Título original: The Handmaid’s Tale
Idioma original: Inglés
Año: 1985
Editorial: Salamandra (2017)
Género: Novela (Ciencia Ficción)
Traducción: Elsa Mateo Blanco
Una novela fría y, al mismo tiempo, terrible
Aunque me gustaría decir que soy fan de Margaret Atwood de toda la vida y que El cuento de la Criada es mi libro de cabecera desde que se publicó por primera vez en la década de los 80, lo cierto es que, como muchos otros, he llegado a esta magnífica novela después de haber visto la serie de televisión (también magnífica, todo hay que decirlo). Y es una pena, porque hubiera dado algo bueno por haberla leído completamente virgen, es decir, sin esas imágenes tan poderosas que la serie ha grabado a fuego en mi cabeza.
De la misma manera que resulta imposible imaginarse a la protagonista con otro rostro que no sea el expresivo semblante de la actriz Elizabeth Moss, tampoco es fácil recrear los sórdidos ambientes de la república de Gilead de manera distinta a la que se nos ofrece la versión televisiva. Pero esto no resta un ápice de atractivo a la novela, en absoluto, porque El cuento de la criada es mucho más que un buen argumento para una serie, se trata de una novela dura que te descoloca a cada momento y que te introduce el miedo en el cuerpo con una frialdad y una solvencia sorprendentes. No importa si ya hemos visto la serie, no importa si la ciencia ficción no es nuestro género favorito, no importa si ya estamos hasta el gorro de distopías, la lectura de esta obra es imprescindible. Y lo es por varias razones.
En primer lugar, por la historia que cuenta. Por si alguien no lo sabe todavía (se ha repetido hasta la saciedad), El cuento de la criada es una distopía feminista. La protagonista, Defred, narra en primera persona sus experiencias en la república de Gilead, una suerte de teocracia basada en la interpretación textual del Antiguo Testamento. La vida en Gilead es siniestra. Se trata de una sociedad represiva y puritana en la que cualquier intento de disidencia es castigado con la muerte. Todos los ciudadanos están constantemente vigilados por los Ángeles (las fuerzas de seguridad) y los Ojos (espías), por lo que el terror es constante.
En Gilead, se despoja a las mujeres de todo derecho, no sólo sobre su cuerpo sino también sobre su vida. Defred es una mujer fértil en un mundo donde cada vez nacen menos niños, por lo que es considerada un objeto de lujo y, por lo tanto, es entregada a una familia pudiente (el Comandante y su esposa) para que, de esta manera, conciba un hijo para ellos. Si se queda embarazada (algo altamente improbable porque la mayoría de comandantes son estériles) deberá entregar su hijo a la pareja y volverse a poner a disposición de otra familia. Y así sucesivamente.
Un cruel sentido del humor
La vida de Defred es monótona y vacía. Su única distracción es salir a comprar víveres junto a su compañera, otra criada llamada Deglen, y, durante el viaje de vuelta, observar los cuerpos colgados del Muro de los ajusticiados del día. Una vez al mes tiene lugar lo que llaman La Ceremonia, es decir, el extraño acto sexual mediante el cual, junto a su Comandante y su esposa, la cruel Serena Joy, intenta concebir el tan ansiado vástago.
Nos detenemos al mismo tiempo, como si respondiéramos a una señal, y nos quedamos mirando los cuerpos. No importa que miremos. Podemos hacerlo: para eso están ahí, colgados del Muro. A veces los dejan durante días –hasta que llega un nuevo contingente–, para que los vea la mayor cantidad de gente posible.
Mediante numerosos flashbacks, Defred recrea su vida anterior a Gilead, una vida similar a la de cualquier otra mujer de nuestra época con un trabajo, una familia, una hija… Es precisamente a través de esos recuerdos, con la comparación constante de su vida anterior con la actual, como la autora consigue ponernos los pelos de punta. Porque, de esa manera, comprendemos que ese futuro distópico que se nos muestra no es tan improbable como parece, que, por muy asentados que estemos en una sociedad más o menos justa e igualitaria, siempre hay el peligro de que las cosas cambien y que lo hagan para peor. La misma Margaret Atwood nos lo cuenta en el prólogo de la obra: «Los cambios pueden ser rápidos como el rayo».
Otro de los aspectos destacables de El cuento de la criada es el tono de cruel ironía que la autora utiliza a lo largo de toda la narración. Defred se resiste a ser pisoteada por la máquina represora de la república de Gilead. Aunque de cara al exterior se comporte como la plácida y pasiva esclava sexual que le corresponde por su condición de criada, hay algo irreductible en ella, un odio y una rebeldía que, paradójicamente, es lo que la mantiene viva. Y esa actitud disidente la muestra Margaret Atwood de forma magistral con un sentido del humor desesperanzado y amargo, el sentido del humor característico de las personas que lo han perdido todo.
Pero ellas tienen una cafetera y botellas de vino porque ¿acaso las Esposas no pueden emborracharse un poquito en un día tan señalado? Primero esperarán los resultados y luego se hartarán como cerdas.
Se trata, además, de la típica novela que te atrapa desde las primeras páginas. El cuento de la criada, es de aquellos libros que te llevas a todas partes porque, sencillamente, no puedes dejar de leerlo. El ansia por saber es grande, las preguntas son constantes, el interés por la historia no decrece en ningún momento. Y la autora, con un pulso magnífico a la hora de dosificar la información, nos va dejando aquí y allá migajas de información que vamos recogiendo como hambrientos mendigos.
Serena Joy, la antagonista perfecta
Los personajes: otro acierto. Es fácil empatizar con Defred porque se trata de una mujer totalmente normal. No hay nada excepcional en ella, tan sólo las circunstancias que se ve obligada a vivir la convierten en la heroína que toda distopía necesita. Serena Joy, la Esposa, es la antagonista perfecta, una mujer reprimida y represora que maltrata a su criada de forma sutil y sistemática y que se debate entre la necesidad de cuidarla (es la única esperanza para hacer realidad su sueño de ser madre) y el odio y los celos crecientes que siente por ella. Mucho más ambiguo es el personaje del Comandante, una figura en apariencia ajena a ese mundo de mujeres que rodea a Defred, pero, que a medida que avanza la historia, nos descubre diversos ases en la manga, a cada cual más sorprendente.
Un hombre al que observan varias mujeres. Debe de sentir algo muy extraño. Ellas mirándolo todo el tiempo y preguntándose y ahora ¿que hará? Retrocediendo cada vez que él se mueve, aun cuando sea un movimiento tan inofensivo como estirarse para echar mano de un cenicero.
Se ha hablado mucho, y no demasiado bien, del final de novela, un final que, evidentemente no revelaremos, pero que es posible que nos deje algo insatisfechos. Se trata de un final abierto, demasiado abierto quizá para este tipo de historia, pero ése no es el problema. El problema es posiblemente, el haber recurrido a la tan manida fórmula del manuscrito encontrado, un recurso que contrasta en cierta manera con la estructura tan limpia y sobria del resto de la novela. En todo caso, no se trata de un mal final.
El cuento de la criada es, por lo tanto, una novela imprescindible, no sólo en lo que respecta al género de la ciencia ficción sino también al de la literatura universal. Una obra que, a pesar de tener sus años, sigue plenamente vigente (por desgracia) y de la que se puede aprender mucho.