Año: 1950
Editorial: Destino
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable
(Esta es una entrada compartida con el blog Libros en el petate en una colaboración especial con motivo del Mes Delibes)
Ciertos libros parece que llevan en las estanterías de casa incluso antes de que llegáramos. Pueden estar ocupando un lugar preferente entre los demás, visibles como un faro que recuerda la cercanía de la costa y que como marinos añoramos un día con poner pie en sus páginas. Otras veces, las más, se vislumbran como verdaderos tesoros que resisten al tiempo y van camuflándose con el entorno, formando parte de él, resistiendo entre novedades y libros más jóvenes, esperando miradas y caricias de visitantes que un día sepan descubrirlos entre los demás y les retomen de nuevo al valor que poseen.
El camino ha sido para mí un reto, un ejercicio de autoconciencia que me ha obligado a plantearme muchos aspectos de la literatura. Debo reconocer que la valoración dada por la crítica me ha podido todos estos años y hace unos meses se dio la oportunidad de enfrentarme a mis viejos fantasmas y corrí a la estantería para rescatarlo. Cuál fue mi sorpresa cuando me vi devorando sus páginas, si, habéis leído bien, devorando, porque si algo tiene este libro es que está escrito con un estilo que hace que sus historias fluyan y, casi sin darnos cuenta, vamos pasando sus hojas y sus historias van pasando delante de nosotros como si de una película se tratara. Retomando mis anteriores palabras, avanzaba con la lectura pero el sentimiento era de angustia porque me parecía una historia simple, normal, de las que puedes descubrir en muchos libros y no me decía nada, y yo me obligaba a encontrar algo que no terminaba de descubrir y mi pregunta era dónde estaba la obra de arte, qué había visto la gente que yo no conseguía ver en este libro.
Creo que he necesitado realizar mi camino particular a lo largo del libro, avanzando en la lectura y sumando personajes, vivencias, para ir madurando y comenzar a tener sensaciones, esas que son al fin y al cabo las que las historias que leemos nos producen y las que hacen que luego tengamos una opinión sobre ellos. He pensado mucho mi reseña, quería ser sincero y no catalogar de obra maestra una lectura para que no me tachen de incomprendido cuando no pensaba eso. Me ha costado llegar a Delibes, su narración en la que pasa de todo pero no ocurre nada, sus guiños rurales, sus reiteraciones que a mí me sacaban de quicio y sus motes machacones una vez y otra vez, me hicieron plantearme alguna que otra vez tirar la toalla y retomar la lectura en otra ocasión que tal vez tuviera mente y ojos más predispuestos a disfrutar.
Afortunadamente no hizo falta. Delibes ha sabido ganarme a escondidas, sin que yo me diera cuenta de que, en un proceso invisible, en el primer tramo de su obra, estaba sembrando lo que al final fue una explosión de sensaciones. De repente, surgieron en mí numerosas ideas, comencé a recapacitar en qué mundo vivimos, de qué sociedad venimos, cómo nos afecta, y, como decía aquella letra de Presuntos Implicados… “cómo hemos cambiado”.
Tardé un poco, pero al final vi en mí a un Daniel el Mochuelo, siendo de la primera generación de mi familia que tiene estudios universitarios, cómo en mi entorno infantil la gente no tenía nombres, sólo motes, y cómo los primeros camaradas de juegos infantiles eran personas que no nos podían faltar. La ciudad como un mundo lejano, donde todo eran palabras mayores, y cómo cada día traía la posibilidad de asombrarnos con algo nuevo. Miguel Delibes, con los mimbres más simples, va formando un final de novela apoteósico donde el sentido de la vida será un poco la razón de ser, y en el que cada uno podrá sacar las conclusiones que quiera según su forma de pensar, del mismo modo que sus personajes hacen con el amor, el honor, la religión, etc.
El camino es como ese faro que mencionaba antes, una luz que debes dejar que te guíe, pero, como pasa con los cuadros, alejarte un poco para contemplar y disfrutar del conjunto, ya que de cerca tiene tanto contenido y tanto mensaje que no podrás verlo hasta que no lo valores en su conjunto.