Año: 2017
Editorial: Wave Books
Género: Novela corta (¿narrativa?)
Comedia por parte de madre, bizarra por parte de padre
Yo creo que Dios es hombre. Por eso el mundo está como está
Hay personas que tienen que cargar con un familiar enfermo, o con una deuda, o con una mala fama, ya sea injusta o no. Pues bien, yo cargo con una pila de libros pendientes, que no sé si es peor que todo lo anterior. La pila es caprichosa, ingrata y tiene la capacidad de no parar de engordar. Pronto la podré llamar columna, o torre, o montaña. Qué menos que esta odiosa pila me regale de vez en cuando una lectura sorprendente, ¿no? Eso precisamente es Ninfea, de Francis Novoa.
Ninfea es una joven irresistible que habita los karaokes más de moda de Madrid. Todos quieren estar con ella, pasar tiempo a su alrededor, acaparar su atención, casarse con ella. Pero Ninfea, en realidad, no ha venido a nuestro mundo para divertirse; tiene una importante misión que llevar a cabo en lo que dura el mes de enero. Si sale airosa se hará con los favores de sus superiores, que no son otros que los veleidosos dioses del Olimpo.
Pues nos encontramos con una obra que reúne fácilmente varios ingredientes para ser considerada una obra dentro del bizarro —con permiso de Hugo Camacho, precursor e instigador de este subgénero en español—. ¿No me creéis? Ahí van algunas de sus características: un punto de partida absurdo con componente mitológico incluido; una puesta en escena macarra, bestia, que busca faltar como forma de vida; una protagonista adorable a la par que impredecible, algo así como el gremlin bueno y malo al mismo tiempo; un humor más negro que el cenicero de un bingo; y un montón de hechos inexplicables. Todo bien removido, así a lo bruto, nos da lugar a una obra cachonda, divertida y con gran capacidad para pillar al lector en fuera de juego, incluso para sacarlo de sus casillas. Su repertorio humorístico no es el más variado del mundo, pero la obra tiene la virtud de terminar justo antes de que la cosa empiece a repetirse y el invento se vicie. También es algo de agradecer.
Narrada en 1ª persona, a modo de diario, Ninfea es una historia de 31 días que cabe en unas 100 páginas. Su protagonista es como la novela en sí, caótica, rara, tan cautivadora como nociva para aquellos que tengan la desgracia de entrar en su órbita, sarcástica, ácida, juguetona, manipuladora, divertida, demasiado dada a los excesos. Y su vocabulario, el de la prota y el del resto del libro, va en consonancia con todo esto.
De momento vivo en la planta quince de un lujoso edificio en el Paseo de la Castellana. Justo a tres calles de un exclusivo colegio de primaria donde, en abril del año pasado, una profesora, al enterarse de que su marido se apareaba con su hermana, se roció con gasolina el cuerpo y se prendió fuego frente a sus estudiantes, sobreviviendo con quemaduras de primer grado y el rostro desfigurado, pero que luego murió de verdad cuando su hermana la estranguló, muy cabreada ella porque el marido de la profesora no se fue con ninguna de ellas dos, sino con el médico que atendía sus quemaduras.
Apuesta arriesgada
Una de las cosas que más valoro de Ninfea es lo que, mucho me temo, puede hacer que una buena parte de los lectores la lleguen a detestar. Me estoy refiriendo a su atrevida apuesta. Digamos que, sin ser una obra en modo alguno feminista, tampoco es especialmente amable con el público masculino. Incluso podría decir que es, en ocasiones, bastante misándrica. Sin embargo, intuyo que esto tampoco la hace apetecible para algunas lectoras. De modo que, siendo tan bestia, tiene altas posibilidades de cabrear al personal. Es lo que tiene buscar la siempre polémica comicidad del cagarse en todo. Mi recomendación es acercarse a este libro con la sana intención de reír. Y ya. Avisados quedáis.
¿Y qué hay de aquellos hombres que gustan de la danza y que, como los bailarines de ballet, lo hacen muy bien? ¿Acaso en ellos tampoco existe ningún tipo de expresión artística? Por supuesto que existe, pero en la misma medida que en una cobra existe la capacidad de salir de su cesto al son de la flauta. Un hombre podrá pretender muy bien, mediante mucho esfuerzo y con la ayuda primordial de su lado femenino, lograr un cierto parecido con esa habilidad innata de la mujer, pero nunca podrá igualarla y menos superarla.
Hablando de apuestas arriesgadas, a Francis Novoa, autor de Ninfea, se le nota que no es de España. Es divertido e interesante ver cómo interpreta la forma de hablar de los españoles, pero por repetir muchas veces «hostias» y «su puta madre» no se consigue el acento pretendido, y queda antinatural como poco. Esto no es algo necesariamente malo, a mí por lo menos no me parece ofensivo, pero el mal uso de expresiones propias de España o de Madrid hacen que el efecto cómico no quede conseguido, y que en ocasiones parezca hasta un pelín raro.
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Foto del pub: Kamal Hamid