The genre predates the mainstream popularity of science fiction proper, and does not necessarily feature any scientific rigor, being instead romantic tales of high adventure. For example, little thought is given to explaining why the environment of the alien planet is compatible with life from Earth.
“Sword and planet” (entrada de Wikipedia)
El teléfono berreaba como un bebé caprichoso. Lo alcanzó y consiguió deslizar el dedo para aceptar la llamada.
—Martín —dijo una voz al otro lado—. Tu país te necesita.
Quizá las palabras de Paco Peñalver, secretario de organización de su partido, estuvieron salpicadas de un dramatismo innecesario, pero Martín sonrió. Había llegado su momento.
Paco le esperaba en la puerta del Congreso con una bolsa de plástico.
—Toma. Llevo prisa. Mucha suerte, ¿eh? —Se dio la vuelta y desapareció por una calle lateral.
Martín estaba exultante. Por fin tenía su bolsa. El equipo inicial de congresista que todo aspirante a político quería tener entre sus manos. Rebuscó en su interior y extrajo lo que buscaba: una tarjeta de identificación. Se escurrían algunas gotas rojas, la sangre de su antecesor en el puesto. Ahora él era llamado a filas. Comprobó que alguien había introducido un papel con sus datos dentro del plástico. Inspiró, espiró. Estaba preparando.
Subió los escalones que le separaban de la gloria. Y se golpeó contra la puerta, que estaba cerrada. Se frotó la cabeza y frunció el ceño.
—¡Ah, claro! La contraseña. ¿Cómo era?
Revisó las inscripciones que serpenteaban en las jambas de piedra, alrededor del portón.
—Di amigo y entra… —Leyó— ¿Cómo era eso? Hummm. ¡Ah! —Carraspeó y, con voz grave, dijo—: ¡Bolsón!
—¿Cómo de grande? —dijo la puerta.
—Mucho, como para llevarme partidas presupuestarias infladas a diestro y siniestro.
—Parece suficiente.
El portón se abrió y Martín entró tan aprisa que casi se cayó al suelo cuando un hombre se interpuso en su camino. Era un palmo más alto que él, otro palmo más ancho, y tenía una pistola de un par de palmos extra.
—¡Quieto! —dijo el policía— ¡No! ¡Puedes! ¡Pasar!
Martín ya había oído hablar de él a sus compañeros de partido. No solo era tartamudo, sino que no podía evitar los gritos. Agitó su identificación frente a su cara.
—¡Perfecto! ¡Corra! ¡Insensato! ¡Ya! ¡Están! ¡Empezando!
Voló por los pasillos encerados, cuadros de señores bigotudos le observaron al pasar. Agarraba su bolsa de plástico como si la vida le fuera en ello. Lo cual tampoco estaba muy alejado de la verdad. Su carrera le llevó hasta un pequeño pasillo que desembocaba en la Cámara. Entró con cuidado, la presidenta del Congreso se disponía a dar comienzo a la sesión. Varios ojos se clavaron en él, la mayoría reprochadores. Unas cuantas almas benevolentes le guiaron mediante gestos hasta su escaño, en el gallinero.
Dejó caer su peso en el mullido sofá. Como recién llegado que era, le tocaba hacer frontera con otro grupo de la cámara, pero su asiento de la derecha estaba vacío. A su izquierda tenía a un compañero de partido, un tipo enjuto que le respondió a su saludo con un:
—MUÁ. KAKAKAKA KAAAAAA. MUAAAAA.
Martín supuso que debía ser un fichaje para las fuerzas de choque. No tenía otra explicación. Se encogió de hombros y se giró hacia la derecha.
—Bienvenido a tu nueva casa —dijo una sonrisa que se dibujó sobre el asiento vacío.
—Eh, ¿qué? ¿Quién? —dijo Martín.
—Es necesario —la sonrisa salió del sofá y tras ella aparecieron unos labios de cuero— que un poco de sangre nueva —seguidos de nariz, ojos y el contorno de un rostro que se moldeaba como un tumor anexo al sillón— entre en la cámara de vez en cuando. Me llamo Tomás.
Un cuerpo humano tomó forma poco a poco, como si lo inflasen desde el interior del asiento. Azul como el cuero del asiento, y con ese mismo tacto, una mano se independizó momentáneamente para estrecharle la suya. Después volvió a su lugar.
—Hola, soy Martín.
—Sé que acostumbrarse a esta casa de locos no es fácil, así que si tienes dudas puedes preguntarme lo que quieras. —Hizo el amago de golpearle con un codo que no consiguió desacoplarse del sillón—. Aunque seamos de partidos distintos, no dejamos de ser compis, ¿eh?
—Sí. Claro.
Dejó su bolsa de plástico sobre la mesilla que le servía de escritorio.
—Oh —dijo Tomás—, el equipo inicial.
—Ajam. A ver qué tal…
—Supongo que lo de siempre, aunque a veces hay sorpresas.
—¿Como qué?
—Bueno, una diputada una vez recibió una gaita.
Martín escrutó al diputado-silla y comprobó que lo decía en serio.
—En fin —dijo Martín—. Veamos qué tenemos por aquí. —Volcó la bolsa y tres objetos cayeron sobre la mesa.
—Mira, tu arma reglamentaria —dijo Tomás.
—¿Una navaja?
—Fabricada por la mismísima Eldar S. L., ubicada en Albacete. El mejor acero manchego. Solo con mithril o un buen puñado de pósits de los gordos se puede parar un tajo de una de estas. Guárdala bien. Te hará falta.
—Entiendo. También vienen… ¿vendas? y una pelota de playa.
—¿Nivea? Joé, macho, qué suerte tienen algunos.
En ese momento la presidenta del Congreso pidió silencio. Martín se entretuvo hinchando la pelota y jugueteó con ella con los pies.
—Diputados, la votación va a comenzar. —Los diputados se tensaron en sus escaños, la presidenta agitó un bastón en el aire y generó una burbuja de brillo azulado en torno a los miembros de la Mesa del Congreso—. Preparados… listos… ¡Comienza la votación!
Varios diputados volaron por los aires. Se oyó una detonación ensordecedora y cuatro escaños, diputados incluidos, desaparecieron entre una humareda de astillas de madera y hueso.
—¡Seis para la oposición! —chilló la presidenta.
Abajo, cerca de los escaños del gobierno, Paco Peñalver ejercía de secretario del partido gritando órdenes hacia las bancadas. Consiguió organizar un núcleo de resistencia alrededor del presidente del gobierno. Mosquetes en ristre, disparaban en líneas, con una cadencia de tiro que impedía a los partidos de la oposición acercarse. El resto del grupo parlamentario se las apañaba como podía, abrumado por la mayoría parlamentaria del enemigo.
Pero Martín tenía sus propios problemas.
No había sonado el grito inicial de la presidenta cuando Tomás se había abalanzado sobre él. Le clavó una navaja en la pierna y Martín lanzó un grito, dolorido. La sangre comenzó a escurrirse por su pierna.
—¡Tramposo! —dijo Martín.
Tomás no perdió el tiempo y, aparentemente, había perdido todos los problemas de movilidad iniciales. Aunque su piel mantenía las cualidades del cuero del sillón, ahora casi había abandonado su propio escaño y estaba sobre Martín.
Por su parte, Martín era consciente de que era la primera línea de combate y no podía fallar a su partido, pero también estaba enfadado por no haber tenido más tiempo para prepararse para una cita de tamaña importancia. Además, se sentía contrariado por la navaja que sobresalía de su pierna. Cuando no sabía qué hacer, cómo reaccionar, la solución vino de los cielos.
—MUÁ. KAKAKAKA KAAAAAA. MUAAAAA —gritó su compañero de partido antes de pasar sobre él y lanzarse sobre Tomás. Enjuto o no, repartía hostias que resonaban por toda la cámara.
Martín consiguió unirse a la reyerta con un salto ridículo, sujetando con fuerza la navaja. Lanzó un par de ataques y acertó de lleno, pero Tomás fue más rápido y se cubrió con un taco de pósits que tenía sobre la mesa. Pese a eso, no pudo resistir el ataque combinado de los diputados. Martín consiguió alcanzarlo repetidas veces. Entre los golpes de su compañero y sus navajazos, Tomás terminó por retroceder y asimilarse de nuevo con el sofá.
El envite de los diputados que se arremolinaban tras Tomás los pilló desprevenidos. Martín cayó al suelo y desde allí repartió amor con su navaja mientras echaba mano de su bolsa de plástico. Su compañero pateó una cabeza y se subió a una mesa. Martín extrajo la navaja de su pierna y se hizo un apaño rápido con vendas. Cuando terminó, alzó la mirada y vio la expresión de horror que cruzaba el rostro de su compañero. Los diputados de su partido tenían los ojos muy abiertos y miraban a la espalda de Martín.
Un rugido ensordecedor lo dejó atontado.
—¡Tienen un troll de la caverna mediática! —gritó alguien.
—¡Eso es trampa, presidenta! —se quejó Paco Peñalver.
La presidenta de la Cámara llamó al orden parlamentario, es decir, a que la votación continuase, mientras la Mesa del Congreso analizaba el caso. Mientras tanto, en el centro del meollo, dos taquígrafas seccionaban el caos parlamentario y lo condensaban en largas tiras de papel.
El troll se abrió paso y barrió a varios diputados con un micrófono hecho de piedra. Martín escapó por los pelos, tirado en el suelo como estaba. El troll seguía frente a él, y Martín era su siguiente objetivo. Una diputada entrada en años saltó desde la fila de abajo. Venía envuelta en la música que salía de una gaita gallega que tocaba con maestría. Su pelo gris danzaba al son de la música y creaba formas imposibles en el aire. Esquivó un ataque del troll y giró sobre sí misma. De la gaita comenzó a salir una bruma traviesa que se escurrió entre los escaños. Unos segundos después era imposible ver más allá de la nariz de uno mismo.
—¡Rápido, chico! —dijo la gaitera—. Ayúdame, que este no cae solo.
Martín se puso en pie y, cuando lo hizo, se dio cuenta de que tenía delante al troll, pero la señora lo había rodeado y había saltado sobre él. Le clavó su navaja en el cuello repetidas veces. Martín no sabía qué hacer, así que agarró su propia arma y se lanzó al combate.
—Pero qué haces, idiota. ¡La pelota!
Cogió la pelota sin saber muy bien el motivo y volvió a mirar a los dos combatientes. Quedó embelesado por la escena: un monstruo surgido de los relatos de terror para niños y la encargada de contar esos mismos relatos, enzarzados en combate a muerte. El troll agitaba los brazos en el aire sin alcanzar a la mujer, la boca abierta en un gesto de esfuerzo.
—Un momento… ¡la boca!
Se lanzó de un salto, sujetaba el Nivea con las dos manos. Martín encestó y apretó todo lo que pudo. Incrustó el balón en la tráquea del troll, que manoteaba desesperado. Acertó a Martín, que fue a parar al suelo una vez más. Sin embargo, la bestia no tardó en dar pasos vacilantes. La falta de aire le hizo perder el conocimiento pronto. Cayó escaños abajo, haciendo un surco en su trayecto.
—Sí que has tardado, nenico.
La mujer se giró y preparó su navaja. Apuntó hacia los diputados enemigos, que estaban en shock tras la pérdida del troll.
—¡Tiempo! —gritó la presidenta del Congreso—. Vuelvan los diputados a sus escaños.
Los supervivientes se arrastraron a sus asientos, algunos ayudados por sus compañeros. La Mesa hacía cuentas y revisaba el resultado final. Martín llegó hasta su sitio y suspiró cuando pudo relajar los músculos. La pierna le dolía, pero sobreviviría. Filas más abajo, la guardia del presidente desmantelaba una barricada improvisada de mesas arrancadas y sillones volcados.
Martín se asomó para hacer una pregunta a una diputada que había en la bancada de abajo.
—Entonces… ¿la pelota del equipo de bienvenida era para eso? —Señaló el cadáver del troll.
—No, no. Es para divertirse un rato. Mira, ¡ahí va un pase! ¡Devuelve! Ja, ja —La risa sonó falsa—. Ale, ya está.
Martín se encogió de hombros y se repantigó en su asiento.
—Finalmente —comenzó la presidenta—, con treinta y tres bajas a favor y veintiocho en contra, el gobierno seguirá en el poder. La moción de censura ha fracasado.
—MUÁ. KAKAKAKA KAAAAAA. MUAAAAA —oyó de fondo. Una gaita empezó una melodía triunfante, el partido al completo, o más bien lo que quedaba, se regocijó en su victoria.
—El portavoz del gobierno y secretario de su partido, Paco Peñalver, tiene la palabra.
—Muchas gracias, señora presidenta. Dedicamos esta victoria a todo el país y damos las gracias a todos los valientes que la han hecho posible, con especial mención a nuestro nuevo fichaje, Martín Escaleno, que junto con la veterana y dura Engracia Carrasco, han derribado a ese monstruo tramposo.
Los vítores de vencedores y abucheos de perdedores se entremezclaron. Martín levantó la mano y dijo:
—Por alusiones.
—Señorías —dijo la presidenta—, les ruego a todos respeto y silencio para el orador.
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Foto: Henry Hustava. Unsplash