Título original: Red Alert
Idioma original: Inglés
Año: 1958
Editorial: T. V. Boardman
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Vuelve a tocarme el turno en el Mes Kubrick, esta vez para otra obra que, de una forma tal vez distinta a 2001, también resulta bastante complicada de abordar. Estoy hablando de Teléfono rojo. De entrada, el título ya da problemas. La novela original se llamó Alerta roja, título que fue desechado por Kubrick por otro más vistoso: Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Dr Strangelove o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba). En España, muy dados también a cambiar alegremente los títulos de las películas, se la conoce como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, o sólo Teléfono rojo, para los amigos. Rizando el rizo, la primera publicación de esta novela fue bajo el nombre Two Hours to Doom (Dos horas para la perdición). Además, también me encontré con la sorpresa de que la obra original no tenía traducción al castellano, por lo que tuve que sacar paciencia y tiempo para leerla en la lengua en la que Peter George (que para colmo también se cambió el nombre y firmó como ¡¡¡Peter Bryant!!!) la escribió. Espero que nadie se me haya perdido.
Teléfono rojo es la historia de las dos primeras horas de la Tercera Guerra Mundial. Un general estadounidense de los años 50, obsesionado con la amenaza comunista de la URSS, decide lanzar un ataque unilateral sobre territorio enemigo, usando las armas nucleares de la fuerza aérea bajo su mando. Este ataque debería borrar del mapa a la URSS sin posibilidad de represalias en unas dos horas. Sin embargo, lo que desconoce el general es que los rusos guardan un arma secreta que, en caso de ser vencidos, tiene la capacidad de destruir no sólo los Estados Unidos, sino el mundo entero. Esas agónicas dos horas marcarán el destino de la humanidad.
La premisa con la que arranca Teléfono rojo es, como vemos, fascinante y trepidante, sobre todo contando con el momento en el que fue escrita (1958) y filmada (1964): en plena Guerra Fría. Esta idea de inmediatez posiblemente fuera la causante de que el libro no fuera traducido al español. España, por lo menos, se encontraba entonces en un momento raro (por llamarlo de alguna manera), y América Latina no estaba mucho mejor. Es una pena, ya que ahora sí que carecería de sentido un libro cuyo eje central hipotetiza con el enfrentamiento (ahora imposible) entre las dos superpotencias. Una lástima.
Hablando de eje principal, tanto libro como película lo siguen en paralelo y de una forma muy similar. Con una importante y poderosa excepción: mientras que la novela es un drama terrible que se salva en el último suspiro y de chiripa, la película es una comedia bastante cachonda que conduce a la destrucción final y absoluta (de un modo hilarante, además). Lo mejor de todo es que ambas historias, comedia y tragedia, funcionan a la perfección por separado, y también comparándolas entre sí. Esto tiene todavía más mérito teniendo en cuenta que Peter George colaboró con Kubrick para escribir la adaptación de su propia obra. Me imagino a Kubrick diciéndole a George: “Mira, Peter, esta novela que has escrito está muy bien y todo eso, pero creo que le falta encanto. Eso del sufrimiento está pasado de moda y lo que el público quiere es algo un poco más amable. Por cierto, ¿conoces a tu tocayo Peter Sellers?”
No sabemos cómo fue exactamente, pero se pusieron manos a la obra de inmediato, otorgándole todo el protagonismo a un Peter Sellers que interpretó nada más y nada menos que a un oficial de la RAF, al único presidente de los Estados Unidos calvo que se recuerda en pantalla, y al Dr. Strangelove, un misterioso científico nazi con un brazo robótico que asesora a los militares durante esas fatídicas dos horas. Este último, que es quien da nombre a la peli, curiosamente no aparece en el libro (ni nada que se le parezca). Por supuesto, la intención inicial de Kubrick era la misma que la de George: criticar el constante estado de peligro a causa de la amenaza nuclear entre dos potencias que se odian. Sin embargo, el mensaje del director consiguió calar más hondo al utilizar la sátira antes que la crítica directa; la risa mejor que el miedo. Chapó.
Técnicamente hablando, también gana el cineasta de Nueva York. Salta a la vista que Kubrick le dio a su obra todo el brillo que George no fue capaz de darle a la suya. Todavía inmerso en su etapa de cine en blanco y negro, Stanley nos ha dejado una película que, a pesar de su tono socarrón, es soberbia y capaz de despertar admiración con cada plano.
Así, a grandes rasgos, y sorteando la importante cantidad de digresiones y puntos en común entre libro y cinta, nos encontramos con un par de obras que merecen ser tratadas como un todo, como una única criatura de dos cabezas totalmente distintas. Novela y peli se disfrutan tanto unidas como cada una por separado, presentando una satisfactoria experiencia de sabor agridulce y recomendable para, al menos, una vez en la vida.
PD: no he podido resistir a la tentación de colocar aquí el gif pertinente de Los Simpsons, como ya le pasó a mi compañero Ismael con El resplandor.
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