Año: 2017
Editorial: Apache
Género: Novela corta (ciencia ficción)
Valoración: Recomendable
La Oficina de Turismo del planeta imposible les da la bienvenida
De tanto en tanto, un escritor irrumpe en el mercado editorial con fuerza, acaparando focos, llevándose premios, publicando varias novelas. Y todo en muy poco tiempo. Podríamos decir que es eso lo que le ha pasado a David Luna Lorenzo, pero me da la sensación que sería quedarse corto. En cuestión de meses ha publicado sus dos primeras novelas, Laberinto Tennen y la que hoy reseñamos, El ojo de Dios, ha participado en varias antologías de relatos, y se ha llevado todos los premios que tenía a tiro: Chrysalis Award, UPC, Domingo Santos e Imperdible, además de haber quedado finalista del Alberto Magno y TerBi. Que se vayan preparando los próximos Ignotus, los Kelvin y… quién sabe qué otros.
Cuando el funcionario imperial Deill Nerv llega al planeta Dagoh para auditar el funcionamiento de la colonia y la explotación de sus ricas fuentes minerales, se encuentra con demasiados asuntos oscuros. Por un lado, los colonos parecen poco dados a colaborar, temerosos de las consecuencias de sus palabras frente a Suyuf, el comandante y gobernador del planeta. Por otro, unos extraños sucesos parecen hacer desaparecer —cuando no llevar a la locura— a los habitantes de Dagoh. Sucesos que podrían estar relacionados con el contacto con una raza de alienígenas inteligentes.
Con un título que inevitablemente nos trae a la mente la genial obra de Larry Niven y Jerry Pournelle, La paja en el ojo de Dios, David Luna nos introduce en una trama interplanetaria, en un claustrofóbico mundo colonizado por los terrícolas en su afán por conseguir nuevas materias primas —lo que, por cierto, también nos recuerda en muchos sentidos a Yabarí, de Lola Robles—. De nuevo, nos damos de bruces con una sociedad que está muy lejos de ser ideal. Encontramos un futuro en el que la opresión, el miedo y la desigualdad mandan, donde la vida del ser humano de a pie no vale nada, donde más te vale mantenerte calladito y seguir las normas. No hay sitio para la evolución en esta historia. La crítica a nuestro mundo actual, por lo tanto, está servida. Y nos encanta.
Pero el planeta Dagoh no solo resulta agobiante por el férreo autoritarismo y la doctrina del miedo imperantes. David Luna ha construido un relato con una atmósfera cargada, casi insoportable, que sumerge al lector en un ambiente represivo y pegajoso, como un sueño febril del que se hace necesario despertar. Lo más curioso de todo es que El ojo de Dios no es un libro que se afane en las descripciones. De hecho, además del intenso calor y la humedad, y las enormes selvas que lo recubren, apenas sabemos nada de las características del planeta Dagoh. Para conseguir este efecto envolvente sin emplear párrafos y párrafos en descripciones, el autor se ayuda de las sensaciones que experimentan los personajes, sobre todo su protagonista. Más que la vista, los sentidos que más aportan a la hora de situar al lector son el olfato, el gusto o el tacto, esos grandes olvidados por la mayor parte de escritores y que, en este caso, son utilizados con gran acierto.
Soy un apestado. Pero esto es una obviedad que conocía desde antes de venir hasta este infierno, así que no me voy a quejar ahora. De hecho, me parece lógico: ninguno de estos tipos duros desea que un auditor imperial olisquee en sus asuntos en busca de supuesta mierda. Y más con todo lo que debe de haber en un sitio como este. Pero en fin, es mi trabajo.
Apretándole (todavía más) las tuercas al lector
Como ya se puede intuir, en El ojo de Dios nos encontramos con una historia dura, inclemente y oscura; un futuro que, viendo de la forma en la que gira nuestro mundo, no parece tan raro ni tan remoto. Por la crudeza —casi podría decirse que crueldad— de la narración podemos clasificar esta novela corta como destinada a un público adulto e inteligente. El estilo adoptado, directo en primera persona, casi como el diario personal del auditor Nerv, da pocas pistas de lo que ocurre y requiere de la concentración del lector para que pueda sacarle todo el jugo. Sin embargo, conociendo que es esta la intención del autor, yo he echado en falta que David Luna terminase de soltarse los grilletes y se lanzase con mayor decisión por un relato todavía más críptico. Creo que podría haber forzado un poco más el oscurantismo, haber retrasado las pistas que realmente daban información, eliminar partes —a veces son pequeñas frases que dicen los personajes— que creo que hacen un poco más evidente lo que está ocurriendo o va a ocurrir. Me hubiera gustado, en definitiva, que el texto terminase de tratar al lector como alguien MUY inteligente y que fuera tan complicado como la historia que tiene entre manos requiere. Cuando digo esto tengo en mente Dune y, sobre todo, Solaris. Ya sé que estaréis pensando que con qué librazos lo estoy comparando, pero es que así veo la proyección de este autor. ¿Por qué no?
De forma automática, me retiro a una esquina al mísero abrigo de los que van de un lado a otro con sus insípidas raciones para llevar, o sus platos de plástico, tan finos que se comban peligrosamente a riesgo de dejar caer la bazofia que contienen. ¿Y dónde está el puñetero Tuerto? Hay muchas mesas ocupadas, con rasgaduras propias de adolescentes dibujando falos, corazones, fechas y nombres que revelan el nivel intelectual de la recua. Los rostros reflejan cansancio, hartazgo. Muestran quemaduras y ojos apagados y labios sin pellejo. Las sonrisas, sin embargo, destellan de cuando en cuando. Seguimos vivos y en el mejor de los peores lugares, parecen indicar.
En fin, otro título que pasa a engrosar la lista de novelas cortas nacionales de calidad y de ciencia ficción. ¿Nos encontramos ante un nuevo boom? No lo sé, pero mientras se mantenga este nivel, que siga la fiesta.