El verano pasado me estrené con Auster y quedé fascinada. La Trilogía de Nueva York me pareció un libro excelente, con niveles de lectura muy interesantes, muchos matices, muy inteligente, me gustó mucho cómo escribía el autor. Pero no he venido aquí a tirarle flores: hace solo un par de semanas que leí Tombuctú, un libro que deja mucho que desear también a muchos niveles.
A grandes rasgos, la novela cuenta la historia de un perro cuyo dueño, vagabundo trotamundos, muere y va a Tombuctú. Así, Míster Bones, el chucho, se queda solo y tiene que hacer frente al mundo de los humanos. Es un perro muy inteligente, pensante y capaz de comprender su situación; en Tombuctú encontramos su visión de la sociedad. Este planteamiento de novela infantil es trasladado a un registro adulto, manteniendo parte de la inocencia (el narrador se posiciona cercano a los pensamientos del perro) pero con una historia tan “dura” como podría esperarse siendo los personajes los que son.
No sé por qué me hice con este libro en su momento en vez de con otro más llamativo, pues aborrezco las historias de animales personificados, pero el hecho es que tras leerlo se ha confirmado mi odio: ni lo disfruté, ni me aportó nada en absoluto. Tombuctú no es más que una lectura entretenida con unas ciertas pretensiones que no me parecieron completas.
Me parece inteligente la decisión de tomar un animal como narrador o personaje principal, aunque no me gusten este tipo de historias reconozco que como idea puede dar mucho de sí. Es más, considero que las memorias de un perrete consciente, su perspectiva de la situación, su manera de contar las cosas (que naturalmente ha de ser distinta) pueden resultar algo caótico y divertido y a la vez iluminador. Pueden. No es el caso: Auster se queda corto. ¿Cuál era el objetivo, dejar claro que los perros tendrían que tener miedo a los restaurantes chinos porque se los pueden comer? Ni siquiera me ha parecido bien dibujada la adoración que siente Míster Bones por Willy Christmas: todo demasiado artificioso. Creo que uno de los principales problemas de Tombuctú es la extensión. La narración comienza y finaliza justo donde ha de hacerlo, y avanza hacia atrás y hacia delante, pero es demasiado limitada. Da la sensación de que es algo que podría dar juego, que resultaría interesante, de tener más páginas. Quizás no sea la palabra adecuada, pero genera un poco de nostalgia pensar en todo lo que podría haber pensado un perro y que no llega a nosotros porque Auster se queda a las puertas.
Paul Auster tiene una narración muy agradable y muy fluida, escribe de manera sencilla, se lee con mucha facilidad y a la vez no resulta simple. Pero es distinto en una novela que intente mantener el tono ligeramente infantil que tiene la base de la que parte: hay que aumentar la simplicidad. Y esto hace daño. No llega a ser una mala escritura, pero sí que es bastante mediocre, como el resto de la historia. Creo que lo más interesante que aporta es el retrato del sueño americano, de la familia americana clásica que nunca es lo que parece… pero es algo tan sumamente trillado que no sé qué se pretende más allá de dar la misma visión de siempre (soy consciente de la fecha de publicación: es un tema arcaico igualmente). Sinceramente, no sé qué estaba pensando el autor a la hora de escribir un libro tan básico. No considero que sea una mala novela, puesto que resulta agradable de leer, pero tampoco buena, puesto que la noto vacía de contenido al realizar el posterior análisis. De ahí que se lleve el Pasable. Es muy probable que lea algo más de Paul Auster pero me iré a algo más seguro y con mejores referencias que una novela sobre un perro.