Año: 2017
Editorial: Rayo Verde
Género: Vayausteasabé
Más raro que un perr(ay)o verde
La editorial barcelonesa Rayo verde nos tiene acostumbrados a dos cosas. La primera de ellas sería la calidad que caracteriza su catálogo. Falta por aparecer un libro suyo que nos deje decepcionados. Lo segundo que comparten todas sus publicaciones es la rareza. Rayo verde no publica nada que podamos calificar de mainstream. Les gusta la literatura experimental, rompedora, diferente. El libro que hoy nos ocupa, Crónicas del amacrana, del escritor lucense David Monteagudo, mantiene el listón en términos de calidad, pero decir que es raro sería quedarnos muy cortos.
En este segundo párrafo suele ir la sinopsis, pero en este caso ofrecer un resumen del contenido es jodido de coj algo complicado. Veamos. Crónicas del amacrana es, tal vez, una novela de doscientas páginas cuyo epílogo se encuentra a partir de la página 50 y que va acompañada de una serie de ¿anexos?, seguidos a su vez de una segunda parte que comienza en la página 184 y tiene también su propio epílogo. ¿Difícil de entender? Pues eso no es nada, ya que Crónicas del amacrana es (¿también? ¿en cambio?) una colección de relatos de fantasía urbana con cierto parecido de familia pero cuyas tramas son independientes entre sí.
De acuerdo con la primera lectura, en Crónicas del amacrana se nos cuenta la historia de David Walker Barreiro, alter ego, o no, del propio autor. La primera parte, «El amacrana», nos hablaría de su infancia y juventud, de cierto evento traumático vivido en la niñez y del posterior descubrimiento de un secreto en la vida del padre. Los anexos que siguen serían una serie de documentos encontrados tras la muerte del progenitor, y cuya lectura tendría algún tipo de relación causal con la carrera profesional que el protagonista elige, y de la que algo aprendemos en la segunda parte de la novela, titulada «El don de la ubicuidad».
Sí, el recuerdo estaba ahí, y se iba desplegando y enriqueciendo en todos sus detalles, colores, olores y sensaciones, como una floración acelerada y vertiginosa nacida de una minúscula semilla, de aquellas palabras aparentemente absurdas: «tenía cara de chino», «tenía cara de chino»…
Aunque esta primera lectura es posible, ya que hay suficientes pistas para sostenerla, tampoco podemos afirmar con total seguridad que Crónicas del amacrana sea una novela. Monteagudo ha construido adrede una obra ambigua, interpretable a la vez como sucesión de capítulos y como colección de relatos. Además, el tono desenfadado, a menudo incluso macarra, de su narración nos crea la sensación de que todo esto no es más que un inmenso vacile.
Una brillante posible colección de relatos
Comentar la obra como un todo no sería posible sin caer en spoilers, así que paso a reseñar Crónicas del amacrana como si de una antología se tratase. Veremos que la trama de cada relato es de lo más dispar, y sin embargo hay ciertos temas que aparecen una y otra vez. El miedo y el misterio están presentes de distinta forma en cada corte, y la atención suele girar en torno a cómo reaccionamos en situaciones de extrema rareza, cuando ocurre algo que nos saca de nuestra rutinaria comodidad. Decía que se trata de fantasía urbana, y es que las situaciones de partida son de lo más comunes, hasta que aparece un elemento fantástico que lo trastoca todo. En este sentido, la obra de Monteagudo me ha recordado a Starobinets, aunque con algunos detalles que la vuelven algo más campechana.
El primer relato, «El amacrana», nos traslada de vuelta a la niñez para hacernos recordar, no sin cierta nostalgia, cómo vivíamos el miedo entonces. Nos lleva a revivir eso que hemos hecho todos de sentarnos en un círculo a contar historias de terror, así como a volver a experimentar aquellos miedos nocturnos, tal vez infundados, tal vez no. Es también un retrato de ese momento en el que se derrumba la figura del progenitor y de alguna manera aprendemos que nuestros padres son humanos. Se trata de un relato magistralmente ambientado y narrado con muchísima gracia, pero que deja con una sensación de coitus interruptus, porque uno espera que se trate del comienzo de una novela y tal vez la trama se interrumpe de una forma un tanto abrupta, como si fuese más una idea, un esbozo de novela, que un relato.
El segundo corte, «C:\\Rituales_>», una historia sobre la iniciación de un tipo en una secta, fue quizá el que menos disfruté, ya que aún no le había cogido el truco al libro y andaba yo enfrascada en la búsqueda de pistas para determinar si se trataba o no de una novela. (Estas cosas me pasan por negarme a leer los prólogos antes que los libros, ya que la ambigüedad narrativa queda perfectamente explicada en el mismo por Lázaro Covadlo.)
Con el tercer relato, «C:\\El accidente_>», ya me encontraba yo como pez en el agua. En unas pocas páginas y con apenas un esbozo de explicación, Monteagudo construye un relato con una tensión que logra desquiciar y un final fulminante.
«C:\\F.FWD_>», uno de mis favoritos, pone a los personajes en la situación de dos refugiados, forzando al lector a un ejercicio de empatía arrollador. He leído pocas cosas tan acertadamente descorazonadoras, tan capaces de generar agradecimiento por la propia situación y rabia hacia las injusticias que tantos otros padecen. Debería ser lectura obligada para algunos políticos que yo me sé.
«C:\\Carpetas_>» podría ser un relato de terror surrealista, o también una metáfora del mundo empresarial. Perfectamente ejecutado, cómico y desconcertante a un mismo tiempo.
Ésa es una de las cosas que he aprendido con todo esto: que nos dan más miedo las cosas que no son verdad, las que nos imaginamos, porque siempre te parece que será muy terrible y no lo podrás soportar. Pero cuando ocurre de verdad […], pues entonces, ¿cómo lo explicaría?, entonces no tienes miedo: entonces tienes un problema, un problemón, si quieres, pero nada más que eso.
Esta última cita es de «C:\\La_nave_de_cemento_>», el que sin duda ha sido mi favorito. Comienza con un retrato de la rutina de un operario en una fábrica de cartonaje que presenta una cantidad fascinante de detalles (no es casualidad, ya que se trata de la antigua profesión del autor) y deriva, de nuevo, en una especie de terror surrealista aderezado, además, por un narrador desternillante. Absolutamente imprescindible.
El relato final, «El don de la ubicuidad», parece protagonizado por el mismo individuo que «El amacrana» (y digo «parece» porque aparte del nombre no comparten, en apariencia, mucho más) y presenta un mundo distópico (o utópico, según se mire) en el que se ha erradicado el crimen a cambio de un control absoluto de las emociones de la población. Una idea con mucho juego que, de nuevo, da la sensación de ser un comienzo (o una parte) de una novela más que un relato.
En resumen, una lectura muy recomendable si te gusta lo diferente, el terror, la fantasía urbana y el quedar descolocado con un libro entre las manos.