Año: 2017
Editorial: Orciny Press
Género: Inclasificable
Teratoma que toma
Cuando uno se topa con una obra de corte experimental, como Teratoma, parece que algo en su cerebro le sugiriera la fatídica idea de reseñarlo emulando el estilo del autor. En este caso hablamos de literatura, pero tales delirios forman parte de un mal muy extendido que no sólo aqueja a críticos literarios de renombre. Las malas lenguas también lo vinculan a profesores de filosofía, guías de museos o críticos gastronómicos. Se trata del mal del qué calor, qué calor tengo; qué guapa soy y qué tipo tengo. Consiste en querer ser más posmoderno que el posmoderno, o experimentar más (en este caso con el lenguaje) de lo que ya ha experimentado el autor en su obra.
En cuanto al estilo literario, Teratoma se asemejaría a Corpus de Jean-Luc Nancy, a Anti Edipo de Deleuze y Guattari o a la poesía de Chantal Maillard. Así que voy a ir a muerte con el mal del crítico de renombre. Porque sí, porque yo lo valgo. Teratoma condensa a modo de caleidoscopio el reflejo del simulacro en la proyección eidético-espectral (pero también virtual) en que se ha convertido el panegírico del mundo. O quizás: Teratoma muestra los recovecos de un cosmos multi-factorial redefinido por la imposición del idealismo económico-técnico sobre el plano de materialidad y el vertedero psicoanalítico en que ha devenido la madriguera social. Toma que toma, qué guapo soy, que tipo tengo.
El problema con este tipo de textos es que uno nunca está seguro de haberlos entendido. Los criterios que uno tiene para analizar una obra se le caen a pedazos y para ocultar su falta de asideros a veces se recurre a desvaríos como los anteriores. Creo que es una practica desaconsejable. En el caso de Teratoma, yo estoy convencido de que no he entendido casi nada. Por ejemplo, no hay una trama definida. Los diálogos no son naturales ni se distinguen del cuerpo narrativo. Pero no se trata de errores en la articulación del texto. La obra pretende transmitir otra cosa, desplegar otros mecanismos. Presenta una sucesión de imágenes con cierta conexión entre sí en torno a una serie de algo parecido a personajes que siguen algo similar a una trama. ¿Personajes-simulacro? ¿Trama simbólica? ¿Qué quiere transmitir realmente?
Lo más destacable de Teratoma es el ejercicio retórico que despliega y el reto que tal ejercicio supone para el lector. La obra consigue traspasar los límites de la racionalidad, utilizando digresiones inacabables, subordinadas tras subordinadas, o escisiones continuas de significante y significado. Por encima de todo, el elemento que se impone con mayor fuerza es el de la sucesión de imágenes, a través de las que se va dibujando un contexto futurista, violento y deshumanizado.
Los hilos radiantes de la Casa de Alivio estarán moviendo las extremidades de ese Hacendoso Cabrón, le influenciarán y evocarán en él una jugada forzada… Garra de fantasía protagonizada por una mosca de alas bellísimas, aunque ello no impedirá que la membrana se deshaga al aplicarle el mechero, que el escudo del tórax supure al ser agujereado por el alfiler con cabecilla de gota de sebo de perla o que las sensilias chisporroteen al acercarles la brasa de un cigarrillo… Conjugaciones eventuales para el muchacho de arcilla que echará un somero vistazo a Cristina y al que, justo en ese instante y no en otro, le sobrevendrá un calambre parejo en los bíceps. El Hacendoso Cabrón manipulado dejará ir la cuerda, una polea se desbocará, el cáñamo trenzado de la maroma humeará y el piano caerá y aplastará a Cristina.
Acoso y derribo de lo racional
Teratoma no es una obra sencilla. Ni siquiera se trata de una lectura agradable. De hecho, da la impresión de que no está concebida para entretener. Las continúas interpelaciones a los lectores, a los que trata de usted, parece provocarles a la vez que les hace cómplices y responsables de lo que ocurre. Para ser más estrictos, de lo que ocurrirá. Porque el porvenir que dibuja, a modo de oráculo y bajo la forma del futuro simple, es bastante desesperanzador. Toda la trama, por utilizar un arcaísmo que pueda manejar, está dirigida a mostrar una suerte de mapa topográfico del que resulta imposible escabullirse. Utilizando otro arcaísmo, diría que los personajes son a su modo héroes trágicos condenados por su hýbris. Sin embargo, ninguno de estos conceptos, seguramente por la propia estructura de Teratoma, llega a definirse con claridad. La Casa de Alivio es omnipresente pero aparece como en una nebulosa (¿quizás un cáncer, una realidad virtual?). Barcelona, ciudad en la que transcurre la obra, es a la vez ciudad y sucesión deslavazada de entornos. Lo decisivo es siempre el continuo narrativo y ese afán por alcanzar el inconsciente del lector, dejando en un segundo plano la asimilación racional.
En los pantanos secos que antes fueron el estanque de Cagallell, quinientos años posarán sus garras de águila de piedra en los hombros de él, del Limpabotas que de la glotis afónica de la ciudad, donde los bostezos de lo inmediato y utilitario, gateará directamente hasta el esfínter esofágico de las distintas superposiciones posibles: el tendido eléctrico y los conductos del gas y el alcantarillado, la fibra óptica, el tráfico rodado, el tráfico pedestre, la intensidad del alumbrado público, las áreas de incidencia electromagnética, las espacios sin flujo de datos, la orografía y los nodos de telefonía…
Francisco J. Pérez remite en su blog a «varios quistes formados por tipos de tejido narrativo distintos al tejido puramente ficcional que los circunda», vinculando por analogía tales «quistes» al nombre que da título a la obra. En Teratoma convergen entonces elementos insertos en la lectura que ayudarán al potencial lector a comprender, ya sea de manera racional o a través de su subconsciente, el sentido de la obra. Así, menciona el concepto de «esquizoanálisis» o la moderna corriente del «realismo especulativo», que a mí no me resultan del todo ajenos y sí me sirvieron para intuir al menos su trasfondo filosófico. Pero también remite a otros conceptos, obras pictóricas y piezas musicales, que quizás le resulten de utilidad a un lector familiarizado con ellas, como la Extracción de la piedra de la locura de El Bosco —en la imagen—.
En definitiva, se trata de un texto, o más bien de un rizoma transhumanista inmanente… original e innovador, pero también es una obra de difícil lectura. Francisco J. Pérez experimenta y juega con las formas llevando al límite un estilo literario orientado a evocar más que a mostrar, y el disfrute de Teratoma tiene más que ver con la experiencia poética que con la lectura de narrativa comercial al uso, sugiriendo en cualquier caso un futuro descorazonador —y quizás no tan lejano— del que tal vez todos seamos moralmente responsables.