Título original: All hail the House Gods
Idioma original: Inglés
Ilustraciones: Manuela Guzmán
Año: 2018
Editorial: Ediciones Vestigio (2020)
Traducción: Diego Cepeda
Género: Novela corta (bizarro)
Alabad a los dioses casa es un libro raro y que pertenece a un género del que tal vez es el único referente y al que podríamos llamar distopía inmobiliaria. Pero mejor no exagerar, de esta fábula del poder y su respectivo contrapeso pueden derivarse otro tipo de conversaciones, que hacen de este libro bizarro una lectura breve y entretenida.
Distopía Inmobiliaria
Alabad nos sitúa temporalmente en un futuro distante, del que no tenemos alguna fecha de referencia. Solo sabemos que en nuestro planeta hubo una serie de conflictos bélicos y políticos que culminaron en la derrota humana, que fue subyugada a los invasores, conocidos en la narración como los dioses casa. Estos, claramente, son casas (y es en serio). Más curioso todavía: son casas de arquitecturas terrestres que gobiernan el mundo bajo sus propias leyes, que se suponen, son el producto de un viejo acuerdo entre los primeros dioses casa y los seres humanos derrotados del tiempo de la guerra. No se explica el porqué de la aparición de estos dioses, o su naturaleza, ¿son dioses creados en la misma Tierra y que se fueron en contra de los humanos?, ¿son entidades alienígenas?, ¿si son entidades alienígenas, por qué tomaron formas de casa?, ¿y si son alienígenas cuya forma natural es la de una casa terrestre?
Nada de eso importa, sin embargo, y esto tal vez pueda ser atribuido a la prosa del autor, que no se disgrega en explicaciones o subtramas que podrían abrir ventanas innecesarias; Alabad a los dioses casa puede leerse como un cuento largo, que propone un efecto y un conflicto fácil de comprender. Nuestro protagonista, es decir, nuestro hombre en la casa, es Kurt. Un tipo como cualquiera, uno más del montón a quien cuya esposa le hace dudar sobre el estado político y real de las cosas, normalizado para él. ¿Qué es lo que tiene tan obnubilado a Kurt? Sencillo, un sistema de poder asentado en sacrificios humanos, que solo beneficia a los dioses casa. En este sistema, las personas no follan o hacen el amor, sino que se «acoplan»; se vive en carpas y la reproducción humana solo tiene sentido para procrear niños y niñas que, en algún momento, tendrán la suerte de ser seleccionados para ser sacrificados a los dioses.
Sin embargo, cada mañana, al salir el sol, un sacrificio debe esperar en el centro del Pasaje a que un grupo de Dioses Casa se reúna frente a los árboles del otro lado. Una vez se han reunido, los Dioses Casa llaman al sacrificio, que camina hacia la muerte para mantener segura nuestra ciudad. Si algún día los Dioses Casa se reúnen frente al Pasaje de la Armonía y su alimento no está listo, nos declararán nuevamente la guerra.
Los bebés son separados al nacer de sus padres por «el colector», quien es el encargado de llevarlos hasta el jardín de los remansos, centro de acopio y lugar que recuerda los centros genéticos de Un mundo feliz de Huxley, sobre todo por cómo a los humanos se les educa por medio de conductismos que les harán propensos a la obediencia en su vida adulta o si son elegidos para cruzar el Pasaje de la Armonía. No se vive para nada más después del acuerdo de paz entre los viejos humanos y los primeros Dioses Casa, que estableció el sacrificio de un niño cada tanto, para saciar el hambre de los amos y evitar la desaparición de toda la especie.
Las casas se apoderan de nosotros
Que una casa se apodere, domine y se coma a una persona es algo que vimos alguna vez, por ejemplo, en Los Simpson; sin embargo, también es algo que podemos entender más fácil después del 2020. Como se dijo antes, los dioses son casas y aunque de esto puedan derivarse metáforas y simbolismos, el autor no se empeña en forzarlas. La de este libro es una lógica más cercana a la de un dibujo animado, en el que una olla puede tener ojos o desarrollar monólogos internos, muy cercana a la del bizarro. Por otro lado y después de observar entrevistas que el autor dio a la editorial colombiana que tradujo su libro, Ediciones Vestigio, podría hablarse de la figura de las casas como símbolos del capitalismo; los lugares propios para que la familia, primera célula de la organización humana en el capitalismo, desarrolle sus formas de vida.
La casa, después de todo, es aquello con que nos hacen soñar desde la escuela y lo que cualquier deportista sueña regalar a su mamá cuando una vez llegue al éxito. En este sentido, el anhelo de posesión de una casa está motivando siempre nuestras acciones, como diablillo normalizador, aunque no nos demos cuenta. Nada que pruebe con mayor evidencia nuestro éxito en el mundo competitivo que una esposa, un par de niños y tal vez un perro y dos gatos, que una casa, materialización de la propiedad privada. Algo que puede entender bien una generación criada con series gringas y maratones de Friends; con la casa termina todo, inicia allí la comedia familiar. Tampoco sobra decir que Alabad a los Dioses Casa puede leerse como crítica distorsionada de la familia y la propiedad sobre los cuerpos humanos. Quien controla el cuerpo ha logrado mucho y esta necesidad de recobrar el control sobre los propios cuerpos es aquello que motiva la rebelión, que solo puede nacer de la voluntad de una mujer para no parir más hijos. La voluntad por el aborto pasa a ser también la voluntad de conformar una guerrilla.
Nosotros, nuestra gente y nuestros hijos, hemos sido esclavizados por los Dioses Casa a través del sistema de sacrificios, que se creó como un tratado de paz. Estamos cansados de traer hijos a este mundo con el único propósito de sacrificarlos. Estamos cansados de ser incapaces de tener nuestros hijos en el hogar.
Convengamos en que pese a que Kurt sea nuestro protagonista, es Katie, su esposa, quien lo mueve hacia la altanería y al cambio. Aunque Kurt sufra como ella del constante castigo del sacrificio de sus hijos, no es su cuerpo el que pare una y otra vez, sin la negación como posibilidad. Katie no quiere ser más la olla que cocina el alimento de los dioses casa y por eso se convierte en la líder de la rebelión. Aquí se introduce el aborto como algo prohibido, como una causal de castigo y como algo que los Dioses Casa y sus aliados humanos en las altas esferas borraron de la historia.
Al cruzar la puerta de nuestra carpa, emocionado por compartir con mi esposa todo lo que había escuchado acerca de los Dioses Casa, pero encontré a Katie en el suelo, llorando en silencio. Sus dientes sujetaban una cáscara de ostra y en la mano le temblaba un gancho metálico para túnicas desenroscado y enderezado; un charco de sangre se derramaba entre sus piernas… Millie nos explicó que, para evitar que otras parejas intentaran poner fin a su ofrenda ante la sociedad, la ciudad decidió dar ejemplo con la muerta y con su desconsolado esposo. Así, una semana después de la muerte de Tess, los Dioses Casa recibieron el primer y, hasta donde sé, único sacrificio doble de la historia: el esposo llevaba a su difunta mujer en los brazos mientras cruzaba el Pasaje de la Armonía en dirección a la boca de un hambriento Dios Casa.
El conflicto de Kurt tendrá sentido como oposición a la voluntad de su esposa; si bien él desea buscar la paz con los invasores por medios más pacíficos (tibios en realidad), que se resumen en el objetivo de hallar Dioses Casa buenos o vegetarianos para convertirlos en aliados; ella, por otro lado, busca una revolución armada y frontal. Lo que viene después puede servir para dar una clase de política y fallidos tratados de paz.
Para finalizar, solo hay que decir que Alabad a los dioses casa es un libro que merece ser leído. Entre otras cosas, también parece un libro escrito para estos tiempos: entretiene, su lectura no tarda mucho y el desarrollo de su trama, cercano al cuento, le permite ser leído de corrido. Es un libro que podría adaptarse al cine para estar en el mismo estante de alquiler de películas como Los tomates asesinos, porque, después de todo, es un libro raro, del que su autor dijo tomar influencia del bizarro para escribirlo. Puede decirse, entonces, que el autor cumplió. Si fuéramos gringos, exclamaríamos what the fuck, al cerrar el libro; qué putas, decimos por acá.
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Foto de Luke Stackpoole en Unsplash