Obra ganadora del Premio Guillermo de Baskerville 2017 a la mejor ópera prima
Año: 2017
Editorial: Expediciones Polares
Género: Novela
Valoración: Está bien
El drama existencial de la generación millenial
Si hay algo en este mundo que me devuelve la fe en la humanidad es comprobar que, entre toda esta mediocridad que nos ahoga y entumece, todavía existen jóvenes especialmente dotados para el poco agradecido mundo de literatura. Rosa Moncayo Cazorla (Palma de Mallorca, 1993), la autora de Dog Café, es uno de ellos.
Resulta digno de admiración que una escritora tan joven haya sido capaz de escribir una obra tan calibrada y madura como Dog Café (Expediciones Polares), una novela que sin pretensión alguna de realizar análisis sociológicos ni convertirse en adalid de una nueva generación, muestra a la perfección la angustia vital que sufren muchos jóvenes que ahora están en la veintena.
Dog Café es una novela escrita con el corazón abierto de par en par. Sincera y crítica a partes iguales, nos muestra la realidad de una generación, los Millennials, que a pesar de tener la necesidades básicas cubiertas, no le encuentran el sentido a la vida.
Una mirada fría y escrutadora
Basta con echar un vistazo a la biografía de Rosa Moncayo Cazorla para comprobar la similitudes entre la autora y la protagonista de Dog Café, Várez. Ambas tienen más o menos la misma edad, trabajan en una multinacional y han estudiado en Corea del Sur. Es un recurso habitual cuando se trata de una ópera prima y, sin embargo, en este caso hay en todo momento una sensación de alejamiento entre personaje y autora que resulta tan interesante como perturbador. Es como si Rosa Moncayo observase a su protagonista desde otra dimensión, a través de una mirada fría y escrutadora pero sin emitir en ningún momento ningún juicio ni lección moral.
Una caída progresiva en el abismo
Angustia, tristeza y soledad. Esa es la vida de Várez, una joven con una inteligencia abrumadora y, al mismo tiempo, tan sensible e indefensa que, poco a poco, se ve obligada a encerrarse en su propio caparazón para evitar el contacto con las personas que la rodean.
Cuando era pequeña nunca quería que llegase la hora del recreo; el resto de compañeros la esperaban ansiosos, sus manos chapoteaban sobre la mesa y sus ojos lapidaban el reloj con excéntrica ilusión. Me resistía a abandonar el pupitre porque no tenía amigos; recogía mi material escolar con ágil lentitud, un sosiego estratégicamente estudiado que me concedía unos minutos de apreciada invisibilidad.
Estudiante brillante, casi una niña prodigio, Várez trabaja en una multinacional y vive en Madrid, en un piso compartido. Pero, a pesar de ello, no es feliz. La marcha de su amante, Elías, un hombre mayor que ella, marca el inicio de una caída progresiva en el abismo y en la depresión.
Lo mejor, los flashbacks
La novela combina con acierto la acción presente con continuos flashbacks que nos trasladan a su infancia o a su estancia en Seul, un viaje iniciático que le permitió conocer a la que probablemente fue su única amiga, Kabi.
Son precisamente estos flashbacks lo que, para mí, resulta lo más acertado de Dog Café. Y es que Rosa Moncayo se luce cuando se convierte en narradora. La escena en la que muestra las vejaciones que sufrió en la escuela por parte de sus compañeras es, quizás, una de las más brillantes de la novela, así como la que describe su visita al Dog Café de Seul, y que da nombre a la novela. También está especialmente dotada para la descripción de personajes (magistrales la de Elías y, sobre todo, la de su amiga Kabi).
Me acordé de sus costumbres de coreana insolente, sus infinitas heridas, su temor a las cifras pares, los gestos, su manera de responder ante la vida, los dientes separados, la niebla que cruzaba su cuerpo cuando caminábamos juntas hasta la universidad, la soledad que habíamos compartido –sin saberlo– a través de los años.
La narración, sin embargo, se vuelve más gris cuando refleja estados emocionales. Además, de resultar algo reiterativa, la autora utiliza, en ocasiones, unas estructuras algo arcaicas, además de abusar de los adjetivos y de las palabras abstractas. Se trata, sin embargo, de pecados muy frecuentes en autores tan jóvenes y que resultan fácilmente subsanables.
El final, triste pero esperanzador, concluye de forma lógica y elegante el ciclo vital de la protagonista. La novela termina de la misma manera que empieza, con una mala noticia pero, en este caso, en lugar de hundirla, da la impresión de que le ayuda a salir a flote.
Dog Café es una novela intimista, escrita con una voz potente y sincera. Una admirable opera prima que convierte a su autora en una promesa a tener en cuenta en el futuro de la literatura de nuestro país.