Idioma original: Inglés
Ilustraciones: David Palumbo (ilustraciones interiores), Enrique Corominas (portada y guardas)
Año: 1981
Editorial: Gigamesh (2019)
Traducción: Cristina Macía
Género: Novela corta (ciencia-ficción, terror)
Las Naciones Federadas de la Tierra dejaron paso al Imperio federal: los seres humanos habían conseguido dejar atrás su Tierra natal y alcanzar las estrellas. En el vacío entre los mundos, en busca de lo extraño y maravilloso, ¿encontrarían amenazas extraterrestres, o sería la sospecha el artífice de su propia destrucción?
Nightflyers, o misterio de una nave espacial embrujada
Sobreponiéndose al miedo, volvió a mirar el ojo. No era más que un ojo […] azul claro, ensangrentado pero intacto, el mismo ojo lacrimoso que tenía cuando estaba vivo, nada sobrenatural. Un pedazo de carne muerta que flotaba en la sala de estar junto a otros pedazos de carne muerta. […]
El ojo no se movió. Los otros pedazos repugnantes flotaban a capricho de las corrientes de aire que recorrían la estancia, pero el ojo estaba quieto, no subía ni bajaba ni daba vueltas. Estaba clavado en él, mirándolo fijamente.
Una tripulación compuesta de especialistas en xenología y computación se embarca en la Nómada Nocturno a las órdenes del erudito Karoly D´Brannin. La misión: encontrarse, antes de que alcancen el Velo del Tentador, con unos misteriosos alienígenas llamados los volcryn, que llevan milenios alejándose del centro de la galaxia a velocidad sublumínica, sin prisa pero sin pausa. El aislamiento y los angostos espacios de la Nómada Nocturno comienzan a hacer mella en el equipo, pero aún más las sospechas crecientes hacia el capitán de la embarcación, Royd Eris, quien no sale nunca de sus aposentos aislados del resto de la nave y solo interactúa con el pasaje mediante un holograma. Para colmo, Thale Lasamer, el telépata encargado de comunicarse con los volcryn cuando lleguen a su destino, está cada vez más nervioso y no para de alertar de un peligro inminente que no es capaz de localizar.
Gigamesh acaba de reeditar esta novela corta con motivo del estreno de su adaptación televisiva en Netflix (coproducida con el canal SyFy); el autor de Canción de Hielo y Fuego la publicó originalmente en Analog Science Fiction and Facten 1980 y la expandió en 1981 a petición de su editor para que fuese impresa por Dell Publishing en un mismo volumen junto a la magnífica True Names de Vernor Vinge. Está ambientada en el mismo «Universo de los Mil Mundos» que otros trabajos de George R. R. Martin, como Muerte de la Luz o Una canción para Lya. La presente edición de Gigamesh cuenta con traducción del inglés de Cristina Macía (quien también hizo un excelente trabajo con otras novelas de Martin y algunas de la saga Mundodisco) así como quince ilustraciones originales del artista estadounidense David Palumbo y portada ilustrada por Enrique Corominas.
Tres jugadas por delante
La gran fortaleza de Nightflyers es cómo mantiene el suspense hasta casi el final de la historia. Se trata de una novela corta, por lo que no hay tiempo para desarrollar intrincados conflictos, pero nos mantiene en un estado constante de sospecha: ¿quién o qué es Royd Eris? ¿Está diciéndoles la verdad? ¿Los acecha de veras un peligro, o son delirios de Thale Lasamer? ¿Es Royd el peligro, lo son los volcryn, es otra cosa completamente distinta o son la tripulación unos pobres desgraciados ejecutando su profecía autocumplida? Habiendo leído otras obras del autor, una sabe que el asesino no va a ser el mayordomo.
No hay tiempo ni espacio para largas parrafadas de ambientación, así que el worldbuilding son unas pinceladas simples y efectivas. Martin conjuga ciencia-ficción dura, usando elementos como la gravedad dentro de la nave y los sistemas informáticos a bordo, con motivos más fantásticos como la telepatía y las «joyas susurrantes»; la combinación funciona bastante bien precisamente porque no se explica demasiado. Quizás la única queja sea que es difícil distinguir a los personajes secundarios entre ellos porque sus nombres son muy parecidos y no llegan a tener muchos rasgos que los diferencien con facilidad (una posible explicación es que en la primera versión de Nightflyers no tenían ni nombre).
El aspecto terrorífico de la novela es más bien sutil y ominoso; juega más con la irritabilidad y el desasosiego del aislamiento, como en el tópico del cabin fever, así como las alianzas, sospechas y maniobras políticas de los personajes, que con la violencia desatada o la acción trepidante. Es francamente entretenido tratar de leer entre líneas y de encontrarse tres jugadas por delante de lo que está ocurriendo, como el personaje de Melantha Jhirl, una mujer mejorada genéticamente y poseedora de facultades superiores; una vez se descubre lo que está ocurriendo, solo queda esperar a la resolución y desenlace («¿Habrá un deus ex machina? ¿Un triple mortal con pirueta justo al final que lo deje todo atado con un lacito encima?» me preguntaba yo leyendo las últimas páginas. Si os lo digo, no tiene gracia, tenéis que leerlo vosotros mismos).
Veredicto
Tuve la oportunidad de leer la edición digital (¡sin DRM!) en mi tableta y la presentación es pulcra y fácil de leer, con una tipografía y espaciados muy cómodos; las ilustraciones quedan bien ajustadas y ocupan la página entera. La edición en papel tiene encuadernación en cartoné y está impresa en papel fino procedente de fuentes responsables con un tacto agradable; las ilustraciones ocupan la página completa y son a todo color.
En resumidas cuentas, si estáis buscando una narración corta que os mantenga enganchados durante un par de tardes, si os gustaría leer una historia que su autor definió como «una historia de naves espaciales embrujadas» y si os gusta el suspense y el terror psicológico con sabor a space opera, Nightflyers es una muy buena opción.
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Foto de Casey Horner en Unsplash