Año: 2019
Editorial: Torremozas
Ilustraciones: Carmen Narbarte
Género: Relatos (fantasía)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
Dichosos caníbales es una obra difícil de clasificar, o que se podría describir de muchas maneras: prosa poética, narrativa de lo cotidiano, literatura intimista o fantasía oscura. De hecho, por la carga que se le otorga a las ilustraciones y collages compuestos por la propia autora, uno no tiene claro si son las imágenes las que acompañan al texto o es el texto el que desarrolla las imágenes, o una mezcla de ambos. La confluencia de todos estos elementos le otorga a Dichosos caníbales un carácter sumamente singular y muy personal, con un lenguaje propio y distinto, tanto en las formas como en el fondo, a la línea narrativa y argumental de la mayoría de obras de género contemporáneas.
Un estilo propio
Carmen Narbarte (Madrid), cuentista e ilustradora independiente, ha publicado numerosos relatos en diversas antologías, resultando finalista en premios como el XIX Premio Ana María Matute o el I Premio Internacional de Microrrelato Museo de la Palabra. Dichosos caníbales es la segunda obra que publica con Torremozas (editorial con la que Arantxa Rochet ganó nuestro Premio Guillermo de Baskerville en 2018), tras la edición de 2012 de La libertad de contar con algunas criaturas.
La obra, ciñéndonos a los elementos literarios, es un conjunto de veintidós relatos y microrrelatos de diversa índole y sin otra conexión entre sí que el personal estilo narrativo de Narbarte. Algunos de ellos, como «Ingenios del refranero: un tío de Alcalá», desarrollan una trama en la que se incluyen protagonistas y personajes secundarios, donde un elemento inesperado arranca la acción y la estructura presenta un patrón clásico de presentación, nudo y desenlace. En este cuento, se encuentran alusiones a la posguerra y la emigración forzosa a la que se vieron abocados tantos españoles, sin caer en excesivos dramatismos ni centrar en esas condiciones el desarrollo del relato.
Esta tarde nieva, como la de tantos sábados, y escuchan el murmullo de la tele, sin atender a un presentador con gafas de buceo, que se desliza entre olas azules de cartón. Podrían salir a visitar los patos, refugiados en las casetas del lago, y terminar evocando el espléndido sol que nunca falta en su tierra salmantina. Pero están cansados; bastante tienen con superar los malentendidos en la cadena de montaje y los agotadores controles de calidad de la semana.
A pesar de los años transcurridos en Spitzburg, los dos suponen que cualquier contratiempo se remediaría mejor en Salamanca, pero ya no hablan de ello.
Otros cuentos, sin embargo, especialmente los microrrelatos, son mucho más alegóricos y apenas desarrollan más que las reflexiones de una voz en primera persona o la descripción de una imagen evocada o un recuerdo. Suelen aludir a los sueños, y mezclan elementos nostálgicos con símbolos que en la mayoría de ocasiones no he logrado desentrañar. Así por ejemplo, «Carne espinosa», en el que se explica que alguien va al mercado a comprar pescado y después desenvuelve el paquete en casa, o el cortísimo «Encendidos», que reproduzco completo a continuación:
Una noche, mi vecino y yo quedamos encerrados en el mismo sueño. Desde entonces, la tele permanece encendida y ninguno de los dos nos animamos a mover un solo dedo desde el sillón para impulsar el botón del mando y desconectarla.
Si bien no parece haber una línea común en el contenido de los textos, Dichosos caníbales sí presenta la suficiente integridad y coherencia como para componer una obra acabada. Esto se debe a dos motivos, el carácter personal de la escritura de Narbarte y la continuidad en el estilo de las ilustraciones.
Así, Narbarte utiliza el lenguaje de manera tal que el lector transita en una línea a caballo entre la realidad y los sueños, donde nunca queda del todo claro si lo que está leyendo es literatura realista o fantástica. En el microrrelato que cierra la obra (para mí uno de los mejores), una voz en primera persona, sin nombre, escucha la llamada de un cuervo que la fuerza a mirar al vacío. ¿Tal vez el cuervo de Poe? ¿Es el cuervo una metáfora de la muerte, de la existencia misma o de lo trágico? ¿O es simplemente un cuervo que grazna? La escritura de Narbarte, plagada de elipsis, exclamaciones, interrogantes, comas que cortan las oraciones subordinadas o metáforas y símiles, se ubica siempre en ese terreno de las preguntas sin respuesta, incluso en los cuentos en los que opta por una estructura lineal.
A ello acompaña la sucesión de imágenes, dibujos y collages, también fragmentarias, pero, como decía al principio, con el mismo peso que las palabras. De hecho, al menos un tercio de las ciento dieciséis páginas de Dichosos caníbales debe estar formado por elementos gráficos.
Las ilustraciones muestran ciudades teñidas de distintos tonos, o cortadas por la imagen de una persona, y también animales, maniquíes, trenes, seres humanos, entremezclados o emergiendo sobre un fondo de colores y texturas irreales. En general, una o varias de estas ilustraciones acompañan a cada uno de los textos, aunque, en consonancia con el estilo narrativo y el desarrollo de los cuentos y microrrelatos, de manera ambigua e indirecta.
En resumen, Dichosos caníbales es una obra diferente, tanto en su propuesta estética (híbrida entre la pintura, el collage y la literatura) como en el desarrollo de los propios textos, que con toda probabilidad a cada lector le transmitan emociones distintas.