Sauce ciego, mujer dormida — Haruki Murakami

Título original: Mekurayanagi to nemuru onna
Idioma original: Japonés
Año: 1996
Editorial: Tusquets
Género: Relatos
Valoración: A los leones
Y por fin, tras haberse escabullido demasiado tiempo, ocultándose como una alimaña entre estanterías llenas de polvo, críticas literarias de dudosa calidad y premios de narrativa ansiosos de renombre y sofisticación, traigo ante vosotros al reo Haruki Murakami. Los cargos del acusado son graves y numerosos. Hoy vamos a juzgarle por ser el autor de Sauce ciego, mujer dormida, entre otros crímenes monstruosos contra la humanidad.
El fiscal ampara las demandas de la «Sociedad de lectores indignados», la ONG «Apadrina un argumento», la asociación ecologista «Unidos por el buen uso del papel», el «Club de amantes de las historias con final», y la fundación «No todos los libros de relatos necesariamente son como los de Borges o Cortázar», además de otras denuncias procedentes del ministerio… de Sanidad.
Cargos:-Veinticuatro relatos que fluyen con una velocidad que permiten al lector experimentar qué sonido hace el césped al crecer.
-Las historias terminan en el mismo punto en el que empiezan, esto es, ninguno.
-Aunque realmente las historias no terminan, simplemente hay un punto final y en la página siguiente hay otra historia nueva esperando.
-Pese al detenimiento (palabra especialmente escogida) con el que el momento es retratado, la sensación residual es siempre de un vacío y superficialidad propios de un catálogo de C&A.
-Cuando lo cierras, quedan unas poderosas ganas residuales de finalizar cosas, lo que puede resultar peligroso en el caso de parejas que pasan por malos momentos.
-Incita peligrosamente al alcoholismo, consumismo, posturismo, pedantismo, estravismo, y finalmente, al suicidismo.
-Probabilidades demasiado elevadas de dejar la lectura de este manojo de cuentos a la mitad… de unas llamas.El acusado en defensa de Sauce ciego mujer dormida (y de su propio nombre como escritor), nos envió una carta de veinte folios contando que estaba en una habitación de hotel frente al mar en una recóndita isla en Fiji, junto a una atractiva mujer que deseaba ardientemente fugarse con él a Mozambique, pero que sin embargo prefería perder su mirada en el océano bebiendo gran reserva del 85 y escuchando un vinilo de Cornelius Monk comprado de segunda mano en el Soho (el de Londres, que el Nueva York lleva lustros sin ser cool, como todo el mundo sabe). Acababan de hacer el amor, o estaban a punto de hacerlo, no sabría decirlo con certeza, pero ellos no sentían nada el uno por el otro, sino lo opuesto de lo contrario de lo que creían que parecía ser que mostraban en lugar de decir la verdad o fingirlo sin darse cuenta. El documento repite estas ideas compulsivamente haciendo creer que en algún momento llegará el alegato de defensa, pero de buenas a primeras la carta se termina, por lo que entiendo que Murakami ve justo que se le condene, o que tal vez le da igual.

Veredicto: con todo merecimiento: A los leones.