Douglas Adams: Guía del autoestopista galáctico

Título original: The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy
Idioma original: Inglés
Año: 1979
Editorial: Anagrama
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable

¿Qué se puede esperar de una trilogía de cuatro libros? ¿Y de una de cinco? Sin duda, esto nos va avisando del humor de este autor desde el minuto uno, ya que preparó la colección como de tres libros, pero, a medida que fue escribiendo, improvisó esta peculiar concepción de trilogía. De momento, solo ha llegado a mis manos el primero, homónimo de la serie misma, y es el que voy a reseñar.

Aunque es considerado dentro de la literatura inglesa como un bestseller –o pestseller como le gustaba decir a un amigo ya fallecido- no es muy conocido en España. Además, en mi opinión, no tiene formato de pestseller. Probablemente, el autor llegó a escribir cinco partes porque la historia merecía la pena ser expandida, ya que solo con Guía del autoestopista galáctico, uno se queda con hambre de conocer más sobre el universo que hay en la cabeza de Adams.

Su forma de escribir, con la que la carcajada espontánea surge a menudo a través de la personificación de objetos, animales y de todo tipo de seres extraterrestres, es uno de los puntos fuertes de la novela. Con un estilo digno de reconocimiento, es uno de esos escritores que, lejos de aburrir con descripciones, gusta de realizar pequeños relatos sobre otras partes del universo, aunque estas constituyan solo tramas secundarias. O, dicho con otras palabras: a este señor le encanta irse por las ramas e incluso a veces se puede pensar que, o se le ha ido la olla, o se ha tomado alguna sustancia ilegal. Sea como fuere, estos desvaríos hacen que el libro sea en sí muy cómico, sin que por ello se pierda el hilo narrativo en ningún momento. Al contrario, más bien consiguen que el lector se meta cada vez más en la historia.

El prólogo del libro dice mucho más de lo que parece. Introduce al lector alegando que la propia Guia del Autoestopista Galáctico es un libro que no solo existe, sino que es famoso en toda la galaxia.

Y entonces, un jueves, casi dos mil años después de que clavaran a un hombre a un madero por decir que, para variar, sería estupendo ser bueno con los demás, una muchacha que se sentaba sola en un pequeño café de Rickmansworth comprendió de pronto lo que había ido mal durante todo el tiempo, y descubrió el medio por el que el mundo podría convertirse en un lugar tranquilo y feliz. Esta vez era cierto, daría resultado y no habría que clavar a nadie a ningún sitio.

Tras esta descripción rápida sobre el ser humano y sus costumbres actuales (en cierta medida degradante pero no menos cierta), se descubre una historia llena de aventuras e imaginación astral. El lector no será el único conmovido y consternado con los sucesos del libro, sino también el personaje principal, Arthur Dent, que no tiene ni idea de lo que le espera esa mañana de jueves y los días posteriores.

Los seres humanos sois muy obvios…

Por cierto, hay una película basada en el libro. Sinceramente, solo recuerdo la primera parte, no sé si porque me quedé dormido… Recuerdo que fue bastante mala. Nada que ver con el libro. Recordad, Don’t Panic, y ¡que no se os olvide tener una toalla cerca mientras lo leéis!

La Guía del autoestopista galáctico tiene varias cosas que decir respecto a las toallas. Dice que una toalla es el objeto de mayor utilidad que puede poseer un autoestopista galáctico. En parte, tiene un gran valor práctico: uno puede envolverse en ella para calentarse mientras viaja por las lunas frías de jaglan Beta; se puede tumbar uno en ella en las refulgentes playas de arena marmórea de Santraginus V, mientras aspira los vapores del mar embriagador; se puede uno tapar con ella mientras duerme bajo las estrellas que arrojan un brillo tan purpúreo sobre el desierto de Kakrafun; se puede usar como vela en una balsa diminuta para navegar por el profundo y lento río Moth; mojada, se puede emplear en la lucha cuerpo a cuerpo; envuelta alrededor de la cabeza, sirve para protegerse de las emanaciones nocivas o para evitar la mirada de la Voraz Bestia Bugblatter de Traal (animal sorprendentemente estúpido, supone que si uno no puede verlo, él tampoco lo ve a uno; es tonto como un cepillo, pero voraz, muy voraz); se puede agitar la toalla en situaciones de peligro como señal de emergencia, y, por supuesto, se puede secar uno con ella si es que aún está lo suficientemente limpia.

Miguel Ángel Mellado Mascaraque

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