Año: 2016
Editorial: Autopublicado
Género: Novela
Valoración: Pasable
Vuelvo con más autores independientes y más obras autopublicadas que piden hacerse un hueco. Hoy le toca el turno a Todas las horas mueren.
Dorotea, una joven que huye de su hogar, llega a la pequeña y recóndita aldea de Fontiña. Allí, sola, perdida, con su coche averiado y sin saber qué hacer, conoce a Olivia, una misteriosa anciana que regenta el único café del lugar y de quien se cuenta que fue escritora. Juntas comenzarán una relación que les llevará a conocer rincones insospechados de sus propias personalidades.
Todas las horas mueren es la segunda obra de ficción autopublicada de Miriam Beizana. En esta ocasión, con una novela más corta (en número de páginas, que no en carga dramática y en contenido), la autora vuelve a encarar temas profundos del alma humana, poco amables, duros, como son la incomprensión, el paso del tiempo, el rechazo, las relaciones interpersonales, el amor (y sus cicatrices). A estos le añade otros no menos hirientes como la muerte, el sufrimiento o la opresión por un entorno injusto. Hace falta ser muy valiente para atreverse con semejantes asuntos, sobre todo contando con lo joven que es esta escritora (me recuerda a Los años del coma, de Marisol Torres, escrita ya en la madurez). Tal vez sea esa juventud lo que haya hecho que no le termine de salir bien la apuesta.
El planteamiento de Todas las horas mueren es, aunque complicado por ser quizás demasiado ambicioso, potente como pocos. Si a esto se le suma el uso de una estructura rota que salta en el tiempo sin avisar, nos encontramos con un libro que no se conforma con contar una historia, sino que quiere que la vivamos en primera persona. Sin embargo, la ejecución no termina de estar conseguida del todo. Por un lado, el narrador vuelve a ser omnipresente, llevándose gran parte del protagonismo que le corresponde a Olivia y a Dorotea. Sigue adelantando acontecimientos, dando explicaciones innecesarias, o aportando detalles que podrían mostrarse en las conversaciones. También se permite licencias como juicios de valor. Ya no es igual de opresor que en Marafariña, pero en ocasiones sigue siendo más un estorbo que una ayuda.
Por otro lado, el estilo es todavía mejorable. Esto es algo que me cuesta decir, ya que Miriam Beizana consigue una cosa que me maravilla y me intriga al mismo tiempo: el mensaje termina llegando pese a que las imágenes podrían estar mejor expresadas. La autora es capaz de imprimir una fuerza tal a su relato que las imágenes trascienden a las propias palabras y arrollan al lector. Es un estilo muy peculiar, (diría que casi único), muy poco ortodoxo, que no es estéticamente el mejor pero que resulta efectivo. Puede que las subordinadas no estén escritas con corrección académica o que se haga un lío con las comas, pero es capaz de remover sentimientos como muy pocos lo consiguen. Esto me recuerda (tengo buena memoria hoy) a lo que dijo una vez alguien sobre Lola Flores: no canta, no baila, pero, por lo que más quieran, no se la pierdan. Me pregunto de qué no será capaz esta escritora en el momento que consiga un mayor control del lenguaje.
Reservo un sitio especial para los personajes. Como ya ocurriera en Marafariña, las protagonistas de esta autora son luchadoras incansables que, pese a tenerlo todo en contra y saber que, probablemente, no llegarán a ningún sitio, nunca se rinden. En Todas las horas mueren nos encontramos con una pareja de protagonistas bien asentada y perfilada, destacando una Olivia que bien podría haber salido de una obra de Lorca. Sin embargo, Laura, la mujer que le marcó la vida, es demasiado floja. Resulta complicado para el lector comprender a esta chica, que, aparte de que le han roto la vida de la peor forma posible, está por completo desdibujada. Esto hace que tampoco se entienda bien cómo pudo rajar tan profundamente los sentimientos de Olivia (con una herida que ni el paso de varias décadas ha podido cerrar, y eso que apenas estuvieron juntas unos meses). Laura, y todo lo que la rodea, debería estar mejor trabajado, lo que ayudaría a comprender el inabarcable pesar de Olivia, cosa que, en estos momentos, no termina de ocurrir.
Podría seguir diciendo cosas de esta novela (quién lo diría, con sus ciento y poco páginas), y seguiría moviéndome en esta dualidad acierto/error antes comentada. Así es, con sus luces y sus sombras, Todas las horas mueren, un paso adelante en la carrera de esta joven escritora.