La cabina mágica — Norton Juster

Título original: The Phantom Tollbooth
Idioma original: Inglés
Año: 
1961
Editorial: Random House / Anaya
Género: Fantasía / Juvenil
Valoración: Ovación

Acabo de terminar este delicioso libro y vengo corriendo a Libros Prohibidos para proclamar, a viva voz: ¡qué maravilla! ¡Así sí, leñe! ¡Así debe ser un libro juvenil, y no como aquel infumable Bambulo (“¡chúpame-el-culo!”) que nos hacían leer en el cole y todos odiábamos porque nos trataba como auténticos imbéciles, y no como las personitas ávidas de aventuras y magia que éramos!  ¡Qué pena que esta novela sea una desconocida en nuestro país! ¡Qué triste desperdicio! Porque, señoras y señores, este tesoro es todo un clásico en los países anglosajones, y por ello en Libros Prohibidos se merece la calificación de Ovación, aunque también le vendría como un guante un rotundo Así sí.

Se trata, a simple vista, de una novela juvenil de aventuras, pero es mucho más que eso. Para empezar, pertenece a ese maravilloso género de los libros-para-niños-que-cualquier-adulto-puede-disfrutar-plenamente, como el inigualable Charlotte’s Web o cualquier libro del gran Roald DahlLa cabina mágica tiene la capacidad de encandilar a los más pequeños, al ser un libro en el que la acción comienza desde la primera página y las aventuras se suceden a un ritmo vertiginoso. Al mismo tiempo, tiene una profundidad asombrosa que lo adapta fácilmente al paladar de cualquier adulto. Pero vayamos por partes.

¿De qué va La cabina mágica? Nos cuenta las aventuras de Milo, un chaval de edad no especificada pero que debe de rondar los 12 años, y cuyo ánimo, como el de tantos otros chavales de su edad, oscila constantemente entre el tedio y la desgana. A ojos de Milo, la vida no ofrece nada interesante y siempre desearía estar en cualquier otro lugar menos en el que está. Todo cambia cuando, en la tercera página del libro (ya dije que la acción empezaba rápido), Milo descubre en su cuarto un paquete que contiene todo lo necesario para montar una cabina de peaje, además de un mapa, unas monedas para pagar al paso por el peaje, y un mensaje que reza:

UNA GENUINA CABINA DE PEAJE, DE FÁCIL MONTAJE EN CASA, Y PARA USO DE AQUÉLLOS QUE NUNCA HAN VIAJADO A LAS TIERRAS DE MÁS ALLA. […] LOS RESULTADOS NO ESTÁN GARANTIZADOS, PERO SI NO ESTÁ PLENAMENTE SATISFECHO, SE LE DEVOLVERÁ EL TIEMPO GASTADO.

Como no tiene nada mejor que hacer, Milo decide coger su coche eléctrico de juguete y cruzar la cabina, pagando el correspondiente peaje y entrando de pronto en la tierra de más allá. A partir de ese momento, comenzarán a sucederle todo tipo de aventuras absolutamente tripescas al más puro estilo Alicia en el País de las Maravillas. Milo pronto se embarcará en una misión para rescatar a las princesas Razón y Rima, cuyo encarcelamiento ha hecho que esté todo patas arriba en el Reino de la Sabiduría. A lo largo de su misión, Milo visitará el mercado donde se compran las palabras que uno necesita (y se venden las que uno ya no piensa usar), conocerá la orquesta encargada de hacer emerger todos los colores del mundo y el castillo donde se fabrican los sonidos,  se adentrará en la mina en la que se excavan los números, trepará las montañas de la Ignorancia (plagadas de monstruos como el Demonio de las Excusas, el Sabelotodo y la Gigantesca Exageración), y poco a poco irá descubriendo que el mundo, en todos sus pequeños detalles y matices, es mucho más fascinante de lo que pudiera parecer a simple vista.

Aunque la comparación con el clásico de Lewis Carroll es inevitable, las aventuras de Milo tienen un carácter alegórico más claro. Con los personajes estrambóticos que aparecen, los diálogos plagados de juegos de palabras, las situaciones absolutamente absurdas que vive Milo, el autor se permite construir una crítica a la sociedad americana de la época (aunque es perfectamente válida para hoy en día). Se pretende que el lector reflexione y se dé cuenta de las desgracias que llegan con la pérdida de tiempo, el conformismo, el desinterés por el conocimiento, la excesiva especialización, el descuido de la lengua, y tantos otros males. ¡Cuánto tenemos que aprender de este pequeño librito! ¡Y qué gigantesco canto a la vida, a la belleza, a la razón! Cuando Milo vuelve al mundo real, éste se le aparece rebosante de potenciales aventuras y secretos por descubrir:

“Bueno, me gustaría hacer otro viaje como este,” dijo, poniéndose de pie, “pero realmente no sé cuándo tendré tiempo. Hay demasiadas cosas que hacer aquí.”

Pero no penséis que se trata de un libro que alecciona abiertamente al lector en tono paternalista. Todo lo contrario. El libro es, si me permitís la expresión, un descojone constante. Más de una vez me he reído a carcajada suelta leyéndolo. Aparte de que todos los personajes son muy graciosos por sus características y actitudes (como el policía de Dictionopolis -la ciudad de las palabras-, que se va inventando las leyes sobre la marcha y tiene mucho interés en meter a todo el mundo en la cárcel, pero se la trae al fresco el mantenerlos dentro), Norton Juster tiene una maestría asombrosa del lenguaje inglés, y está constantemente creando dobles sentidos, con un resultado absolutamente brillante y extremadamente hilarante.

Por desgracia, y debido en parte a los constantes juegos de palabras, dudo muchísimo que sea un libro que se pueda traducir al español sin que se pierda gran parte de la gracia o sin que el resultado sea una de esas horribles traducciones calamitosas que plagan las estanterías de nuestras librerías. Es seguramente debido a esta razón, y a la incapacidad general de los españoles con el inglés, por lo que esta joyita esté condenada a permanecer en el desconocimiento en nuestro país. Una auténtica pena, señores. A aquellos de vosotros que no os dé pánico leer en la lengua de Walt Whitman, os recomiendo encarecidamente que os embarquéis en esta aventura. No os arrepentiréis, os lo prometo.

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