Elia Barceló y los tres pilares de «Alana»

Bosque con trazo rojo

Esta entrada se adhiere a la iniciativa #LeoAutorasOct, que busca visibilizar las obras escritas por mujeres y fomentar su lectura.

«Alana» vio la luz por primera vez en el nº 11 de la revista Elfstone que editaba Santiago G. Soláns, allá por 1994. Veinticinco años después, el relato de Elia Barceló se puede leer en La maga y otros cuentos crueles (Cazador de ratas), con una vigencia que abruma. Es parte de la magia de Barceló, al igual que ocurre con su novela Consecuencias naturales (Crononauta), y también habla un poco del fracaso de una sociedad que, por desgracia, no parece haber avanzado mucho en este último cuarto de siglo.

La actualidad de «Alana» viene dada por tres vertientes que se enlazan para crear una obra sólida y que transmite las ideas de forma muy clara: retellings, feminismo y metaliteratura. En los siguientes párrafos desarrollaré estas cuestiones para ilustrar el modo en que las trabaja Barceló, destripando con ello este magnífico relato que recomendaría que leyerais en cuanto tengáis ocasión.

Un cuento de versiones

En La maga y otros cuentos crueles encontramos un comentario de la propia Barceló tras cada cuento. En el que nos ocupa, la autora comenta qué la empujó a escribir este relato: una obsesión sobre «por qué en el cuento de Caperucita roja, siendo tres mujeres solas, no viven juntas. Nunca se dice si la abuela es la madre o la suegra de la mamá de Caperucita, pero de todas formas es extraño que vivan tan alejadas».

A raíz de esta reflexión surge una nueva historia para dar respuesta a estas preguntas, pero con un cariz totalmente diferente. La protagonista del cuento no es la niña, Bella, sino la madre (que apenas se menciona en el relato original). Ambas viven en una cabaña alejadas del pueblo y de la abuela, entre otras cosas, porque Alana no es una mujer al uso, aspecto que trataré más adelante. Sin embargo, la principal razón para que vivan separadas es la mala relación que existe entre Alana y su madre.

A los diecisiete años sabía lo bastante del mundo como para comprender que su madre era de esas personas que siempre encuentran a alguien que trabaje por ellas, alguien que se contenta, a cambio de una sonrisa y una palabra amable, con hacer la voluntad de otro.

Pero antes de entender la relación entre estos tres personajes y el cuento de Caperucita tenemos que remontarnos al pasado de Alana, cuando regresaba de la guerra y se encontró a un príncipe dormido en un palacio. Efectivamente, Barceló también acude a otros cuentos, en este caso el de La Bella Durmiente, con una vuelta de tuerca que quizá ya no nos sorprende, pero que sabe enlazar muy bien con el resto del relato.

Alana pasa con Florisel unos cuantos y buenos años en los que conciben a Bella. Sin embargo, él no deja de ser un príncipe, y la abuela ve en ello una oportunidad. De esa manera, tanto Florisel como la niña siempre aspiran a más, alejándose de la forma de ser y de ver el mundo de Alana.

El relato comienza cuando Florisel se marcha y la niña le pide un espejo, mientras él le promete que le traerá «una pieza de tela para un vestido de fiesta», una clara alusión a La bella y la bestia. El siguiente giro sucede cuando Bella le pide a su madre permiso para ir a visitar a su abuela, que se ha puesto enferma, y nunca regresa.

Doce días atrás Bella había vuelto de visitar a su abuela diciendo que la vieja estaba muy enferma, que hacía días que no había tenido fuerzas para levantarse y que le había pedido que se quedara a hacerle compañía. Y Alana, como una imbécil, se lo había creído. Le había puesto a Bella una cesta con lo mejor que tenía y la había mandado a casa de la abuela con permiso para quedarse el tiempo que fuera necesario.

En este punto hay también alusiones al lobo, a la caperuza roja, incluso al leñador, de una forma muy original, sobre todo si la comparamos con el cuento primario u otras versiones posteriores.

Sin duda Caperucita Roja, La Bella Durmiente y La bella y la bestia son los cuentos de los que más se nutre «Alana», pero también hay otros, como La Cenicienta y sus hermanastras, encarnadas en «los señores de Montelupo, Beatriz y Rodrigo, los dos hermanos más avarientos, crueles y estúpidos de toda la región»; o también, ya hacia el final, una breve alusión a Blancanieves:

Yo me la imagino como a la niña, pero con el pelo negro. Blanca y dulce, siempre vestida de azul y plata, cantando canciones en su cabaña del bosque, esperando que él vuelva.

Como comentaba en el artículo sobre «Versiones de cuentos: En busca de nuevas historias», en el nº 5 de Windumanoth, los retellings y las versiones de cuentos no son una moda que empezara hace una década (aunque ha tenido un auge notable), sino que es algo intrínseco a la naturaleza de los mismos. Por eso nunca dejan de ser actuales, aunque no todos son capaces de hilarlos tan bien como ha hecho Barceló en este relato.

La maga y otros cuentos cruelesAlana, la mujer rebelde

Podría decirse que los cuentos son solo el traje que reviste este relato. La forma, pero no el fondo. Lo que mueve la trama en sí es el personaje de Alana, su forma de ser, sus decisiones, su pasado y sus inquietudes presentes.

Mientras realiza los quehaceres que requiere su vida apartada, nuestra protagonista rememora hechos pasados que nos sirven para contextualizar el punto en el que se encuentra. Cómo encontró a Florisel, sí, pero también cómo se separó del lado de su madre para ver mundo, cómo se convirtió en escudera y después en guerrera, cómo pasó hambre y vivió las penurias que trae consigo la guerra.

Asistimos a lo que ya se ha convertido en el motivo de la mujer guerrera, fuerte e independiente, solo que Barceló sabe tratarlo para que tenga mucha más enjundia. En primer lugar, porque Alana en el momento presente es esposa y madre, ya no vive como guerrera; y en segundo lugar, porque su condición no impide que caiga presa de otro estereotipo de los cuentos de hadas: el amor romántico.

Nunca había sido capaz de explicarlo, quizá porque ella tampoco lo había comprendido jamás. Desde el momento en que vio a Florisel, aunque entonces pensaba que estaba muerto, supo que toda su vida sería para él. Que era su señor, su amo, su ley; que esas manos pequeñas y pálidas podrían estrujar su corazón hasta el fin de sus días, que de esos labios finos saldría su gozo y su dolor; que le pertenecía en cuerpo y alma».

Así pues, que Florisel se marche causa en Alana una profunda angustia, así como acrecenta el rencor hacia su madre. Pero este hecho hace de ella un personaje mucho más tridimensional, algo que se agudiza cuando incluimos a Bella en la ecuación.

La niña es la fiel representación de que los agentes externos también influyen en el desarrollo y el pensamiento de los infantes, y que estos pueden ser completamente contrarios a los de sus progenitores. En el caso de Bella, su forma de ser y comportarse ante la vida se corresponde mucho más con la de su abuela que con la de su madre, y eso provocará fuertes confrontaciones con Alana.

Otras niñas a su edad sabían hilar, empezaban a tejer, guardaban las cabras, recogían moras, limpiaban el hogar y encendían el fuego, aprendían el difícil arte de la supervivencia, en fin. Bella no. Bella había salido a su abuela y a su padre. No tenía nada de Alana, la guerrera, la única mujer cristiana que había combatido a caballo contra los moros.

De hecho, aunque entendamos las razones de Alana como legítimas, esta también está repitiendo de algún modo el trato de su madre hacia a ella: un gran rechazo por las diferencias tan grandes que existen entre sus modos de enfrentar la vida.

Habríais sido felices si hubiera sido al revés. […] Las mujeres no luchan, madre, no matan osos, no se cargan un hombre a la espalda y van de pueblo en pueblo con él. Eso no puede salir bien.

Además de la crítica a la visión tradicional de la mujer como alguien que vive para el hogar y para los demás, como un agente pasivo de los acontecimientos, hay también una crítica más sutil en cuanto a la maternidad. El cambio de responsabilidades que supone tener una hija; el abandono del estilo de vida de Alana; el seguir siendo, pese a todo, una madre fuera de lo convencional. Lo que Bella le dice a su madre no solo se refiere a su relación con Florisel, sino también a ella misma: su relación no está funcionando porque Alana no es quien debería ser. Y así, todo el peso de la desgracia cae sobre la protagonista y su condición no normativa.

Alana metaliteraria

Si los retellings son la forma y la crítica feminista, el fondo, la metaliteratura, son los cimientos sobre los que se asienta el relato y hacen de este una historia que trasciende el tiempo. Al fin y al cabo, los esquemas antes mencionados ya los hemos visto repetidos, sobre todo en los últimos años. Pero la metaliteratura es algo con lo que jugamos poco y que a Barceló se le da tremendamente bien.

Tras la desaparición de Bella, Alana conoce a un juglar que la acompañará a buscar a su hija a cambio de unas buenas historias que poder contar. Sin embargo, encontraremos que Martín, el juglar, no contará las historias tal y como su compañera se las ha relatado o conforme las hayan vivido por el camino.

—¿Y por qué es él quien la salva a ella?

—Porque a los hombres les gusta pensar que podrían ser héroes y a las mujeres les gusta pensar que podrían ser princesas.

Las referencias metaliterarias enlazan los dos temas anteriores y añaden un matiz más: las historias que triunfan son las que queremos escuchar. ¿Cuántas veces hemos vivido o visto algo que sabemos que habríamos tomado por inverosímil de haberlo leído en un relato o novela? Lo que propone aquí Barceló es bastante similar.

—Pero si con oír lo que pasa a los vecinos, tienen lo mismo de balde.

—Ah, no, no, Alana. Falta algo, ¿no lo ves?

—¿Qué falta?

—Tú misma lo has dicho. La exageración. El que un oso se vuelva dragón y un mozo, príncipe, y una mujer gruñona se convierta en bruja y hechicera.

¿Será que, en el fondo, no queremos vernos reflejados en nuestras propias ficciones? ¿Qué no queremos enfrentarnos a nuestra propia realidad? Siempre se ha dicho que la fantasía y la ciencia ficción son géneros escapistas, ¿pero no lo sería cualquier ficción? Por muy real que sea, siempre hay detalles que no se cuentan, aspectos que se ocultan. Cuando nos basamos en un personaje real, se suele maquillar para que no se reconozca. Hay algo quijotesco en esta visión, en la (no) separación entre realidad y ficción, algo que ya mencionó la propia autora en esta entrevista.

Elia BarcelóPero para mí hay algo mucho más interesante en este planteamiento, y es el hecho de que la realidad transforma las historias y las historias transforman la realidad. Alana es una mujer diferente, pero eso no se verá reflejado en los cuentos que narra Martín, y de esa manera nadie sabrá nunca que lo fue. Y llegaremos a nuestros días y creeremos que, al no haber historias sobre mujeres diferentes, es porque en realidad no las hubo.

Personalmente, lo más reivindicativo y actual de «Alana» es este pensamiento final. Que tenemos que plasmar otras realidades (las de las mujeres, las de personas no cisheteronormativas, las de personas no blancas, las de personas neurodivergentes) para hacer ver al mundo que existen. Y si están triunfando ahora es porque hay un público lo suficientemente numeroso que quiere escucharlas. Un público que vive, precisamente, parte de esa realidad.

Pensaréis que he destripado por completo este relato, pero no es así. ¿Encontrará Alana a su hija? ¿Qué será de ella y Martín? ¿Qué otras alusiones me habré dejado en el tintero? Todavía queda mucho por descubrir y, cuando se puede decir eso de un relato, significa que merece mucho la pena leerlo.

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