Año: 2016
Editorial: GasMask Editores
Género: Biografía
Valoración: Recomendable
El impacto que ha tenido Howard Phillips Lovecraft en la cultura popular es innegable y difícil de calibrar. El Necronomicón está en todas las casas, justo al lado de los libros de cocina de la sección femenina de la abuela. Muchos jóvenes y no tan jóvenes cuando comen pulpo a la gallega se acuerdan de Cthulhu, que no es más que uno de esos eternos presidenciables en cualquier elección democrática que se precie de serlo. Sus mitos han sido reproducidos y utilizados infinidad de veces en libros, películas, videojuegos y casi en cualquier expresión cultural que se nos ocurra. Yo mismo, que como Lovecraft adoro a los gatos, estoy deseando que entre uno nuevo en mi casa para bautizarlo como cualquiera de los dioses del panteón Lovecraftiano.
Esta biografía viene a romper con la superficialidad (alimentada por tópicos simplificados) con que se ha tratado todo lo que rodea al maestro de Providence. Y es que lo popular está muy bien y ayuda a quitar hierro a esto de vivir, pero siempre es bueno saber de dónde vienen los iconos que utilizamos en nuestro día a día. Lo dicho, Lovecraft fue algo más que un tío cenizo que ponía los pelos de punta y que inventó historias sobre pulpos con mala leche y conos de tráfico que habitaron la circunvalación a Móstoles eones antes de que el hombre se levantara del limo primordial.
La obra de este escritor es un paso fundamental en el desarrollo como lector de cualquier amante de la literatura fantástica. Todos los caminos llevan a él y otros muchos lo abandonan para dar forma a la actual literatura de género que se ha enriquecido y mezclado con la oficial; sus aportaciones fueron cruciales para que hoy esté mucho mejor considerada que en la época de nuestro autor.
La premisa principal de esta biografía es la objetividad (aunque es inevitable la interpretación del biógrafo cuando los documentos dejan lagunas y huecos). Se quiere aportar luz a lo que nos ha llegado de la imagen de Lovecraft: un personaje construido lejos de los terrenos y valores personales de un ser humano contradictorio. Se atribuye la deformación de la imagen del autor, sobre todo aquí en España, a la biografía de Sprague de Camp que ha servido para casi todos los acercamientos que a la vida de Lovecraft se han realizado. Se describe esta obra como algo tendenciosa y a su autor como a alguien siempre dispuesto a blandir el hacha contra el que en realidad fue un igual en el mundillo de los escritores de relatos de su época y, por momentos, un amigo. En la siguiente cita se puede intuir bien el objetivo que García Álvarez persigue con su texto:
«Se mostrará al lector un Lovecraft desconocido, un pensador que poco tiene que ver con el tópico del amargado racista y conservador».
En ningún momento se trata de salvar o justificar a Lovecraft. Asoma una personalidad complicada, negacionista y reaccionaria; pero, a la vez, poseedora de fuertes convicciones y con una desesperada tendencia a aferrarse al pensamiento en detrimento de la acción. Tenemos un joven señorito jactancioso que pierde sus horas en esquivar lo real, con problemas emocionales y una incapacidad evidente para valorar el sufrimiento ajeno. Pero se nos ilustra sobre la evolución filosófica de ese señorito, se nos explica cómo y por qué sus ideas fueron cambiando, su apertura lenta y nunca completada a una realidad más amplia. Queda a nuestra interpretación sacar conclusiones sobre la persona después de los datos que se nos ofrecen. También se incide en la vertiente artística del de Providence, se reivindica su calidad y el papel que tuvo dentro de la historia de la literatura. Sus dudas creativas y sus ideas peregrinas sobre el mundo editorial son de lo más jugoso que encontraremos en esta lectura. Podemos comprobar como son coherentes con sus pensamientos cerriles, pero poco prácticas para su día a día y para sus siempre escuálidas finanzas.
«El éxito no llega, por tanto, al hombre de genio, sino al astuto que sabe captar los puntos de vista del público y juega con ellos».
El texto se lee con deleite, su estructura es clara y simple, ordenada cronológicamente; carente de notas más allá de las referentes a las cartas y documentos que se han usado como fuente. Esto permite a cualquiera entrar en la obra sin que resulte arduo y sin que se necesite ningún conocimiento previo del tema tratado. Es verdad que por el mastodóntico volumen de fechas y acontecimientos tratados a veces se hace algo confuso seguir el hilo temporal y se echa de menos alguna herramienta que ayude en esta tarea (una línea vital fechada y resumida hubiera sido un buen añadido). También se atisba una clara utilidad para esta biografía: servir como guía de lectura de toda la obra de Lovecraft, así como de catalizador para el salto a otros autores que se mantuvieron cercanos a él hasta su muerte. Ya sabéis, una de esas obras que llevan a otros libros. Sí que hubiera sido recomendable una última lectura de pruebas antes de mandar a imprenta el texto ya que existen, sin ser muchos ni capaces de trabar la lectura, algunos errores, sobre todo tipográficos, que afean algo el resultado final.
Como buena ventana abierta a la intimidad de un hombre, también satisfará a aquellos que se acerquen a sus páginas con un afán «cotilla». Se dan multitud de detalles sustanciosos de la vida diaria del autor. Personalmente me interesó sobremanera el tratamiento que se da al periodo que Lovecraft pasó en Nueva York después de su matrimonio con Sonia Greene. Los pasajes fechados por entonces sirven para tirar por tierra las ideas preconcebidas sobre la vida ermitaña que se le atribuye y sobre su supuesta misantropía. Pero cualquier tramo de la obra levantará preguntas y dudas, incitará al buen lector a querer conocer más y esa es una de las virtudes que debe poseer una buena biografía. No solo de opinión ajena que sacralizar vive el hombre.
Especialmente interesante es el análisis del pensamiento lovecraftiano. Se nos habla tanto de las implicaciones y orígenes de sus textos relacionándolos con los condicionantes socioeconómicos de la época; como de la evolución del propio pensamiento del autor: de su «racismo respetuoso» (esté contradictorio término es de cosecha propia) o de su deriva hacia posiciones socialistas-elitistas.
Como dije más arriba, no se intenta ocultar los defectos del hombre, pero sí aportar una perspectiva más amplia de por qué pudo defender lo que defendió y cómo esta forma de conducirse en la época que le tocó vivir se comprende si vamos subiendo la lente de lo micro (lo familiar) a lo macro (cómo estaba el percal allá por el final de los años 20). Sí, Lovecraft se aferraba a sus ideas anticuadas y rígidas, pero permanecía atento a lo que pasaba a su alrededor y esos acontecimientos modulaban algo sus reaccionarias posturas.
En definitiva se nos presenta al señor de rostro alargado, al padre de los Primigenios, como una persona contradictoria en casi todos los campos de su vida. Alguien culto y defensor a ultranza de la ciencia, enemigo sin embargo de la tecnología que estaba asolando la tradición de la que era partidario y que le hacía sentirse seguro. Toda esta discordancia de carácter y pensamiento puede verse a lo largo de la obra, puede ser entendida y ayudarnos a construir una idea más precisa de quién fue H. P. Lovecraft.
«Lovecraft siempre había sido un hombre contradictorio. Un fervoroso amante de la ciencia que se oponía al progreso, un pobre que no trabajaba para ganar dinero, un escéptico que creía en el racismo, un misántropo que era feliz visitando a sus amigos y participando en animadas tertulias, y ahora, al tiempo que defendía la política de Roosevelt e incluso se había planteado votar por el socialismo de Norman Thomas, defendía a Hitler y decía: ‘Soy fascista sin reservas’, al considerar que, en la era de la máquina, solo un gobierno fascista era posible; sin embargo, en la Guerra Civil española apoyó al bando republicano».
Así era este escritor que ha marcado una senda que otros muchos han seguido. Después de terminar esta biografía uno siente una voraz necesidad de acometer otros textos que hablen del maestro de Providence. Yo mismo he desempolvado mi ejemplar de El horror sobrenatural en la literatura para recordar esos momentos de soledad, fascinación y descubrimiento por los que tengo que dar las gracias al señor Lovecraft. Pero el texto de Roberto García Álvarez también es una buena oportunidad para iniciarse en el conocimiento de la obra de este gran escritor, nunca es tarde para comprar un billete solo de ida a R’lyeh.
Ah, que no se me olvide, hay otro gran aliciente entre las páginas de este libro. En torno a la página cuatrocientos veinte podréis, por fin, averiguar cómo se pronuncia correctamente el nombre de su creación más carismática: Cthulhu. Supongo que os sorprenderéis tanto como yo al descubrir que su dicción más correcta suena sorprendentemente parecido a «María del Carmen».