosexualidad de la camarera de la cervecería— pueden llegar al paroxismo, pero la brevedad de la novela impide que hastíen. Del mismo modo que la rapidez de la acción desvía la mirada de una estructura narrativa algo recurrente —la salvación in extremis de Marc por otro personaje se repite tres veces—.
Pero por otra parte maneja una idea que los compensa: la indefinición de si el terror al que se enfrenta Marc es de origen sobrenatural. Algo que queda velado por igual al lector que a los protagonistas. Cada vez se produce un fenómeno no explicable y aparecen seres fantásticos lo hacen cuando existen factores ambientales que pueden llamar a engaño: fiebre alta y cansancio, luz escasa, entornos desconocidos y pánico que favorecen la autosugestión.
De esta forma José Antonio Bonilla crea una novela donde la atmósfera es el punto más fuerte, que se beneficia de la vaguedad y de la duda. Como lectores queremos creer que estamos ante monstruos porque eso es lo que esperamos de un libro de terror. No queremos pensar que la realidad puede ser espantosa por sí misma.
—¿Monstruos? —Roberto frunció el ceño. Su ojo maltrecho estaba muy hinchado y el gesto le produjo un pinchazo de dolor—. No, no… bueno, quizás sí, pero no como los que tú te imaginas. Eran personas malvadas, Marc. Y… y les hicieron cosas terribles a aquellos niños.
Una lectura veloz
Ciudad Espejo está cuidada en los aspectos formales, con una adjetivación comedida —la extensión obliga— y con unos diálogos naturales, fluidos, que suenan creíbles. Con el texto dividido en once capítulos breves y una trama que apenas se detiene, es una lectura ágil que se termina en un par de horas. Una novela de terror que, sin llegar a provocar pesadillas, deja un par de escenas inquietantes y no ahorra en momentos de horror físico cercano al splatter.