Mariana Enríquez: Las cosas que perdimos en el fuego

Año: 2016
Editorial: Anagrama
Género: Antología de cuentos (terror)

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, fue publicado en el 2016 por la editorial Anagrama. Es un compilado de cuentos de terror latinoamericano —específicamente argentino—, donde priman los misterios paranormales y la violencia urbana en un contexto tercermundista.

Esta mezcla entre violencia y misterio hace del libro una ventana al mundo real que se vive diariamente en América Latina. Y es precisamente este tipo de narrativa entre violenta, cruel y terrorífica, lo que atrae con demasía cada uno de sus cuentos. Enríquez no busca romantizar la pobreza extrema, sino contar historias desde el barrio, desde la cotidianidad, desde el reconocimiento de zonas marginadas y olvidadas por el Estado, como lo es el barrio Constitución en Buenos Aires:

No quiero escuchar las historias de terror del barrio, que son todas inverosímiles y creíbles al mismo tiempo y que no me dan miedo; al menos, de día. Por la noche, cuando trato de terminar trabajos atrasados y me quedo despierta y en silencio para poder concentrarme, a veces recuerdo las historias que se cuentan en voz baja. Y compruebo que la puerta de la calle esté bien cerrada y también la del balcón.

El protagonismo femenino y las Mujeres Ardientes

La destreza de la autora consiste en narrar las historias desde la sencillez del lenguaje y desde la misma concreción de las acciones de sus personajes: no le interesa describir de manera extensa un lugar o un suceso —a menos que sea totalmente indispensable para la trama—. Aun así, logra crear una visión verosímil sobre la atmósfera social que crea. Es así que toda persona nacida en Latinoamérica puede sumergirse en su narrativa, sobre todo, por la cercanía del contexto social.

Otro aspecto importante es el papel de la mujer en todo el compilado, esto se debe a que la mayoría de sus cuentos son protagonizados por mujeres. En ellos, se abordan temáticas femeninas sin necesidad de crear una especie de falsa moralidad sobre lo que deben o no hacer las protagonistas. Es decir, no pretende tomar partido, simplemente, los y las lectoras, se harán una idea sobre los hechos y sobre las historias que se narran. Existe todo un panorama temático al respecto, desde violencia de género, como lo es Tela de araña; la crueldad y el oportunismo femenino, como lo es Los años intoxicados; la irritabilidad a causa de la paternidad como sucede en Pablito clavó un clavito. 

En Las cosas que perdimos en el fuego, cuento final de la antología que lleva su nombre, Enríquez ha señalado, en varias entrevistas, que no escribió este relato con una intención a favor o en contra de la lucha de género. Sin embargo, la historia puede representar todo un movimiento feminista desde la perspectiva y el trasfondo que develan sus personajes. Esto surge debido a la confrontación que proponen las mujeres frente a la violencia: cercenar sus propios cuerpos a modo de protesta, la era de las Mujeres Ardientes. Estas quemas son un símbolo de unión y respaldo femenino, casi un rito en contra del poder masculino, una provocación escrita que termina haciendo eco en la realidad:

Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices.

El terror latinoamericano

A estas historias se les debe agregar el contexto social y de denuncia muy sutil que hace Enríquez. Por ejemplo, en La Hostería, donde la trama gira en torno a una venganza por culpa de los celos padre-hija, la autora permite que sus protagonistas vivan el miedo y la zozobra de la dictadura argentina, sin necesidad de retratar una atmósfera real de la misma. Es así, como la historia te empieza a envolver en un ambiente de encierro y pánico sin necesidad de la obviedad. Para ello, hace uso de la polifonía del lugar, de la noche y de las visiones -muy parecido a esa voz en off  de la dramaturgia-, para retratar el hostigamiento militar y la tortura a rehenes:

No quiere que los turistas piensen mal, dice mi papá, porque fue escuela de policía en la dictadura, ¿te acordás de que lo estudiamos en el colegio?

¿Qué, mataron gente ahí?

Mi papá dice que no, que Elena se persigue, que ahí fue escuela de policía nomás.

En El patio del vecino y El chico sucio, es donde, a mi parecer, se retrata con mayor fuerza el olvido del Estado en los barrios marginales, la pobreza extrema que recae sobre la infancia: niños —me refiero a ellos en masculino pues ambos protagonistas son varones— huérfanos sin padres ni madres, a merced de las limosnas que pueda ofrecerle la sociedad. Pero el ingenio de la autora va más allá del realismo que podría encontrar en otro tipo de textos. Ella propone una visión deprimente del mundo real con el misticismo y el mundo paranormal. Ya sea desde el sincretismo religioso, muy acorde con los ritos brasileros en torno a la protección y a la imagen de San La Muerte; o al suspenso de un ser particular, con aspecto humano pero sin la capacidad de controlar su instinto animal. El retrato que hace, en ambos casos, de estos seres masculinos: el primero un niño, el segundo, una especie de adolescente; son muestras de la decadencia del Estado y el auxilio que la sociedad ha negado a seres que pueden ser vulnerables e inocentes, pero también despiadados e incapaces de distinguir sus límites carnales.

También toca el tema sobre los avances tecnológicos y la dependencia que pueden generar los mismos. El encierro y la afición al internet en Verde rojo anaranjado, es una muestra de ello. Su protagonista se sumerge en el mundo virtual hasta negar todo contacto con el mundo real. Creo que este es uno de los relatos que más se acercan a esta nueva era en plena crisis sanitaria, donde la instrumentalización de la virtualidad y las nuevas normas de bioseguridad, están marcando una nueva forma de existir y, sin ánimo de ser fatalista, de sobrevivir.

Conclusión

Todas las historias creadas por Enríquez, desde la fantasía y desde su propia experiencia —como lo ha relatado en muchas entrevistas—, tienen la vitalidad del misterio, del horror, de los sucesos paranormales. Muchas de sus historias dejan abierto el final, en muchos casos, para que el mismo cuento, termine creando una sensación de pánico a los y las lectoras. Imágenes crudas y fuertes, relacionadas con diferentes ritos brasileros, donde aparecen cabezas humanas sin cuerpo, violaciones, canibalismo; edificaciones con vidas propias, mujeres atormentadas y obligadas a la autoflagelación, obsesiones por el cuerpo humano, entre otros hechos, que permiten darle un peso enorme a cada cuento, pues, a diferencia de la literatura de terror norteamericana y europea, la latinoamericana, lleva consigo todo un contexto de violencia cruda, donde se le puede tener miedo a seres sobrenaturales, pero se le teme, con mayor horror, a los seres vivientes.

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Foto de Oscar Gallardo en Flickr