Título original: Fahrenheit 451
Idioma original: Inglés
Año: 1953
Editorial: Ballentine Books / Minotauro
Género: Novela
Valoración: Así sí
Resulta, cuanto menos, curioso que la obra de donde hemos sacado la frase de cabecera de esta web (y de donde hemos obtenido gran parte de inspiración para el título de la misma) todavía no hubiera sido reseñada. Es momento de hacer justicia. Fahrenheit 451 es uno de esos libros que, leídos a edad temprana, marcan hasta el punto de crear aficiones. Tal vez le deba a él mi inclinación a escribir ciencia ficción, ya que yo fui uno de los que se lo leyó estando aún en secundaria, o el instituto, como lo llamábamos entonces (yo hice BUP, ¡glups!). La idea me atrapó de tal manera que por un tiempo sólo leí distopías del estilo (lo que desembocó en mi gusto por Huxley y mi pasión por Orwell).
Fahrenheit 451 en realidad significa la temperatura a la que el papel empieza a arder, unos 233 grados centígrados. Esto se debe a la profesión del protagonista, Guy Montag, un bombero que, en el mundo futuro e ignífugo de esta novela, se dedica a quemar libros. Quemar libros, claro, es una labor social que los bomberos realizan ya que, como todo el mundo sabe, leer llena la cabeza de malos pensamientos que llevan a una angustia y desasosiego sin remedio. Y en el mundo en el que vive Montag es obligatorio ser feliz. Un día, el prota, instigado por una misteriosa muchacha llamada Clarisse, decide salvar uno de los libros que tiene que quemar en su trabajo. Peor todavía, decide leerlo.
No hace falta tener un grado en Literatura Comparada para descubrir el intenso ánimo de crítica social que hay detrás de esta obra. Magistralmente ejecutada, Fahrenheit 451 nos presenta un futuro donde los grandes avances tecnológicos estupidizan a la sociedad, lo que trae, por tanto, la consecuente manipulación por parte de las élites dominantes. Puedo poner muchos ejemplos de ello, como que el país siempre está en peligro de una guerra de la que apenas se conocen detalles, que el uso de tranquilizantes es la norma, o que el signo de buena salud económica y éxito es tener las mayores pantallas de televisión en casa. Con respecto a la televisión, Ray Bradbury nos pinta una población infantilizada, preocupada por lo que ocurre en un programa llamado “La familia”, que viene a ser una especie de reality show. Recuerden, este libro fue escrito en 1953.
En el otro extremo se encuentra el papel de los libros, prohibidos por esa cosa tan nociva de hacer pensar a la gente de a pie. El mundo de la televisión, el consumismo y la superficialidad oficiales, choca frontalmente contra el mundo ilegal, oscuro y antisocial de los que siguen amando la literatura. Esto no es más que una nueva (e inquietante) forma de enfrentar la ignorancia contra el saber, el confort extremo contra la búsqueda inquieta de respuestas, la luz contra lo que parece dar luz.
Para finalizar, y aunque creo que este punto ya ha quedado suficientemente claro, hay que resaltar el carácter profético que este libro tiene (así como otros tales como 1984 o Un mundo feliz). Esto no significa que se vayan a cumplir todas las “predicciones” que en Fahrenheit 451 se hacen, sólo que, a día de hoy, podemos observar muchas de ellas. Basta con salir a la calle y ver que una gran porción de gente sólo levanta sus cabezas de la pantalla de sus smartphones para hacerse un selfie. El ingenio de Ray Bradbury no dio para tanto, pero sí que consiguió adelantarse varias décadas (repito, este libro es de 1953) al boom de gilipollismo actual. Se dice pronto.
En resumen, clasicazo de la ciencia ficción que ningún amante de la literatura debería perderse. Y sí, yo lo pondría como lectura obligatoria en los institutos, pero claro, yo también haría cosas como quemar todos los smartphones. En fin, sean felices y hagan como sientan. Pero lean, leñe.