Año: 2016
Editorial: Autopublicado
Género: Novela (fantasía)
Valoración: Está bien
La necesaria dosis de fantasía mensual
Dato estadístico para morbosos y demás gente curiosa vacunada contra las supersticiones: con el libro que traigo hoy, La caja de Bernit, ya son 13 los autopublicados que reseñamos en lo que va de año. El año pasado establecimos nuestro récord en este campo con nada más y nada menos que 25. ¿Seremos capaces de superarlo? Ese es nuestro objetivo, al menos.
En el continente de Wolyan todavía es posible encontrarse con bardos a los que, si se les tira de la lengua convenientemente, pueden contarte alguna historia fabulosa. Y a veces, incluso, esas historias pueden estar inconclusas porque todavía no han llegado a su final. Eso es lo que les ocurre a los hermanos Mikos y Faín con Pequeño —un juglar de gran envergadura pese a su nombre—, que les narra las desventuras de dos amantes fortuitamente separados: Plira y Balpo. De fondo, una guerra de grandes dimensiones que podría acabar con todo Wolyan.
La caja de Bernit es un libro de fantasía medieval, clásica o épica, como se la suele conocer, aunque yo no esté muy de acuerdo con este nombre. Es también la ópera prima de su autor, Pablo Ferradas. Y además, por el tono de la narración, podemos decir que se trata de una obra infantil/juvenil de aventuras a la que no le faltan sus buenas dosis de acción y de humor. La mezcla, con amorío y viaje del héroe incluidos, no es la más original del mundo, pero aun así se trata de una lectura fresca, divertida, ágil y que cumple a la perfección con la dosis de magia y fantasía que un servidor necesita cada mes. Además, para aquellos que no sabéis qué hacer si una obra de este género no lleva mapa, esta incluye el suyo a todo color. Y es así de guapo:
El principal objetivo del autor no es construir una historia seria que quede grabada en el ideario colectivo de los amantes del género. Pablo Ferradas ha preferido centrarse en su propia narración, ir poco a poco con su mundo —muy rico y bien trabajado— y mostrar lo justo para hacer una historia entretenida sin mayores pretensiones. Y debo decir que lo consigue con bastante soltura.
—¿Es que nunca ocurre nada interesante ahí, a la vuelta de la esquina, y en este preciso momento?
—¡Por supuesto que sí, chico! —Pequeño alzó las palmas de las manos y en sus labios asomó un atisbo de sonrisa—. En cualquier momento y donde quiera que mires, ocurren cientos de cosas asombrosas. Mira hacia allí. —El juglar señaló una calle oscura y angosta, casi un estrecho pasillo entre dos edificios—. Antes de que cuentes hasta diez, la cruzará un ladronzuelo pelirrojo. En sus manos lleva una caja llena de baratijas que ha conseguido hurtar de un puesto en la plaza del Mercado.
El poder mágico de los detalles
Dijo alguien que no recuerdo —y si no, pues me apunto la autoría de la frase— que la magia es el arte de saber hacer realidad lo imposible, y esto es precisamente lo que hace, a su manera, este libro. La caja de Bernit está lleno de referencias que bien podrían pasar desapercibidas, pero que están ahí para construir la historia y reforzar la idea de que la magia existe, de que lo irreal es real. Podemos encontrar guiños a obras como Las crónicas de Narnia, Harry Potter, El nombre del viento, El hobbit, La princesa prometida o Willow, entre muchos otros. Podría decirse que, aunque por cuestiones de edad los lectores objetivo de esta novela no lo sepan, todo el texto es un homenaje a esos libros —y películas— que fueron capaces de hacer posible la magia.
Otros de esos detalles de los que hablo se encuentran escondidos de forma más sutil todavía. Un ejemplo es el uso de anagramas para construir nombres de personajes y ayudar con ello a afianzar la personalidad de los mismos. Otro ejemplo es el nombre de los capítulos, siempre formado por las últimas palabras que aparecen en el capítulo anterior; una forma magnífica de reforzar la complicidad con el lector y, ya de paso, mantenerlo enganchado. Bien jugado, señor Ferradas, bien jugado.
Finalmente se dio por vencido, se encogió de hombros y le hizo un gesto al juglar para que continuara con la historia; confiando en que aquel extraño personaje mantuviera su ofrecimiento después de concluir el relato. Faín se consoló pensando que, en el peor de los casos, aquella no sería la primera noche que se acostaban sin cenar, y lo más probable es que tampoco fuera la última.
—Las historias nunca terminan del todo, jovencito —dijo el juglar—, tan solo se apartan a un lado para dejar paso a otras nuevas.
Es cierto que este libro tiene algunos problemas, como resulta inevitable en una ópera prima, pero ninguno de ellos es determinante ni logra inclinar la balanza hacia la zona peligrosa (aburrir, llevar al abandono, provocar el envío por correo ordinario de animales muertos al autor). Podría decirse que tal vez La caja de Bernit se desmadra un poco cuando entran en juego los distintos bandos, con sus ejércitos y sus respectivos generales. Hay un momento de confusión que, por suerte, queda resuelto antes de llegar al desenlace.
La novela es perfectamente autoconclusiva, al igual que también es perfectamente continuable, ya sea con los mismos personajes o con otros. Desde luego, Wolyan tiene suficiente espacio para más aventuras. Además, ¿qué otros continentes hay más allá de esos mares que circundan a este?, ¿qué hay más allá de la cadena montañosa que separa sus tierras del misterioso norte —muy a lo Canción de hielo y fuego, por cierto—?, ¿qué más aventuras esconde la historia que hemos empezado a conocer en La caja de Bernit?