Año: 2016
Editorial: Amarante
Género: Novela negra
Valoración: Recomendable
Ganador del Premio Guillermo de Baskerville 2016, categoría Novela
El género negro podría considerarse el más meritorio por lo difícil que es ejecutarlo adecuadamente. Algunos autores noveles o primerizos se embarcan en él sin darle demasiadas vueltas, esperando que la gracia divina o qué sé yo les permita alumbrar algo a la altura de Patricia Highsmith. Muchos de ellos pensarán, como servidora, que la novela negra es de lo más molón que puede haber, pero de lo que pocos se dan cuenta es de que incluso a los autores más experimentados les puede salir rana, y que mal hecha queda más cutre que la versión latina del himno del PP. Por ello, en Libros Prohibidos nos ponemos nerviositos cuando nos envían un texto de estas características, ya que suele ser un billete casi seguro a una reseña de las que escuecen. Así que imaginen mi alivio al descubrir que El Demacre es una novela negra ¡y buena! Ay… se me saltan las lágrimas de la emoción.
Diego Valente es un treintaypicoañero trasnochado que no tiene más intención en la vida que la de prolongar la existencia de mucha farra y poco esfuerzo que ha llevado hasta el momento, en parte motivado, eso sí, por la necesidad de retener a Deyanira, su novia de diecinueve años de la que se declara enamorado hasta las trancas. Al ver que se le agotan las posibilidades de seguir pidiendo más becas con las que vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua, tiene la genial idea de contactar con el Chi, antiguo compañero de colegio y ahora dedicado al noble arte de vender droga. Se unirá entonces al esperpéntico equipo formado por el Chi y el Richi (un cani mononeuronal) para acabar como camello oficial de un áfter de mala muerte apodado ‘El Demacre’.
Juan Muñoz Flórez asume la difícil tarea de aunar esta historia de drogas, desfase y decadencia, escrita en clave de humor, con una propia del género policíaco que se inicia con la aparición de un cadáver en el antro que da nombre al libro. Contra todo pronóstico, el autor cumple con creces. Ambos aspectos de la trama están perfectamente encajados, y el resultado es una novela que no sólo tiene planteamiento, nudo y desenlace –créanme cuando les digo que mucho de lo que nos llega no cumple ni con esta condición–, sino un argumento redondo con giros inesperados y un final sorprendente. Chapó.
Muñoz Flórez lleva en todo momento las riendas de la trama, y también del tono de la narración. Hasta en los episodios más dramáticos de El Demacre hay hueco para el humor. Y uno se ríe. No como cuando escribimos “jajaja” en el Guasap mientras mantenemos el rictus impasible. Les hablo de un verdadero descojone, semejante al que son capaces de provocar maestros como Eduardo Mendoza. De hecho, a ratos recuerda a la escritura de este último en obras como El misterio de la cripta embrujada, por hacer un despliegue parecido de símiles ingeniosos, menciones escatológicas y un vocabulario calculadamente pedante para relatar situaciones de lo más banal. Pero quizá lo que ha terminado de conquistarme haya sido el uso que hace Muñoz Flórez de la jerga madrileña, que queda retratada en los –maravillosos– diálogos con una fidelidad que no he visto en ninguna otra obra hasta la fecha (palabra de gata):
–¿Tú no juegas al póker? –me preguntó el Chi.
–Qué va, tío.
–Bua, yo tengo un vicio, tú… Estoy tó enganchao a la mierda esa, chaval.
–¿Pero online o normal?
–Los dos, los dos. Y si hubiera más, también. Pero que estoy mu viciao, ¿eh?, te lo digo. Me dejo casi toda la pasta en eso, tú –se rió. Luego, como si su propia conciencia le hubiese exigido que diese explicaciones, se puso muy serio para aclarar–: Yo no me drogo. El Richi sí, éste es un tonto la polla. Se funde toda la pasta por la nariz.
El Richi se animó de nuevo al oír su nombre y dijo:
–Ejque pasamos una coca, tuuuuuu… Que no es ni medio normal. Pero ni medio, ¿eh? Hazte caso.
Sirva este pasaje también para ilustrar lo memorables que son el Chi y el Richi. Te partes tol nabo con ellos, tú.
En general, todos los personajes de El Demacre están muy conseguidos: hablan con su propia voz, tienen motivaciones y matices, y son una más que certera representación de la noche madrileña. Pero si hay uno que merece una mención especial es Diego, el protagonista. Hubiera sido fácil optar por hacer de él un enfarlopao sin más. Está todo el día puesto o pensando en su siguiente raya, sí, pero Muñoz Flórez no le construye como un simple yonkarra. Es un tipo culto, inteligente y encantador, pero también narcisista, cínico y vago. Es ingenioso y romántico; salidorro y jueguista; pro-drogas y anti-hipsters. Es complejo y contradictorio, como las personas de verdad. Todo un mérito.
No puedo terminar esta reseña sin referirme al tema de las drogas, que recibe en esta novela un tratamiento sin tapujos ni pelos en la lengua. No quiero ponerme a especular acerca de cómo habrá obtenido Muñoz Flórez la información necesaria para escribir esto, pero desde luego yo, que en lo que a estupefacientes se refiere estoy todo lo verde que se puede estar, jamás hubiera podido relatar lo que aquí aparece con semejante lujo de detalles. Aunque esto dota a El Demacre de un realismo atroz, también creo que le resta en términos de potenciales lectores. Esta es la única razón por la que no le doy una calificación más alta; porque se me ocurren demasiadas personas –empezando por mi santa madre– a las que este libro chocaría demasiado como para que pudieran disfrutarlo. Dicho lo cual, si este asunto no les echa para atrás, corran a hacerse con un ejemplar. Diversión asegurada.