Obra finalista de los Premios Guillermo de Baskerville 2018. Categoría de novela corta.
Año: 2017
Editorial: Cerbero
Género: Novela corta (terror)
La nueva novela gótica
Comenzó con un crujido y una vibración, como empiezan todas las cosas en Blueberry Hill.
Traemos de nuevo una crítica de la editorial Cerbero. Si bien ya he leído dos novelas breves de este sello (CloroFilia y 36, ambas nominadas a los Premios Guillermo de Baskerville 2017 y rivalizando en mi corazón y, espero, en el del jurado), es la primera obra de terror a la que me enfrento. Algunos de mis compañeros sí han hablado de obras de este género, o productos aproximados, solo tenéis que pasearos un ratito por la web. Hoy os traigo La chica descalza en la colina de los arándanos, el relato con el título más largo del mundo.
De vez en cuando pienso con nostalgia en cómo sería la novela gótica en el siglo XXI. Es un género genial, ominoso pero divertido, y habla de temas que me interesan mucho. Pero la novela gótica tiene un recorrido muy breve y desaparece como tal demasiado pronto, y ya solo se encuentran retazos de autores que, como yo, echan de menos este tipo de novelas e intentan reproducirlas. Pero, y aquí es donde quiero llegar, no ha habido una continuación del género, los conflictos se han desvanecido y ¿quién se ha molestado en buscar una recuperación? Si la hubiese, creo que sería algo muy semejante a La chica descalza en la colina de los arándanos.
La historia es la siguiente: hay una casa, hay un habitante muy extraño y muy poco de fiar y hay toda una trama vertebrada en estos dos personajes, relacionada con aquella chica descalza del título. Con esta información os debería bastar. La casa, Blueberry Hill, es (aparte de la máxima razón por la que os hablo de la novela gótica) el elemento más singular de la obra. Mories ha conseguido de forma muy eficiente que la casa sea un personaje más, uno destartalado, claustrofóbico y con un deje malévolo que se cierne sobre el resto de elenco y sobre el lector. No solo es una excelente ambientación para la obra, por aterradora, sino que además es causa y final de toda la historia, todo lleva a ella y todo confluye en ella, y esto es magnífico. Es una casa encantada en la que todo cruje, hay ruidos de ultratumba y hace frío: leer el relato, cerrar los ojos y comprender el terror es todo uno. Su forma de hablar de ella recuerda a la de Shirley Jackson en La maldición de Hill House, y a medida que el texto avanza, una no cesa de pensar en ese memorable inicio de la autora norteamericana en el que nos percatamos de que es la casa el verdadero ambiente maligno y ponzoñoso que lo rompe todo.
Blueberry Hill no podía consolarnos, porque para ella todo aquello era ajeno. La casa respiraba, sentía, oía, Veía. Siempre veía. Y no sabía de indiferencia.
La ‘no ilusión’ de la vida
Hay algo que me ha gustado especialmente, y es cómo Mories es capaz de tratar tantos temas, más allá de la trama de la obra, en un relato tan breve. La historia lineal que aquí se nos cuenta es habitual en el género, y aunque en su narración tiene algunos puntos novedosos, no es especialmente original a nivel temático. Pero es en las reflexiones de la narradora donde encontramos la carnaza; y esto no deja de sorprenderme bastante. A fin de cuentas, la autora tan solo cuenta con unas ciento y poco páginas, pero La chica descalza… no parece necesitar más para relatar toda una trama de pérdida, de soledad y de muerte, de comprensión de lo que se ha perdido en la vida y, lo más importante, de la lucha entre dos fuerzas inmensas, la de Nick y la de ella.
Es en su relación, muy especial también, en la que se articula todo esto. Si la figura de ella es el ojo observador, la narradora y la que vertebra la mayor parte de motivos de la obra, en la pulsión entre ellos encontramos una especie de desilusión que no es tal, sino más bien una no ilusión ante la vida, que reviste a toda la novela de un tono sombrío que le hace mucho bien y lo convierte en algo más que una novelita de entretenimiento. ¿Y qué es la no ilusión? Es una especie de escritura decepcionada, desapasionada, por parte de la narradora, que escribe como si acabase de despertar de un profundo sueño y se hubiese dado cuenta de que todo lo anterior era, en realidad, una mentira, un vacío… algo así.
Necesidad de un lector activo
Confieso que estaba dispuesta (¡por fin!) a gozar de unos pocos trechos de lectura que solo fuesen eso, lectura, ligereza, terror sin cargo de conciencia, algo amable para con mi cerebro. Y no, para nada, esto no es así. La verdad es bastante diferente, puesto que La chica descalza en la colina de los arándanos exige un lector activo. Sin llegar a ser dificultosa de entender en ningún momento, si propone una serie de saltos, de cambios de perspectiva, de giros inteligentes que, aparte de tratarse de momentos narrativos de mucho ingenio, requieren una cierta concentración. Todo esto Mories lo hace con una prosa sin florituras, muy dirigida a conducir la trama de los personajes sin detenerse más allá de lo necesario en lo visual, en lo atmosférico que parece construirse solo. Utiliza bien una serie de imágenes muy del género, pero no se centra en ello. Pero claro, esto, de nuevo, es lo normal. En mi edición solo hay 129 páginas, como para detenerse en lo dispensable. Sé que la cita siguiente parece confirmar lo contrario, pero debéis creerme en eso de que busca la concreción en su narrativa excepto para desarrollar los temas más trascendentes de la obra (eso que llamo la no ilusión, que ya lo sé, menudo palabro, pero cómo explicar el desapego, la soledad y la indiferencia en un solo término).
Los faroles del porche bajo el cielo crepuscular parecen dientes de león luminiscentes rodeados por un halo brillante, como si fueran cabezas de santos redivivos escapados de alguna iglesia. El olor húmedo del patio, del tejado, se cuela por las rendijas de las ventanas. Me recuerda a algo verde y marrón, vivo y podrido a la vez, orgánico, en cualquier caso.
La chica descalza en la colina de los arándanos es una novella de terror al uso, o solo lo parece, porque es muy moderna en las formas y un poco, como os anticipaba, la evolución lógica de la novela gótica, con un tono menos inocente pero más lacónico, con toda la amargura que conlleva este tipo de narrador que Mories ha elegido y con una serie de momentos que cambian la perspectiva al completo. Todo esto hace que sea una lectura muy fluida, que no decae, que interesa en todo momento y que es, además, muy amena y amarga, de estas que pese a hacerte sentir incómoda y mal a gusto, buscas seguir leyendo. Es uno de estos relatos cuyo conflicto podrías poner de ejemplo para mostrar cómo el terror es capaz de plantear dilemas humanos de forma magnífica, porque eso hace.
Merece la pena; 129 páginas de angustia, incomodidad y desagrado amables con el lector, pero el entretenimiento es para siempre. Animaos con ella.