Obra finalista de los VI Premios Guillermo de Baskerville, categoría de Novela
Año: 2019
Editorial: Cerbero
Género: Novela (terror)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
Del terror deriva la angustia
Como hay que poner etiquetas hasta a las etiquetas, hemos encajonado esta novela en el género de terror y, oye, sí, canguelo da. Pero ¿existirá por ahí el género de opresión, de angustia, de apretar las tuercas hasta que venga el vómito? Puede que todo esto sean variantes de un vasto y glorioso territorio en el que Nieves Mories, ya asentada en nuestra casa de paredes húmedas y ruinosas, se mueve a sus anchas, tanto que parece haber sido ella la primera en cartografiarlo.
Cómo no querer enfrascarse en una historia que comienza con un romance. No, no un folletín, un romance, de los de riman pares y libran los impares, sí, poesía. Pobre hija del sepulturero, que nadie la quiere. Y en ese desamor, o en ese amor tan espeso y atormentado, tan enfermizo visto desde fuera, crece toda la trama. Ahí nace y va tomando conciencia de sí misma, Victoria, protagonista y narradora en primerísima persona, aunque tiene detrás una buena compaña de palmeros singulares.
El prólogo promete una prosa descarnada, arriesgada, pulsante. Se nos dice en esta introducción que la autora va a tumba abierta (yo digo que dormía en un nicho abrazada a un tasajo de cadáver a modo de peluche), que se expone sin miedo. También se nos habla de psicoprosa —etiquetas per tutti—, que viene a ser mucho de esa exposición sin red de seguridad, ese darse la vuelta la piel para dejar a la vista las vísceras palpitantes, mucha emoción desbocada pisando un suelo de sufrimiento sin disimular. Secretos y carne de subconsciente hechos novela.
¿Queréis más? Seguro que sí, viciosillos. Asuntos de muertos puede parecer sádica o masoquista, depende; y lo es, pero también es un cuento de hadas con dientes afilados, una fábula sobre la inadaptación, sobre la presión a la que son sometidos los seres de luz oscura por ser como son: distintos y peligrosos.
La historia en sí se nos cuenta después de estos prolegómenos suculentos con un arranque pausado, nos da tiempo a ir familiarizándonos con la riqueza del estilo de Mories, con su limpieza y definición, con esa especie de balbuceo lúcido que hace de la voz de Victoria un deleite. Hay mucho oficio en estas páginas, mucho pulso, mucho control de los tempos. También vamos, gracias a una dosificación sabia y perversa de los indicios, haciéndonos una idea de qué serán esos asuntos de muertos.
Basta un solo capítulo para descubrir que estamos ante algo que, por fin, y mira que cuesta, quiere ser objeto artesano y obra de arte al mismo tiempo, un reloj que da las horas al revés. Un libro que no solo quiere fascinarnos o seducirnos, que quiere confesarse, hurgar en nuestras tripas, en nuestro inconsciente, que quiere sacudirnos e impactarnos. ¡Qué gozo! ¡Qué valiosas son las experiencias lectoras de esta índole!
Zapatera a tus torturas
La prosa ágil, sarcástica y fluida nos despierta y mantiene vivo el deseo de lectura, nos lleva de la mano hasta esa curiosidad enfermiza que permite meternos en las obras un poco más de lo recomendable. Pero es, sobre todo, la sinceridad que emanan los párrafos desde el inicio lo que nos imanta. Tanto es así que lo truculento que se nos expone se engarza a la perfección con la definición de personajes que quedan dibujados desde el tramo inicial de la narración. Nada de sensacionalismos, de morbos snuff, nada de casquería sin sentido para sorprender cinco minutos y después entrar en un aburrimiento amable. Pura vida en estos párrafos, electricidad o galvanismo, mejor dicho, para animar un cadáver exquisito.
Ya desde bien pronto aparece con fuerza uno de los temas con más peso en la obra: la vida familiar perturbadora. Nada de familias ideales. Se nos presentan miserias y fingimientos, torturas psicológicas y contradicciones. Quien bien te quiere te dañará.
Una vez de vuelta a casa, cogidos los tres de la mano, con las mejillas doloridas de tanto sonreír, el peinado comenzando a deshacerse, con los vestidos y la camisa arrugándose, apenas teníamos tiempo de correr, como Cenicienta, antes de que el hechizo se fuera a la mierda y nos convirtiéramos en calabazas podridas. En nosotros. En lo que éramos cuando se apagaba la luz y desaparecían los espectadores.
He de confesar, no sé por qué ante historias tan truculentas siempre aflora mi culpa de monaguillo, una de mis debilidades lectoras: pierdo pie por las historias de niños salvajes. Asuntos de muertos lo es, una niña que no se crio en el bosque, pero sí en una jungla, en el limbo social de una familia obnubilada. Esto la hace hablar desde una distancia personal y con una lucidez que pasma. Gran parte de las virtudes de esta novela emanan de este punto de vista que puede resultar algo ajeno y abrumador, pero que está inmunizado contra el tópico y los caminos que no van a ningún lado. Todo en esta historia es bosque espeso y oscuro por recorrer, con fauna abyecta, con amenazas tras cada recodo.
Encontraréis muchos puntos en esta novela que os llevarán a exclamar sorprendidas, que os harán apartar la vista turbadas, muchos asuntos que se irán sumando para dar como resultado un conjunto de lo más sugerente. Por ejemplo, tras un primer tramo de apariencia inocente y con poca profundidad, nos encontramos con un viraje de tono radical que nos despierta y nos pega a la página. Empieza a oler a cerrado, por fin, lo estábamos esperando. Pero el paso a la podredumbre es paulatino, vamos llegando a la viscosidad purulenta de la herida infectada al ritmo oportuno. Sentimos la locura que ha perdido la vergüenza, que nos interpela para que la miremos a los ojos.
El que esté libre de demonios que tire su primera tibia roída
El tema de la normalidad como cárcel y como dictadura es el sustento de esta novela. El afán de pertenencia y sus derivados emocionales. Eso que llaman los psicólogos teorías del apego, en su vertiente de «todo lo que podría haber salido mal ha salido peor», está en la espina dorsal de Asuntos de muertos. También la dureza del entorno que obliga a mantener una apariencia de vida respetable. Creo que ahí precisamente anida el mayor terror de la historia: lo que nos hacemos para ser normales, como nos desencajamos, descoyuntamos y desmembramos para caber en el molde que nos parió. Muera lo diferente, nos dicen desde que somos pequeños, pues bien, esta novela es un grito que viene a resucitar lo que el puritanismo no pudo matar. Y de paso se trae consigo más cosas.
Sobrevivir implica ensuciarse y no quejarse por ello. Cualquier camuflaje es bueno si no quieres vivir en un libro de autoayuda y hacer magdalenas durante el resto de tu vida. Asumir que eres inestable, como la nitroglicerina.
La narración es fragmentada, va de atrás hacia delante en el tiempo y el espacio, con un control total por parte de la narradora. Este recurso técnico se revela como una vía magnífica para esconder en sus recovecos información crucial y mantener así nuestra mirada atónita el mayor tiempo posible. Todos los asuntos de los que se fueron y de los que se quedaron se desvelan al trasluz, detrás de cortinas pesadas que nunca se abren, o de una ironía igual de pesada, para protegerse. Nos enteramos de la trama cuando la trama lo necesita y eso, que no se escape ni un suspiro, ni una pista fuera de sitio, es un mérito estilístico digno de aplaudir. Esta estructura y la voz vehemente en primera persona, la de Victoria, caracterizan Asuntos de muertos.
Vamos con una sinopsis con velo, para ser leída por el rabillo del ojo. Esta historia lo es de una relación viciada, de varias en realidad, de una red que solo pesca peces deformes. Nos muestra un mundo reducido, asfixiante, en el que las heridas emocionales son como ventanas, como respiraderos para aliviar la tensión. Cómo se libera esta, de qué extrañas maneras, sobrenaturales a veces, es lo que da entidad a este libro.
Asuntos de muertos es además un objeto de arte gracias una edición cuidada y pensada al detalle. Por ejemplo, da un yuyu tremendo encontrar entre capítulo y capítulo las mismas polaroids de las que habla la protagonista.
Puede que más que ante una historia de terror estemos ante una de sufrimiento, de cómo pude este esquilmar una vida. También encontramos un trasunto de camino heroico en la trayectoria vital de Victoria, en sus estrategias desesperadas para enfrentar sus circunstancias y en cómo acepta su don maldito. Además, en el fondo, si uno rebusca, aunque se siente cómo pulsa y vibra, hay amor incondicional, pasado por ese tamiz del desgarro, pero amor, cuidado, ayuda a los seres queridos para que se estrellen igual que lo hiciste tú.
El final es el que tiene que ser. Sin adelantar mucho para no matarlo, os diré que es una de esas pescadillas que se muerden con saña la cola. La maldad siempre encuentra formas de perpetuarse y nos quedamos con las ganas de ver por qué senderos va a tirar cuando cerremos la última página de estos Asuntos de muertos.
Vale, nos lo dicen varias veces durante la historia, lo que está muerto no puede morir (si esto no lo dijo Lovecraft que baje Yog-Sothoth y lo vea), pero ayuda a lo vivo a ver la mierda debajo de la alfombra. Espero que se os revuelvan las entrañas como a mí me ha pasado con esta lectura.
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Fotos de Shunsuke Ono en Unsplash y Pxhere