Relda: La parada de los monstruos

Año: 2015
Editorial: Cazador de Ratas
Género: Poesía
Valoración: Está bien

La joven editorial Cazador de Ratas nos manda (¡muchas gracias!) una obra muy llamativa. Es un libro fino (60 páginas), con la cara de Frankenstein en la portada y con un título sugerente, La parada de los monstruos, que suena a película. ¿Qué serán, relatos de terror? Al hojearlo, sorprende ver que está compuesto principalmente por poemas, impresos en las páginas impares, dejando la mayoría de las pares en blanco salvo cuatro en las que figuran expresivos y monstruosos dibujos en blanco y negro. También llama bastante la atención el nombre del autor, Relda, presentado en la solapa de portada con una intrigante biografía en la que se habla de él en masculino (aunque en la página legal figure como «autora») y en la que se aportan datos curiosos como que sólo se alimenta frugalmente una vez al día, que publica su poemas en plaquettes porque no cree en las editoriales, aunque «cree en los monstruos mucho más que en los humanos. Por eso estudió Psicología, para entender a los monstruos». En resumen, éste es uno de esos libros que invitan a sumergirse en ellos rápidamente para descubrir lo que esconde. Así que, antes de entrar en más detalle hay que felicitar al autor(¿a?) y a los editores por crear un título tan atractivo.

Cuando empecé a leerlo, tenía tantas ganas de saber qué había en esta parada monstruosa que me salté el prólogo de Juan José Téllez y la introducción del propio Relda (en la que se dirige a sí mismo en masculino, así que va desvelándose la incógnita…), y descubrí que la obra está dividida en cuatro partes con nombre de monstruo. ‘Drácula’ inaugura el poemario confesando «Soy el que vive en la noche», y continúa con cinco poemas breves en los que se escucha la voz del vampiro contándonos sus deseos e inquietudes y comparándose con nosotros: «¿y os creéis mejor que yo, / que fui creado de la muerte y a ella me consagro / y sólo a ella respeto? / Mil veces renunciaría a ser como vosotros». Tras escuchar a Drácula me di cuenta de que quizás fuera útil retroceder a la introducción y dejar guiar mi lectura por los consejos del autor. Efectivamente, el propio Relda explica que estas auto-reflexiones poéticas en primera persona tienen más de humano que de monstruoso «e invocan la maldad que nosotros mismos creamos», invitándonos a reírnos «de lo estúpidos que fuimos al creer que los monstruos son los otros y no esto mismo que vive dentro de cada uno de nosotros». Así, las cuatro criaturas semi-humanas que pueblan estas páginas hacen aflorar siniestros aspectos del hombre que no siempre queremos mirar: Drácula, el oscurantismo y lo irracional; Frankenstein, la intolerancia y el rechazo; Isabel Báthory, la vanidad y la violencia. Y el cuarto monstruo supone el giro final, donde el plano ficcional del libro se cruza explícitamente con nuestro plano, con la realidad, generando una recta que apunta al vértice más alto de la pirámide que rige las sociedades humanas: ‘El Poder’, «hijo de las cámaras de gas», una confesión de los «hombres que morimos como ángeles, / y caídos descendemos sobre otros hombres», sobre los que «no saben que su vida sólo vale / lo que tarda un misil en caer sobre / sus casas castigadas por el hambre, / sus hijos podridos y sin futuro».

Con versos que se encadenan en frases largas que se leen con un ritmo similar al de la prosa poética, La parada de los monstruos es un libro original. Tan único que sabe a poco, pues deja al lector con ganas de más monstruos o, al menos, de más desarrollo de cada uno de ellos. Poner en voz de seres temidos y odiados lo monstruoso humano y plasmarlo de forma poética es una idea que merece más desarollo que los veinte poemas breves de este libro. Para ello, los lectores se verán obligados a la difícil tarea de rastrear las plaquettes de Relda (con títulos como «Todos muertos y corruptos» o «Los vampiros no brillan en la oscuridad, sólo la Virgen de Fátima», que hacen sospechar un enfoque similar al de este libro) o a intentar seguir los pasos de un autor que se precia de no dejar huella.