Año: 2017
Editorial: Autopublicado
Género: Novela corta (Misterio)
Valoración: Está bien
Cuando te visitan los fantasmas del pasado
Pues llevaba ya un tiempo sin leer autopublicados, y eso que en la pila de pendientes tenemos un montón. Bueno, a decir verdad, en la pila de pendientes hay de todo. Tanto es así que mucho me temo que no vamos a poder reseñarlo todo antes de la fecha límite de la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2017. Seguiremos informando.
La obra que toca hoy, Esqueletos bajo la lluvia, narra una historia que tiene lugar en el pueblo de San Isidro, un lugar dejado de la mano de Dios. Allí, el sacerdote Ismael Niebuhr recibe la visita de los Calavera, una misteriosa banda de propósitos inciertos. Atormentado por los Calavera y por los recuerdos que estos avivan, Ismael comienza un periplo por San Isidro que le llevará a enfrentarse con sus demonios.
Con una presentación concisa, pero potente (no le quedaba más remedio, es una obra que no llega a las 100 páginas), Esqueletos bajo la lluvia tiene la capacidad de dejar al lector colgado de su historia en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que viene detrás está envuelto en un manto de misterio que, a un mismo tiempo, no deja ver qué está pasando y atrapa. En los últimos tiempos he leído pocos libros con un planteamiento tan atrevido y con una ejecución tan conseguida. Y todo, repito, en unas pocas páginas.
El hombre lo grababa con uno de esos teléfonos inteligentes y la mujer sostenía una tableta hacia Ismael, mostrándole en la pantalla a una persona, envuelta en sombras, cuyo rostro también estaba oculto tras una máscara… La máscara de un mimo.
—Dios mío —murmuró Ismael.
El mimo negó con el dedo índice y escribió algo en su teclado. Un software convirtió de nuevo su texto en sonido:
—¿Dios? No hay Dios.
Y es que Esqueletos bajo la lluvia tiene una primera mitad para enmarcar. Una vez situados, el autor tiene la capacidad de mantener el suspense jugando con la información que poco a poco, con cuentagotas, va dejando. No es posible saber qué ha pasado, qué turba tanto al protagonista, quién le tortura, por qué quiere hacerlo; y lo mejor de todo, es imposible determinar quién es el bueno y quién el malo, si es que acaso no son todos malos. Podría decirse que Christian Nava disfruta teniendo al lector en el alero, calculadamente desorientado y preguntándose, ya no solo por lo que está por venir, sino por el significado de lo que lleva leído. Como ya decía, es al principio donde este halo de misterio tiene mayor fuerza, pero no se pierde en ningún momento. De hecho, se llega a la última página teniendo la sensación de que no se han resuelto los acertijos del todo.
Con un estilo directo, comprensible, que da mayor importancia a la continuidad de los hechos que a la belleza del lenguaje (incluso hay pasajes en los que el autor peca de demasiado simplista), Esqueletos bajo la lluvia se presenta como un libro a leer en dos o tres sentadas, pero, ojo, solo por su corta extensión. No es en absoluto una lectura ligera o de mero entretenimiento. Su temática tan centrada en la culpa, los remordimientos y los fantasmas del pasado, la convierten en una novela que hay que digerir poco a poco. Tampoco es apta para públicos sensibles (ni lo pretende); contiene escenas duras, así como vocabulario blasfemo y atrevido sin pelos en la lengua. No es una película de Tarantino, pero más de uno que yo me sé podría ofenderse. Y eso me gusta.
Esqueletos bajo demasiada presión
Vengo dando la brasa desde el principio de la reseña apuntando lo acertado que es el arranque de Esqueletos bajo la lluvia y lo bien que está su primera mitad. Esto, además de ser un halago, hace que nos preguntemos por ese 50% final. El autor apuesta claramente por la continuidad de la fórmula que tan bien funcionó en los primeros compases: dar pocas pistas, ofrecer la información desordenada o solo de forma parcial y alimentar la intriga. Sin embargo, existen dos factores que han hecho que no terminase de disfrutar de la lectura tanto como hubiera podido. El primero es el malo (cuyo nombre no voy a desvelar aquí para no ser rompepelot spoileador). Nada más que se conoce la verdadera identidad del mismo, se vuelve demasiado débil, pierde autoridad y confianza. Deja de ser ese villano que en un momento llegó a ser: alguien capaz de mantener en vilo al lector y de hacérselas pasar canutas al protagonista.
Entre los escasos feligreses que estaban sentados en los bancos, se multiplicaron las miradas incómodas y los murmullos. El hedor a mirra lo tenía mareado y la luz de las lámparas, que colgaban del techo abovedado dentro del templo, le lastimaba los ojos. Si quería mantener la fachada de normalidad, debía terminar la ceremonia lo antes posible.
El otro problema lo llevé arrastrando desde que empieza el libro, pero no lo noté hasta que el potente efecto del principio no se comenzó a diluir. Se trata de la ambientación. No he llegado a conectar con San Isidro y esto me ha descentrado un poco. El pueblo tiene bastante protagonismo en el sentido de la trama, pero yo no he conseguido situarme; ni siquiera imaginármelo. Por momentos lo veía como un pueblo del norte de México, luego como una aldea de la España rural, más adelante como una población de Estados Unidos… No lo he terminado de ver, lo que no tendría que ser algo demasiado grave, pero si a eso se le suma el estado constante de misterio y falta de información, ha conseguido sacarme varias veces de la historia.
En cualquier caso, esto último es una apreciación personal y además considero que en esta obra lo positivo destaca sobre lo negativo. De modo que les invito a darse una vuelta por San Isidro junto a los fantasmas del párroco Ismael Niebuhr.