Título original: The Shape of Water
Idioma original: Inglés
Año: 2018
Editorial: Umbriel
Traducción: Antonio Padilla Esteban
Género: Fantasía
La forma del agua. ¿El libro o la película?
No creo que sea necesario explicar de qué trata La forma del agua. Estoy segura de que a estas alturas ya todo el mundo ha ido a ver la película al cine o le han contado por encima de qué va. Pero por si queda algún despistado, la historia nos habla de la relación que surge entre Elisa, una chica de la limpieza muda, y una extraña criatura anfibia traída del Amazonas.
Cuando descubrí que había un libro de la película, imaginé que sería parecido a lo que hicieron con Animales fantásticos y dónde encontrarlos, imprimir el guión y venderlo con una portada bonita para recaudar más dinero. Como mucho, pensé que habrían hecho una novelita corta, de no más de doscientas páginas y, ya que no había visto La forma del agua todavía, me dije: «¿por qué no?». Si os digo la verdad, la historia no me llamaba mucho la atención, pero siguiendo mi ritual pensé que primero leería el libro y luego iría a ver la película para comparar (y despotricar un poco).
Pero no podía estar más equivocada en mis suposiciones. El libro, no sé si lo habéis visto por ahí, tiene casi 400 páginas. Así que no tiene nada de novelita y mucho menos de guión. Es una señora novela y una historia maravillosa. De modo que si os ha gustado la película, el libro lo vais a disfrutar aún más. Es más, cuando llevaba alrededor de ciento veinte páginas leídas, me di cuenta de que me estaba enamorando de los personajes, de la historia, de la forma de relatarla y comprendí que, o iba de inmediato a ver la película o cuando fuera a verla, me parecería un despropósito. Así que fue al cine esa misma semana. Y, lamentándolo mucho, el libro es mejor. Yo no sé nada de cine, así que no me voy a meter en los aspectos técnicos de una película. Está muy bien hecha y es muy bonita, pero no me ha hecho sentir lo que consiguió el libro. Lo siento, Guillermo del Toro.
Las comparaciones son odiosas
Está acercándose. Erguido, como si ya no estuviera nadando, sino andando. […] Está acercándose. Las branquias a uno y otro lado del cuello tremolan como mariposas. El cuello aherrojado por un collar de metal en el que las cuatro cadenas convergen. Está acercándose. Tiene el físico de un nadador, con hombros como puños cerrados, pero el torso de un bailarín. Cubierto por unas escamas diminutas, que titilan como diamantes, tan lucientes como la seda. Por su cuerpo entero discurren unos remolinos elaborados y simétricos. Ya no está acercándose. Está a dos metros de distancia. Ahora no se oye ni el agua que cae de su cuerpo a chorros.
Voy a hablar un poco de las cosas que he descubierto gracias a esta lectura y que alguien, por cualquier motivo, pensó que era mejor erradicar de la película. La primera parte del libro, titulada «Primigenio», juega con una alternancia entre el viaje de Strickland, el malo, al Amazonas y la vida de Elisa, colocándolos en una posición relevante. Ambos son los polos opuestos que giran alrededor del Deus Brânquia, como lo llaman las tribus aborígenes: su salvadora y su destructor. Y como una gota que cae en la superficie de un lago, las ondas producidas por la existencia de la criatura van transformando poco a poco la vida de todos los personajes de la novela.
Curiosamente, conocemos a Strickland antes que a Elisa, dándole una importancia que no parece ostentar en el film. Sí, es el malo, pero no vemos demasiado de sus motivaciones. Y la realidad es que Strickland es un personaje mucho más complicado de lo que parece. Su relación subordinada con el general Hoyt, el trauma que arrastra desde la guerra y que se me ve acrecentado por la expedición al Amazonas, así como su concepción más bien cuadriculada de la vida le hacen un personaje muy bien construido, aunque también difícil de apreciar.
No hay hombre que haya pasado diecisiete meses en las selvas de Sudamérica y pueda reaclimatarse a la vida civil así como así. Lainie lo sabe y trata de ser paciente. Pero resulta complicado. Ella también ha cambiado durante esos diecisiete meses.
Otro de esos personajes desaprovechados por la película es Elaine. Seguramente no sabéis a quién me refiero y es que apenas aparece en una escena o dos, pero Elaine es la esposa de Strickland. En la película no es un personaje relevante, nunca entra en contacto con la criatura ni con Elisa. En definitiva, es totalmente prescindible para la trama principal. Pero en la novela el personaje de Elaine muestra una impresionante evolución, encontrando el coraje para buscar la vida que desea lejos de lo que se supone que una mujer de su posición debe ser. Porque como Giles o Hoffstetler, Elaine es uno de esos personajes por los que terminas sintiendo un cariño especial. Y se merece una mención al menos por eso.
En cuanto a Elisa y la criatura, me quedo con el libro porque te permite deleitarte con el crecimiento de su relación con pausa, saboreando cada momento como esos postres que te comes despacio para hacerlos durar. En la película, su relación se me antojó más brusca, sin ese cosquilleo que me producían las palabras cuando ellos estaban juntos. Me parecía más precipitada, menos especial que como yo lo veía en mi mente. Sé que esto ha terminado siendo una comparativa, pero creo que es inevitable. Sobre todo con teniendo en cuenta el bombo que se ha dado a la película.
Evidentemente, un libro siempre te permite explorar mucho más, tomarte las cosas con más pausa o profundizar en ciertos aspectos y traumas de los personajes, en recuerdos o vivencias escondidas que un director puede verse obligado a recortar porque una película no puede durar cien horas. Comprendo eso. Y por eso, desde mi punto de vista, un libro siempre te reserva una visión mucho más amplia y completa que una película. Eso no quiere decir que la película sea mala, pero los lectores solemos responder del mismo modo cuando nos dan a elegir entre una cosa y la otra.
Un último reclamo para los lectores
Creo que no he hablado tanto del libro como debería, así que voy a añadir un par de cosas. Aunque, como comentaba más arriba, el ritmo es pausado, La forma del agua no es una de esas novelas en las que sientes que las cosas suceden demasiado despacio. En realidad, es una lectura con la que se te pasa la parada del autobús o rezas para que haya un atasco y un par de semáforos en rojo. Hay muchos detalles e imágenes preciosas que distinguen el libro de su homónima. Pequeñas cosas que pueden parecer insignificantes, como los aullidos de los monos y las enredaderas que se cuelan por los agujeros de los enchufes en la mente de Strickland, o el modo en que la criatura se mueve sin agitar el agua, o refleja su deleite por la música en las bioluminiscencias que produce; pero una va tomando nota y termina sin ser capaz de imaginar la historia sin ellas. Os invito a buscarlas.