Año: 2008
Editorial: Anagrama
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable
«La vida da traspiés, pero siempre se endereza.»
Con Lodo, Guillermo Fadanelli retoma la idea del road movie y crea un ambiente donde un apacible profesor universitario llega a conocer su perfil criminal. El desencadenante es el robo que comete Flor Eduarda, empleada de la tienda de abastecimientos más popular de la zona, contra su propio trabajo, y con la que el protagonista establece una relación particular desde el momento en que se conocen. Ella huye a casa de Benito Torrentera —el profesor— para ponerse a salvo (ha habido un asesinato en el robo). Inician entonces juntos la serie de sórdidas peripecias que desata sus pasiones.
La obra esta narrada en primera persona, en la voz de Benito Torrentera. De esta manera, el lector puede ver la degradación que sufre el personaje y cómo el autor crea un nivel simbólico de importancia en el cuerpo. El cuerpo, al igual que Torrentera —su relación y todo lo que gira alrededor de él—, se descompone con el transcurso de la huida que hacen de la Ciudad de México hasta el lugar donde siglos antes se fundó la primera cátedra de filosofía en América: Tiripetío. Algo parecido a la vuelta a los orígenes, pero desde una decadencia que se aúna con el microcosmos representado por Torrentera y Eduarda: todo es una pretensión fallida de “volver a empezar de cero”.
Fadanelli, con gran éxito, crea un ambiente que sin lugar a dudas recuerda a la narración de Truman Capote, donde el poder de la descripción y la crueldad se amalgaman en una estética particular, creando una belleza poco convencional desde el lado marginal de la humanidad.
«Era de esperarse que en esta crónica apareciera una mujer. Es difícil evitarlas porque representan la mitad de la humanidad. Me imagino que deben de existir miles más perversas o conflictivas que Eduarda, pero eso me tiene sin cuidado. Uno se cuida de los criminales que viven cerca, no de quienes viven en otro continente. Si esta mujer no se hubiera atravesado en mi camino dudo mucho que escribiera estas hojas. Sin ella mi vida habría sido tan anodina como una cáscara de plátano».