Israel Quevedo Puchal: Mal de cuervos

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Año: 2019
Editorial: Dilatando Mentes
Género: Novela (fantasía)

Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019

Cuando uno se sienta frente al ordenador para redactar una reseña, necesariamente tiene que ponerse el disfraz o engalanarse con los ropajes del crítico literario. Como en cualquier otro micromundo, utiliza determinadas expresiones que le son propias y atiende a elementos específicos a los que no prestaría atención si la obra a reseñar le hubiera llegado de otra manera. No basta con un mero «me ha gustado» o un «no me gusta». La reseña debe ahondar en los entresijos de la novela, justificar sus apreciaciones y analizar elementos más o menos objetivos. Y eso exige que el lector/reseñador tome cierta distancia (tal vez emocional) con el contenido de lo que está leyendo, que ponga entre paréntesis su experiencia personal de lectura y estudie la novela como un aprendiz de biología diseccionaría una rana.

cuervo-y-luna-libros-prohibidosQuizás lo más destacable de Mal de cuervos sea que consigue reducir esa distancia emocional hasta el punto de que uno se siente tentado a iniciar y finalizar la reseña con ese simple «me gusta». No solo hace que uno se olvide de su papel puntual de crítico, sino también de su trabajo habitual, de sus relaciones personales o de lo que quiera en que estuviese pensando antes de sumergirse en la lectura. Es una novela que entretiene,
y mucho, que interrumpe la cotidianidad del día a día del lector para introducirlo en un mundo paralelo que nada tiene que ver con el suyo. De esos libros en los que uno se encariña tanto con los personajes que cuando finaliza la lectura sabe que los va a echar de menos. Es desde esta premisa desde que la que quiero abordar la reseña de Mal de cuervos.

El amor y la muerte

Israel Quevedo Puchal (hermano de Javier Quevedo Puchal, ganador del Premio Guillermo de Baskerville a la mejor novela del pasado año) utiliza los que quizás sean los dos motores más potentes, y por ello también los más utilizados, repetidos y manoseados de la historia de la literatura: el amor y la muerte. Mal de cuervos arranca presentándonos a Yago, un escritor no demasiado reconocido al que la noticia de la muerte de su expareja, y las extrañas circunstancias que la rodean, fuerza a dar un giro de ciento ochenta grados a su vida y emprender un viaje sin retorno cuyo fin será el descubrimiento de la verdad de tal fallecimiento. De manera paralela y en otra línea temporal, se narra la biografía de Julio, un joven sacerdote que al cabo tendrá una influencia muy importante en la propia aventura de Yago.

Yago recordó la sonrisa de Julia. Su imagen llegó hasta él engarzada en el viento, con aquel pelo enmarañado que le traía recuerdos del día en que se hicieron la mejor foto de sus vidas. Ella seguía estando deslumbrante, atrapada para toda la eternidad en aquel lejano instante del pasado. Él, con el corazón destrozado, seguía todo a un presente que no hubiese deseado ni en la peor de sus pesadillas.

Lo cierto es que no hay nada innovador en el tratamiento de ambos tópicos. Las dos historias de amor que se narran (la de Yago y su amada Julia; la de Julio y su amada Clara), pese a la introducción de elementos fantásticos, cumplen todos los requisitos tanto de una tragedia clásica shakesperiana como de una canción de moda en el hilo musical del gimnasio o de unos grandes almacenes. Los amores son tan profundos, duraderos y estables (incluso más allá de la muerte); los dramas son tan horribles, cruentos e injustos que uno tiene la sensación de que eso ya lo ha visto, leído o escuchado demasiadas veces. Y sin embargo, funciona. Funciona precisamente de la manera en que siguen funcionando las series de televisión o las novelas románticas. Reconozcámoslo, somos adictos a los amores imposibles. Es como si estuviera implantado en nuestro ADN. Y, además, Israel Quevedo Puchal sabe qué teclas tocar para recordárnoslo.

En cuanto a la muerte, tampoco hay un tratamiento especialmente innovador. Mal de cuervos no es una novela existencialista, nihilista o en la que la muerte juegue un papel mayor que el de ambientación estética. Sin embargo, la simple experiencia catártica de imaginar la muerte de otros, la eterna pregunta de «por qué murió» (que en la novela se concreta en una investigación especifica, pero que cabe generalizarla a todos y cada uno de los miembros de la especie humana en un «por qué morimos») es suficiente estímulo como para que el lector no deje de pasar la página.

Así, Puchal compra varios boletos de una apuesta siempre ganadora: el amor y la muerte. Como decía al principio, la mezcla funciona. Mal de cuervos consigue atrapar al lector y le hace olvidar todo lo que no tenga que ver con los amores trágicos, las muertes heroicas y las vicisitudes de los personajes que orbitan alrededor de ambos tópicos.

Ambientación

Por el contrario, en lo relativo a la ambientación sí se encuentran elementos muy específicos que dotan a Mal de cuervos de un aire diferente y original. Conviene recordar aquí lo que mencionaba al principio: mientras uno va leyendo, no se para a diferenciar entre los distintos elementos que componen el conjunto de la obra. En ese sentido, los entrecruces entre el amor, la muerte y el contexto forman un todo compacto cuyo resultado es una novela muy entretenida.

pueblo-españa-libros-prohibidosMal de cuervos transcurre, en su mayor parte, en Ovara, un pueblo ficticio situado a tres horas de «la ciudad», al que se accede por una vía de difícil tránsito y del que más allá no hay si no bosques y cuevas, donde hace frío y la gente se resguarda en sus casas en invierno. Puesto que Puchal ubica la acción en España, podemos imaginar que Ovara se ubica cerca de Soria, León, Huesca o en algún punto elevado de nuestra geografía. En general la gente que lo habita es arisca y reservada, apenas hay comercios o bares, y los días pasan iguales los unos a los otros. Es fácil imaginar la composición de tal lugar. En ese sentido, el trabajo sobre el contexto es magnífico. Ovara cobra viva propia y se introduce en la mente del lector como si en verdad existiese y uno pudiese viajar allí, charlar con sus habitantes y pasear por sus bosques aledaños.

Ovara parecía el tipo de lugar donde jamás sucede nada que no haya sucedido ya antes. Hacía un calor poco habitual para aquella época del año, más teniendo en cuenta que el pueblo se encontraba hundido entre las montañas, en un rincón tan oscuro y húmedo como una caverna.

Puesto que, además de la línea principal (cuyo protagonista es Yago), Puchal introduce una línea secundaria que se ubica en el pasado, es importante mencionar que ese trabajo de ambientación es escrupuloso en la concordancia de espacios y tiempos. La Ovara de Yago es uno de esos pueblos de la «España vaciada» de la que tanto se oye hablar cuando hay elecciones. La Ovara de Julio es una Ovara franquista, religiosa y llena de vida, dominada por la autoridad. Y los dramas que se narran, sin querer destripar nada de la trama, son acordes al tiempo en que viven cada uno de los personajes.

Fantasía

Mal de cuervos cuenta con elementos fantásticos. Sin embargo, y pese a que tienen una influencia decisiva en el desarrollo narrativo, la novela podría haber pasado sin ellos. Para entendernos, lo decisivo aquí son esas historias de amor, esas muertes sin explicación y ese ambiente amenazador que envuelve a Ovara, y la fantasía opera como un elemento accesorio que permite a Puchal ir desgranando los hechos. En ese sentido, tanto habría valido que Yago pudiera percibir presencias del más allá y que Julio contemplase auras como que el primero se estuviese documentando para escribir una novela de crímenes y el segundo tuviese una inteligencia superior a la media. La fantasía ayuda e implica al lector en la trama, pero perfectamente podría sustituirse por elementos más cotidianos y ello no afectaría a la esencia de la novela. Mal de cuervos no es tanto una novela de fantasía como una obra detectivesca, trágica y romántica que incorpora elementos fantásticos.

En conclusión, encuentro una obra que explota los tópicos del amor romántico y la incomprensibilidad de la muerte, en un contexto muy bien elaborado que sumerge al lector en el contenido de lo que se está narrando. Pero por encima de todo, me gusta. Me entretiene y me hace olvidar por un rato que mañana es lunes y me toca ir a trabajar, que mi madre está enferma o que mi pareja, con nuestros amores terrenales y de andar por casa, sigue mosqueada. Mal de cuervos me hace evadirme de todo lo que no sea Mal de cuervos. Y eso, a veces, es muy necesario.

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