«Veni, vidi, vici», una de las muchas frases célebres que se le atribuyen a Julio César, ha sido secuestrada por la madrileña Arantxa Rochet. Su primer libro, Jaulas de aire, llegó a nosotros como tantos otros, sin ruido ni recomendaciones estrambóticas, y ha conseguido lo que casi ninguno: rendirnos a sus pies. Sus relatos son vívidos, claustrofóbicos, y aunque pudiera parecer inverosímil: posibles. Son muchas las preguntas que queríamos hacerle a la flamante ganadora del Premio Guillermo de Baskerville al mejor libro de relatos de 2018. Allá vamos.
Primero de todo, enhorabuena
Muchas gracias. Estoy muy contenta de haber obtenido este premio.
Viendo cómo llegaban las valoraciones del jurado, ¿lo esperabas?
La verdad es que no. Me parecía que las valoraciones del jurado estaban bastante igualadas y, en todo caso, daba por hecho que ganaría Poshumanas. Tengo que confesar que no había leído Combustible Lovecraft y por esta parte no sabía con qué estaba compitiendo, pero Poshumanas sí y en fin… Hay relatos buenísimos, de autoras consagradas y a las que admiro: Emilia Pardo Bazán, Rosa Montero, Lola Robles, Felicidad Martínez… Estoy muy contenta con Jaulas de aire, pero aun así me parecía muy difícil superar un libro como ese siendo yo una autora novel.
Y también se ha llevado el Premio Amaltea. ¿Esperabas que tu primer libro pudiera estar ganando tantos premios? ¿Cómo lo llevas?
¡Qué va! Si el Premio Guillermo de Baskerville me sorprendió, lo del Amaltea fue una locura (risas). Competían todos los libros de ciencia ficción publicados el último año en España. Estamos hablando de obras de autores muy importantes, autores con recorrido, y libros muy buenos. Si me lo hubieran dicho hace un par de años, no lo hubiera creído. Pero lo llevo muy bien, ¡cómo no! Siempre hace muchísima ilusión que se reconozca el trabajo de una, que el libro guste. Yo ahora lo veo con la distancia y pienso que podría mejorar en muchas cosas, pero estoy muy orgullosa de él, esa es la verdad. Además, como primer libro que es, siempre le tendré un cariño especial.
«Me siento cómoda en el formato corto, en la síntesis»
También has publicado en otras antologías como el II Premio Ripley o Actos de F.E. ¿Es Arantxa Rochet solo escritora de relatos?
Sí y no. Es cierto que lo que más he trabajado hasta ahora son relatos y microrrelatos (y poesía, pero eso es otra historia). Me siento cómoda en el formato corto, en la síntesis. De hecho, creo lo más largo que he escrito en mi vida (que haya terminado) es el relato de Actos de F.E.. Pero llevo bastante tiempo dándole vueltas a hacer una novela. Empecé una en 2017 que he tenido aparcada todo el año pasado. La he retomado en enero y espero acabarla a finales de año, pero aún no sé qué pasará. Nunca me he enfrentado a algo tan largo y a mí me gusta complicarme la vida con la estructura y la narración. Ya veremos. Me apetece intentarlo. No sé si podréis leerla pronto, pero espero que en algún momento salga a la luz.
¿Y qué hay de nuevos relatos?
De momento no tengo nada nuevo. Seguiré escribiendo para alguna antología, revista o web. Me ha gustado lo de presentarme a concursos, me plantea retos y me obliga a marcarme metas y fechas. Este año quiero estar más enfocada a la novela, pero intentaré participar en alguno. Lo que sí que no tengo planificado por el momento es otro libro de relatos.
Es una queja frecuente de las escritoras de ciencia ficción la diferencia de trato y oportunidades por ser mujer. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Creo que es innegable que existe una diferencia de trato. Solo hay que hacer un repaso por las antologías de relatos de ciencia ficción que se han publicado a lo largo de los años, donde un alto porcentaje de los autores son hombres, cuando no son directamente el cien por cien. Aunque ahora hay más presencia femenina y se nota, sigue existiendo una invisibilización mayor en este género que en otros. Desde luego, lo que tengo claro es que si se ha mejorado en este sentido es por el empuje y el trabajo de muchas escritoras que se tuvieron que enfrentar a un mundo muy masculinizado.
En mi caso particular, no sé si puedo decir que lo haya sufrido directamente (nunca podré saber a ciencia cierta si mi libro ha tenido menos éxito o si me ha resultado más difícil publicar por ser mujer), pero la realidad es que Jaulas de aire vio la luz gracias a Torremozas, una editorial que publica exclusivamente a mujeres y cuyo objetivo ha sido, desde su fundación en 1982, dar a las escritoras las oportunidades que no tenían en otras editoriales. Si no fuera por mi editora, Marta Porpetta, a lo mejor Jaulas de aire aún estaría en un cajón. Imagino que eso también significa algo.
¿Qué podrías recomendar a las autoras de ciencia ficción que también están empezando ahora pero que todavía no han publicado?
Paciencia y calma. No sé si tengo autoridad para recomendar algo así, porque soy una de las personas más impacientes del mundo (risas). Pero el oficio de escritora me ha enseñado que hay cosas que no se pueden adelantar, por mucho que una quiera. Yo terminé definitivamente Jaulas de aire en julio de 2015, después de dos años de trabajo. No salió publicado hasta diciembre de 2017. Por el camino, el rechazo de varias editoriales, la idea de que nunca iba a conseguir ver la luz, salir del cajón. Y mira ahora. Esto es una carrera de fondo, como decían mis profesores de la Escuela de Escritores. Hay que seguir e insistir, pero siempre y cuando se disfrute. Si uno empieza a agobiarse con escribir más rápido o más cosas o publicar cuanto antes deja de merecer la pena, creo yo. También hay que ser consciente de los ritmos que una tenga. Hay gente que es capaz de escribir muchísimo y rápido, se siente cómoda y le sale bien. Hay otra que va más despacio. No pasa nada. En mi caso, yo necesito tiempo, reflexión. Dejar que lo escrito repose y retomarlo más tarde. Reconozco que, a veces, veo la velocidad a la que escriben y publican los demás y pienso ¿cómo lo hacen? Por eso creo que es importante conocer nuestros ritmos y aceptarlos. Esa es la principal recomendación que haría en un mundo como el de hoy, tan acelerado y en el que parece que hay que estar «produciendo» constantemente.
«El gran triunfo del neoliberalismo y del capitalismo, del sistema social establecido, es hacer que asumamos sus doctrinas como propias, como inherentes al ser humano o a sus sociedades»
¿Cómo llegaste a la ciencia ficción?
No considero que yo «llegara» a la ciencia ficción, para mí la ciencia ficción siempre ha estado ahí. En los cuentos que leía de niña de la Colección Espacio, en series como V o Más allá del límite, luego en los libros de Julio Verne, H.G. Wells, Mary Shelley… Todo aquello me fascinaba, aunque en aquel momento no era consciente de que se englobaba dentro de un género concreto que era la ciencia ficción. Cuando escribía cuentos, también lo hacía a menudo sobre extraterrestres o monstruos o tenían elementos fantásticos, aunque supongo que eso cuando eres niño es lo normal. En mi caso siguieron siendo mis temas favoritos, no perdí ese gusto por lo fantástico al hacerme adulta.
Pero si tengo que destacar un momento decisivo a la hora de dedicarme a la ciencia ficción distópica, la «culpa» la tuvo una biblioteca. Fui a cotillear y llevarme algunos títulos de ciencia ficción. Estaba buscándolos cuando me topé con un libro azul que me llamó la atención. Había perdido la carátula de papel y solo tenía el nombre escrito en el lomo, en letras doradas. Lo leí de pasada y lo volví a meter en su sitio, tenía prisa.
Pero esa noche, mientras intentaba dormir y sin motivo aparente, no pude dejar de darle vueltas en la cabeza a aquel libro sin nombre. Así que volví unos días después a la biblioteca a buscarlo. No recordaba el título, no recordaba el autor, no recordaba en qué lugar de la biblioteca estaba. Solo que era azul, no muy grande, y con letras doradas en el lomo. Lo busqué hasta que lo encontré. Era El día eterno, de J.G. Ballard. Lo leí y me maravilló, así que volví a la biblioteca y cogí otro del mismo autor, Zona de catástrofe. En cuanto lo terminé me di cuenta de que eso era lo que yo quería escribir.
¿Imaginas el futuro tan tétrico como en Jaulas de aire en realidad o solo estás jugando con el lector?
Lo imagino así de tétrico, incluso peor ahora, para qué nos vamos a engañar. Fíjate, yo fragüé las ideas de esos relatos cuando ya llevábamos varios años de crisis, una crisis que me «comí» desde el comienzo trabajando en un sindicato. Me tocó ver de cerca cómo se perdían derechos laborales y sociales a pasos agigantados. Derechos que, en su momento, habían costado años y sangre. Cada día entrevistaba o hablaba con gente que perdía su trabajo, que lo estaba pasando realmente mal. Y, sin embargo, cuando salía de la oficina y lo comentaba con otras personas, al principio pocas eran conscientes de lo que realmente estaba ocurriendo y hasta qué punto era peligroso. Porque aún pasó tiempo antes de que la sociedad en su conjunto empezara a interesarse por la política. Hasta entonces éramos una minoría o al menos así lo percibía yo en el entorno en el que me movía fuera del trabajo.
A pesar del 15 M y todo lo que supuso, la ideología neoliberal empezó a sobrepasar barreras que hasta entonces no se había atrevido a tocar. Pero lo peor era la asunción de mucha gente de ese tipo de cosas como normales y lógicas. Como algo inmutable, que no se puede cambiar y, lo que es peor, que siempre ha estado ahí. Universal y sin alternativas.
El gran triunfo del neoliberalismo y del capitalismo, del sistema social establecido, es hacer que asumamos sus doctrinas como propias, como inherentes al ser humano o a sus sociedades. Que pensemos que si no nos adaptamos a esas reglas somos nosotros los que tenemos algún problema. Y la ideología lo impregna todo, hasta las cosas más nimias, aquellas de las que no nos damos ni cuenta. Así son los personajes de Jaulas de aire: esclavos que no ven su propia cárcel o que eligen no verla hasta que no les queda más remedio. Y que cuando la ven se sienten incapaces de enfrentarse a ella, porque eso supondría el ostracismo social, negar todo aquello en lo que creían.
«Creo que nunca abandonaré los relatos distópicos, pero ahora intento escribir también textos que, sin perder la crítica social, dejen paso a la esperanza, por mínima que sea»
Entonces hoy escribirías un libro incluso más duro…
Aunque pueda parecer una contradicción, ya que, como he dicho, considero que ahora estamos peor que cuando escribí Jaulas de aire, a nivel personal estoy en otro momento. Creo que nunca abandonaré los relatos distópicos, pero ahora intento escribir también textos que, sin perder la crítica social, dejen paso a la esperanza, por mínima que sea. Hay muchas personas con inquietud social o que llevan muchos años trabajando por cambiar el mundo en el que vivimos y es a ellas a quienes quiero dirigirme ahora.
Una activista ecologista y feminista a la que admiro, Yayo Herrero, dijo en una conferencia a la que asistí que los escritores éramos ahora más necesarios que nunca para imaginar el futuro que queremos y ayudar así a construirlo. Es ambicioso pensar que una pueda hacer algo así, pero me encantaría aportar aunque fuera un granito de arena a esa idea. Ojalá lo que escribo sirviera, ya no para mover a la reflexión sobre la sociedad que estamos creando, como era la intención de Jaulas de aire (ahora pienso que determinada gente no está abierta a la reflexión ni lo estará nunca), sino para construir opciones y alternativas junto con aquellos que quieran recoger el guante. Eso no significa que para llegar a ello no haya que pasar por caminos difíciles o que mis relatos vayan a ser utopías donde todo sea maravilloso. Al revés. Creo que tomar conciencia y rebelarnos contra aquello que nos oprime (un sistema económico, una creencia, un constructo social) es, a la vez que algo positivo, uno de los caminos más complicados que existen.
Aparte de Yayo Herrero, ¿cuáles son tus referentes?
Mis primeros referentes pertenecen a la ciencia ficción y la fantasía clásica, sin duda: Julio Verne, Ray Bradbury, J.G. Ballard, Mary Shelley, Ursula K. Leguin, H. G. Wells, Aldous Huxley, Evgeni Zamiatin, Michael Ende, George Orwell, Antony Burguess, J.R.R. Tolkien, Isaac Asimov, Stanislaw Lem, Philip K. Dick, Connie Willis… Muchos los leí de niña o adolescente y son los primeros que me inspiraron. Obviamente también hay otros tantos que no pertenecen al género: Herta Müller, Annie Ernaux, Simone de Beauvoir, Antonio Lobo Antunes, José Saramago, Julio Cortázar, Franz Kafka, Virginia Woolf… Podría seguir hasta el infinito.
En cuanto a escritores actuales, tengo que reconocer que aún me faltan muchas lecturas, así que no sé si tengo algún referente claro. Sí puedo decir que tengo muy en cuenta a escritores como Samanta Schweblin, Elia Barceló, Emilio Bueso, Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Ignacio Ferrando, Marcelo Luján…
¿Hay algún libro independiente que te gustaría recomendarnos?
Hay muchos, pero os voy a recomendar uno que, curiosamente, es de terror y no de ciencia ficción. Lo he leído hace poco y me ha parecido sincero y brutal, tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Se trata de Mandíbula, de la ecuatoriana Mónica Ojeda, publicado por la Editorial Candaya.
Muchísimas gracias, Arantxa Rochet. Y enhorabuena.
Muchas gracias a vosotros por todo, por vuestro trabajo de visibilización de la literatura independiente y por dar voz a pequeños libros como el mío.