Título original: Market Forces
Idioma original: Inglés
Año: 2004
Editorial: Gigamesh (2006/2020)
Género: Novela (ciencia ficción)
Traducción: Jesús Gómez
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2020
A toñas con el turbocapitalismo
Richard Morgan saltó a la fama, al menos a este lado del Atlántico, gracias a la serie de TV que se hizo sobre una de sus novelas —que ya reseñamos por aquí en su día—: Carbono modificado. En ella ya se veía a las claras la visión crítica de este autor con el capitalismo, y también la tendencia hacia la distopía. Hoy volvemos a traer una muestra de lo que es capaz de mostrarnos este escritor británico. Os presentamos Leyes de mercado.
Ejecutivos al volante del mundo
Sangre, asfalto y la doctrina del shock
Son los modernos gladiadores de las multinacionales, hombres y mujeres dispuestos a defender un contrato en duelos sobre el asfalto. Son las grandes estrellas del circo mediático perfecto en un mundo donde la inversión en conflictos es el nuevo producto financiero ganador.
Richard Morgan extrapola los vientos neoliberales que nos azotan y lleva la globalización hasta las últimas consecuencias. Hipnótica e inapelable, Leyes de mercado se proclama en ambición y resultados la primera gran novela de ciencia ficción del nuevo milenio.
La primera vez que tuve conocimiento del término «turbocapitalismo» fue con el ensayo En el acuario de Facebook, de hace ya unos cuantos añitos —todavía vivía en Madrid y ni se me pasaba por la cabeza que fuera a mudarme de país; ay—. Ahí aprendí que se trataba de una de las fases del neoliberalismo, aquella en el que un mundo regido por las leyes de mercado pasaba absolutamente por encima por de Estados, derechos, leyes e individuos. Una especie de evolución malsana de lo que tenemos hoy en día. Bien, en este libro podemos encontrar las posibles consecuencias de un mundo sumido en el turbocapitalismo y el anarcocapitalismo —otro palabro del ramo, por cierto, aprendido en aquel ensayo de marras—.
¿Qué significa todo esto? Pues que los yuppies y directivos de las grandes corporaciones se convierten en la cima de una pirámide alimenticia brutal y descarnada. El resto del mundo, ese famoso 99%, malvive en zonas acordonadas, guetos donde prima la violencia y la ley de la jungla. Por descontado, los servicios sociales básicos y la justicia han desaparecido, lo que convierte a las ciudades en el territorio de caza de los peces gordos; el lugar perfecto donde campar a sus anchas y dar rienda sus instintos más bajunos.
Chris Faulkner, con ese nombre tan literario, es el protagonista de Leyes de mercado. Él es uno de los malos, de los yuppies criminales que imponen su ley pistolón en mano y a los mandos de un coche tuneado y preparado para dejar fuera de juego a otros como él. Pero Chris no es un villano al uso. Es cierto que puede llegar a hacerse muy odioso, pero se le coge cariño. Es a partir de sus vivencias como conocemos este mundo tan desigual y canalla. Y lo vemos desde arriba del todo, desde el mirador que nos ofrece su posición en la City.
Obviamente, con lo ya expuesto, no hace falta ser un lince que ha estudiado en Oxford para intuir la clara intención crítica de Leyes de Mercado. El autor quiere meternos de lleno en la historia, en este mundo que no se diferencia tanto del nuestro. De hecho, uno de los grandes golpes de efecto de Morgan es no hacernos testigos de un futuro lejano e hiperdesarrollado, sino uno más cercano, donde la tecnología es más avanzada que la de hoy en día, pero no tanto como para verla lejana y fantasiosa. De hecho, no sería raro que alcanzásemos ese nivel en menos de 20 años. ¿Ocurrirá lo mismo con la sociedad? Ahí está el ácido y punzante juego que nos propone Morgan. Y es muy fácil entrar en él.
Puso las noticias en la radio. «Ascensos y nombramientos» empezaba cuando llegó al carril de salida de Elsenham, y pudo oír el tono grave de Liz Linshaw, apenas un ligero deje de las zonas acordonadas en una voz que, pese a todo, sonaba refinada. En televisión vestía como una mezcla de funcionaria y bailarina exótica, y durante los dos últimos años se había hecho un hueco en las páginas de todas las revistas para hombres. Se había convertido en el sueño húmedo de los ejecutivos exigentes y, por aclamación popular, en la reina nacional de los índices de audiencia de la programación matinal.
¿Sutil o brutal?
En un principio, yo habría preferido que el autor se hubiera decantado por ser más sutil a la hora de mostrar los hechos. Quiero decir, está muy bien la crítica, pero considero que esta sería más efectiva si se limitase a mostrarnos lo que hacen los protagonistas —que son casi todos tiburones neoliberatas—. Sus solas acciones y forma de comportarse ya es una crítica en sí y no hace falta recalcarlo con las opiniones del narrador. Además, no veo necesarias algunas de las parrafadas que se marcan ciertos personajes en favor de los servicios sociales y en contra de esquilmar el tercer mundo. Creo que eso ya se ve bastante claro sin tener que ponerlo tan directamente en sus bocas. En fin, que en ocasiones lo he encontrado un poquito demasiado machacón.
Sin embargo, adentrándome en la lectura, me di cuenta de que esta espiral de violencia y sexo —no le falta ni de una cosa ni de otra— es pretendida. Porque es descarado mostrar a los protas matando gente por su propia mano u ocasionando desgracias en países enteros, pero con ello, Richard Morgan nos está queriendo decir que las grandes corporaciones están en manos de psicópatas. Y no solo en su ficción, sino en el mundo en el que vivimos. Vamos, que si no cambian mucho las cosas no falta tanto para que los miembros de la junta directiva de una gran empresa puedan dedicarse a atropellar gente y a volar cabezas.
—¿Crees que nos podemos permitir que se desarrolle el mundo en vías de desarrollo? […] ¿Crees que podríamos permitirnos una África llena de países dirigidos por líderes inteligentes e incorruptibles? ¿O una Latinoamérica capitaneada por hombres como Barranco? Imagínalo un momento: toda la población con enseñanza, seguridad, sanidad, aspiraciones… Derechos para las mujeres, por Dios… No podemos permitírnoslo, Chris; ¿quién se encargaría de absorber el excedente de comida subvencionada? ¿Quién nos fabricaría los zapatos y las camisas? ¿Quién nos suministraría la materia prima y la mano de obra baratas? ¿Quién almacenaría nuestros residuos nucleares y equilibraría nuestras pasadas con el CO2? ¿Quién nos compraría las armas?
De modo que creo que hace ambas cosas a la hora de abordar la crítica: es sutil y brutal al mismo tiempo. Tras haberlo pensado por unos momentos, creo que me parece estupendo.
Voy cerrando. Leyes de mercado es una novela muy bestia que te gustará si lo tuyo son las distopías —no demasiado alejadas de nuestro tiempo—, la violencia y sexo explícitos, y la crítica al neoliberalismo con fondo social. Le han faltado las pandemias castrantes, pero tampoco podemos pedirle tanto a un libro de hace más de 15 años.
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Fotos: Jason Sung. Unsplash