Año: 2016
Editorial: Ediciones En Huida
Género: Novela histórica
Valoración: Está bien
Adondequiera que la historia nos lleve
No sé si lo he dicho antes, que supongo que sí, pero me gustaría leer más novela histórica independiente. Será que lo que pasé tantos años estudiando me tiene que salir por alguna parte. Pero vamos, que sí, que no todo en la vida va a ser narrativa y fantástico, que los libros que tratan la historia son más que bienvenidos, sobre todo aquellos que se refiere a partes tan concretas y menos conocidas como el proceso de expulsión de los judíos en España en 1492, tema que trata Adondequiera que fueres, la obra que critico hoy.
Samuel es un joven judío de Arcos de la Frontera al que le ha tocado vivir los más que convulsos años finales del siglo XV en el sur de la Península Ibérica. Si no fuera bastante con la inestabilidad generada por los cercanos y constantes enfrentamientos entre Castilla y Granada, la escalada de odio contra el pueblo judío no para de crecer. Samuel se verá obligado a abandonar Arcos e incluso a hacerse pasar por cristiano, pero nada parece evitar su terrible destino: el exilio.
Como tantas veces antes, porque me repito más que el Despasito ese, digo aquí que la novela histórica tiene la poderosa obligación de resultar verosímil, no ya solo porque pretende narrar hechos —más o menos— ocurridos en la realidad, sino porque su principal arma es sumergir al lector en la época que trata de reflejar. Y no resulta verosímil, mal vamos. Para ello, es necesaria una poderosa documentación y eso es justo lo que demuestra Manuel Barrera con su Adondequiera que fueres. El autor demuestra amplios conocimientos de personajes históricos, lugares —algunos ya perdidos—, sociedad y costumbres del momento que relata. Y eso que se atreve a meterse en distintas localizaciones durante un periodo de unos 15 años. Pues en ningún momento se tiene la incómoda sensación de «esto aquí no pega».
El estilo del autor también ayuda a crear una ambientación creíble que ayuda a situar al lector desde la primera página. No se muestra como un virtuoso del lenguaje ni se excede con las figuras retóricas —cosa, por otro lado, de agradecer—, pero sí que se afana en sembrar el texto de expresiones y palabras propias de la época. Tal vez los diálogos podrían resultar algo más precisos con la forma de expresarse, pero la tónica general es que Adondequiera que fueres deja en el lector una impresión tardomedieval bastante satisfactoria. Esto también es importante, amigos.
Lo recuerdo tan bien no solo porque justo aquel día cumpliera yo trece años, sino también porque justo aquel mes el conde de Arcos removió el cielo y la tierra de toda la comarca con el propósito de preparar la ciudad de Jerez para la visita de sus majestades y para entregarles, según ya le había prometido en Sevilla a la reina, la plaza.
La temática, tal y como señalaba al principio, es más que sugerente. Son muchas las novelas históricas ambientadas en la Edad Media española, en la mal llamada Reconquista, y en concreto en el reinado de los Reyes Católicos, pero muy pocas se centran en el triste y lamentable episodio de la expulsión de los judíos. Es, además, narrado desde el punto de vista más interesante dramáticamente hablando, esto es, uno de los afectados por semejante barbarie. Resulta muy interesante conocer este ángulo de la historia, menos conocido y más trágico.
La primera regla de la novela histórica es no hablar de la novela histórica
¿Y si todos los ingredientes están cocinados en su punto, satisfaciendo incluso mis gustos personales, a qué viene esta valoración, por qué solo Está bien? Pues, en mi opinión, creo que Adondequiera que fueres peca de querer contar demasiadas cosas en demasiadas pocas páginas. El autor no ha tenido una idea ambiciosa de novela histórica, no tenía por qué hacerlo, pero considero que comprimir gran parte de dos de las décadas más interesantes de la historia de Andalucía en 230 páginas es quedarse corto. Está claro que el foco está puesto en Samuel y su familia, pero sobre todo en él. Sin embargo, lo quiera o no el autor, están pasando otras muchas cosas a su alrededor que merecen más atención; cosas que le terminan afectando. Y hacer un resumen de lo ocurrido no cumple en absoluto con la coherencia de la historia.
Por poner algunos ejemplos de esta poco afortunada elección del tempo, nos encontramos con los asedios de Arcos y de Málaga —especialmente este último— y con una estancia de larga duración en la cárcel. También tenemos una estancia en la Sevilla de finales del siglo XV. Pero, sobre todo, encontramos una buena cantidad de viajes, algunos de ellos transportando oro y/o atravesando fronteras que ríete tú de la valla de Melilla. Estos hechos no pueden resolverse con unas pocas—o ninguna, como ocurre en el caso de los viajes—páginas, necesitan mostrarse con gran detalle, necesitan transportar al lector a esa época y ese momento concreto, pues si no perdemos la gran ventaja de la novela histórica: hacer que posible la ilusión de vivir en otro siglo mientras se tiene el libro en las manos, hacerle viajar sin que sea consciente de que, en realidad, está leyendo. Sin esto, la novela queda coja, no termina de calar tanto como podría, y es una lástima. No digo que esta novela debiera ser un ladrillo a lo Los pilares de la tierra, pero, como mínimo, para el doble de páginas da.
La situación de los judíos no era tampoco buena en el Reino de Granada: éramos pocos y estábamos obligados a pagar la yizia, a llevar señales distintivas en nuestros trajes y a mostrar una actitud humilde ante los musulmanes; ¡más de lo mismo!
Tal vez allí no se respirase un odio tan profundo al converso y al judío como en tierras castellanas, pero desde luego también en Málaga pude constatar la presencia de santones que predicaban desaforada y alarmantemente atizando y previniendo a los demás, aunque no estuviese claro el motivo, en contra de los de nuestra raza.
Por cierto, aviso a amantes y a detractores de sagas: Adondequiera que fueres es la primera parte de una trilogía que pretende mostrar la vida en estos convulsos años de guerras, descubrimientos y expulsiones, desde el punto de vista de las tres grandes religiones que por entonces convivían en la Península Ibérica. Vista la parte judaica, nos falta por ver la cristiana y la musulmana.