Título completo: La doncella de hierro (Msichana wa Chuma)
Año: 2019
Editorial: Autoeditado
Género: Novela corta (ciencia ficción)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020
Pastiche sabio para compartir
En esta casa nunca dejamos de mirar lo que se mueve dentro del mundo de la edición kamikaze, lo que sucede en ese mundillo de autores y autoras que se lían la proverbial manta a la cabeza y se ocupan de todo lo que tiene que ver con el proceso de desarrollo de sus retoños. Por eso intentamos traer libros como este con frecuencia, porque valoramos el esfuerzo que suponen y la oportunidad para los lectores, la liebre que no salta en lo muy pulido por la mercadotecnia se jarta de brincar en los caminos poco transitados y, por eso mismo, agradables, llenos de sorpresa y capaces de hacer de un libro todo un brinco a lo desconocido.
Decimos en el encabezamiento de esta reseña que La doncella de hierro es una obra de ciencia ficción, pero es mucho más. Tiene alma pulp y gusto por esas novelitas de acción y aventuras en parajes exóticos que amenizaron la infancia de más de uno, ¡ay, Sandokán, tigre… de Malasia! Tiene mucho de London y de Stevenson, tiene la fascinación y el gozo de un chaval dispuesto a tragarse todo lo que suponga adentrase en el bosque y pelear guerras bien aliñadas. El componente de ciencia ficción, de hecho, es algo leve y original, un añadido quizás, pero de una importancia tan crucial que hace que nos inclinemos por calificar así esta novela.
La premisa de la novela es arriesgada, quién dijo miedo: colonialismo, tribus del África Austral, el doctor Livingston que se viene arriba y Wells, H. G. Wells, antes de ser el que le apretó las tuercas a la máquina del tiempo. Batiburrillo si os lo cuento así, delicada obra de amor por un tipo de literatura que entretiene y que es capaz de desarrollar la imaginación, una que se arrima al absurdo, que coquetea con él. Sobrevuela La doncella de hierro el peligro de pasarse con tanto condimento, pero no, el pulso narrativo pronto se aquieta, sabe mostrarnos el misterio central alrededor del que orbitan personajes y tramas, y sabe hacerlo en poco espacio ya que la obra es breve, intensa y divertida. En algunos pasajes, por si no os hubiera expuesto suficientes piezas para que vayáis armando el hambre previa, la obra toma tintes de terror sobrenatural, más combustible para este armazón que uno cree imposible de levantar pero que termina teniendo una consistencia más que aceptable.
Paisaje de fondo y gente muy famosa
La ambientación es un punto fuerte de La doncella de hierro. Se invoca con mimo esa África en la que todo era posible y al final todo fue expolio. Con esa doble vara juega también el autor para armar su aventura. Nos despierta la capacidad que tenemos, como bichos humanos, de maravillarnos ante lo desconocido para, después, darnos el palo. Encontraremos en este libro un continente que obedece al imaginario clásico colonial, al menos al principio de la historia, hasta que se desenrede la trama y veamos que no todo fue como nos contaron en Memorias de África.
Al inicio se siembra un misterio para azuzar esa tensión tan necesaria, más en libros con tan pocas páginas; se nos habla de una supuesta carta atribuida al mismísimo Wells a finales del siglo XIX. Es en esa misiva donde se recoge el desarrollo de la historia, reconstruida en un futuro cercano gracias a algoritmos más listos que el hambre desarrollados en una prestigiosa universidad africana. La Historia está para jugar con ella, para fumársela.
Llama poderosamente la atención cómo jalonan la lectura ilustraciones que reproducen grabados como los de los libros que leían nuestros padres en sus años mozos y que están ahí puestas para excitar la memoria de los que nacimos en el siglo pasado y ofrecer una tentación para la curiosidad de los nuevos lectores de novelas de aventuras. Estos usos editoriales propios de nuestra infancia —la de los niños, sobre todo, a ellas se les regalaban otras cosas por sus comuniones y cumpleaños, por desgracia—, son una gozosa trampa, unas arenas movedizas a las que apetece tirarse de bomba.
Cuando comencé a leer La doncella de hierro tenía arrumbada en un rincón de mi cabeza las historias de ese Doctor Lívingstone. Un chispazo de reconocimiento se encendió a las pocas páginas. Bravo por el autor y su acercamiento al cliché para homenajearlo y para aprovecharlo como materia prima para esta bizarra novelita.
El tema del colonialismo es tratado sin tapujos. Vemos como la historia se va escorando de una aparente aceptación tácita, casi homenaje a los voraces europeos, hacia una beligerancia crítica contra el homo imperialis y su colmillo que llega a todas partes. Deseamos que el pueblo Kitengo prevalezca, enseguida nos posicionamos, que su lucha no sea en vano.
Aun así vemos como el afán de conquista del animal humano y de otros seres que no nacieron en ningún rincón de la Tierra, es implacable, no cesa. Hay una suerte de pesimismo de fondo en la historia que se agradece, no hay idealización ni simplificación del universo que propone la obra.
Para qué enrollarse si se puede decir todo en un suspiro
El estilo de Gonzálvez es firme y sobrio, acorde y suficiente para el veloz discurrir de la narración. Se podría decir que es una fiel imitación de la voz curtida de sus protagonistas, de esos hombres con el pellejo pelao de selva y peligros. Voces de amos hoscos y displicentes que solo ven el terreno que pisan como algo a conquistar, sin necesidad de comprenderlo o respetarlo. Por eso, claro, esa tierra, sus gentes, sus misterios, los rechazan y les enseñan los dientes. Pero el vanidoso hombre blanco, inconsciente, insiste. Dice el tópico que el explorador vence las adversidades gracias a la inteligencia superior de su raza —sí, los relatos que inspiran esta obra eran más bien racistones—. Pero en esta historia se cambian las tornas, ya puede insistir las rubias gentes en su falta de compasión que aquí van a tener más dificultades de las que están acostumbrados.
Prevalece en todo el desarrollo de la novela una pregunta: ¿Quién es la doncella de hierro? ¿Ayudará a nuestro Wells o lo mandará a freír elefantes? El papel central de este personaje, llamada por los suyos Msichana wa Chuma, es lo que articula la trama, de lo que pasa en el corazón intrincado de la jungla depende el desenlace.
Me pareció deslumbrante el pasaje en el que conocemos, por fin, a esa doncella de hierro. Con un tempo y un tono que atrapan, está magníficamente escrito el ir adentrándose en lo oculto que representa la vegetación desbordante, en lo secreto, en lo increíble.
Otro personaje muy atractivo es L’mbo. Fascinante. El autor se sirve de él, de su rareza casi de fantoche, para ponernos en la sien un pájaro carpintero que martillea y nos señala, casi nos advierte, que hay algo que no encaja, que hay guepardo encerrado. Aquí algo no cuadra, pensamos, en esos modales excelsos, en los objetos fuera de lugar, en la vestimenta. Algo se nos oculta y pasamos el primer tramo de la novela intentando descubrirlo.
Otra parte que me satisfizo de la tramoya técnica de esta obra es cómo utiliza las notas aparte. Son clave y parte del relato. La conjunción de todas ellas ayuda a armar un todo consistente. El ir a picotear lo que nos falta fuera del cuerpo de la narración se hace agradable y divertido.
En definitiva tenemos en La doncella de hierro un relato breve pero pleno de saber hacer, de saber mezclar sin que se pierdan los aromas y sabores, con todo medido y sopesado. Un libro que nos muestra a un autor hábil, arriesgado y capaz de llevar a término las más gozosas chifladuras.
El Doctor Livinsgtone dio su visto bueno a este manuscrito. No te digo más.