Año: 2017
Editorial: Roca Editorial
Género: Novela (Fantasía)
Los tres triunfos de Jesús Cañadas
Vaya las ganas que tenía de traer la reseña de Las tres muertes de Fermín Salvochea a Libros Prohibidos; más todavía que las de leer la propia novela —y eso que mis contactos de Twitter llevaban semanas hypeando con fuerza—. Así que me dejé llevar y me lancé a por mi primera lectura de Jesús Cañadas, que ya iba tocando. Lo que viene a continuación es un resumen —más o menos extenso— que explica por qué considero que esta decisión fue acertada y por qué más os vale a todos vosotros leerlo también.
En marzo de 1873, recién instaurada la Primera República, Fermín Salvochea tomó posesión del cargo de alcalde de Cádiz. Siguiendo su espíritu anarquista, adoptó una serie de medidas polémicas que le granjearon la simpatía de los pobres al mismo tiempo que la animadversión de las clases pudientes y del clero. Una de esas medidas fue el desahucio del Convento de la Candelaria.
Esto es Historia. El resto de lo que contienen estas páginas podría no serlo.
No es fácil hablar de un libro como este. No cuando aglutina tal cantidad de elementos distintos que funcionan tan bien juntos. Es quizás ese el mayor logro de Las tres muertes de Fermín Salvochea, el saber elegir las piezas correctas y encajarlas a la perfección. Así nos encontramos con un escenario ya de por sí mágico, un momento —a la limón entre 1873 y 1907— duro, pero entrañable, un personaje histórico —Salvochea— real, interesante, carismático y misterioso, los mitos propios —y alguno ajeno— de la ciudad de Cádiz, un circo de los horrores ambulante, una serie de hechos sin explicación, y la fantasía, por supuesto. Si a esto le sumamos que se trata de una historia protagonizada por un grupo de niños intrépidos que consiguen superar sus miedos para encontrar la verdad —algo así como lo mejor de los Goonies, o Stranger Things, pero cañí; porque todo funciona mejor con niños—, da lugar a una obra RE-DON-DA. Primer triunfo.
Y todavía no he empezado con lo bueno. Porque ¡cómo está escrita Las tres muertes de Fermín Salvochea! Un lenguaje preciosista que no deja de ser rápido y efectivo, conducido por la cadencia más apropiada para un libro que, sin alcanzar un ritmo especialmente alto, avanza maravillosamente bien. A lo mejor el secreto es que no contiene ni una mísera línea de paja. Es como un desfile en el que cada carroza es más llamativa que la anterior. Y que no quieres que nunca se acabe. Me he tomado la licencia de poner aquí un símil, animado y contagiado por esta lectura, pero no le hago justicia. Jesús Cañadas hace un despliegue de comparaciones, metáforas, y demás elementos literarios con el que es capaz de crear unas imágenes únicas, vívidas, envolventes e inolvidables. Y esto no es lo que más me ha gustado del estilo desplegado en esta novela, cosa que comentaré más detenidamente a su debido momento.
La mañana estaba soleada pero fresca. Las nubes que lloraron la muerte de Salvochea se habían ido a llorar al siguiente, dejando la ciudad convertida en un arabesco de relente y alientos ateridos. Un sol paliducho brillaba con desgana sin llegar a calentar. Cádiz entera bullía de cuchicheos. Los pescaderos lo comentaban en el Mercado de Abastos mientras encandilaban a las marujas con filigranas de ventrecha. Las violeteras hacían confidencias a sus clientes, volaban los rumores sobre el cuerpo de Salvochea.
Tiene esta obra un aire a La sombra del viento del que no se consigue despegar, y no lo digo como un inconveniente; más al contrario, lo considero su segundo triunfo. Para explicar esto me remito a las pruebas: además de la innegable y comentada calidad literaria, ambas son novelas históricas de misterio, de búsqueda del conocimiento y de viaje a las profundidades de un mal sobrenatural que más vale no perturbar. Además, ambas están protagonizadas por gente muy joven que está descubriendo las costuras del mundo al mismo tiempo que avanzan en su aventura. En La sombra del viento, pese a que no paraba de coquetearse con el mundo paranormal, la parte, digamos, fantástica, no terminaba de imponerse y al final quedaba como un libro 100% realista. Aquí pasa al contrario, hay magia y sucesos extraños muy claros, pero presentados de una forma tan adecuada como interesante. Resulta que el libro está escrito a dos niveles. Por un lado, la parte de los niños en 1907 representa el día a día, el mundo real y sensible, con sus miserias e injusticias. Por otro, la parte de Juaíco en 1873 representa el pasado, la idealización, la fantasía, ese mundo de la imaginación en el que a los pequeños protagonistas les gustaría vivir. La narración intercala uno y otro, de manera que el lector pasa la mayor parte del texto sin saber qué es cierto y qué pertenece al mundo mágico. Y pese a que chirría un poquitín que la parte contada por Juaíco mantenga exactamente la misma voz narrativa que el resto del libro —licencia literaria admitida con reservas, Sr. Cañadas—, este juego de ilusionista es capaz de contentar tanto a amantes de la fantasía como del realismo. Y para los que nos gusta una y otra cosa, es una fiesta. No obstante, y con todo, también hay que decir que tal vez en Las tres muertes de Fermín Salvochea el lector puro de fantasía sea quien quede más satisfecho.
Para acabar esta parte de la crítica, tengo que decir que gran parte del éxito de este libro se debe a sus personajes. Jesús Cañadas ha apostado fuerte por los niños, creando una pandilla de pilluelos de la que si no te enamoras es que no tienes corazón. Esos chavales de 13 años que lo hacen todo juntos desatan en el lector la melancolía de ese tiempo pasado en el que lo más importante en el mundo es la amistad. Es imposible no querer a Sebastián, Pani y Candela —especialmente esta última—, aunque también a Juaíco, que no es un niño precisamente, pero que se le termina cogiendo cariño. Para darles mayor naturalidad, los personajes vienen acompañados con unos diálogos sencillamente perfectos que les hacen humanos y cercanos. Además, y lo adelanto del punto siguiente, resaltan algo que, por lo visto, es muy difícil de conseguir: transmitir con fidelidad la lengua andaluza por escrito.
Homenaje al habla andaluza
El andaluz es considerado un dialecto de la lengua castellana, aunque no son pocos quienes lo consideran lengua criolla. La cuestión es que no se trata de una forma de comunicación escrita, sino hablada. No voy a meterme en el jardín de si esto es justo, necesario o todo lo contrario, pero el andaluz no se escribe porque, entre otras cosas, no tiene una gramática propia. Es una pena, pero, pese a que los argumentos de gente como Vanfunfun suelen seducirme, muchas veces me alegro de que así sea. En fin, a lo que vamos, resulta que no son pocos los que fallan miserablemente intentando reproducir el andaluz por escrito. Es especialmente ridículo aquellos que tratan de transcribirlo fonéticamente, tal cual suena, especialmente quienes no lo conocen. Y no comento aquellos que lo intentan solo para agregar un elemento cómico. No.
Este alegato en favor de las hablas andaluzas viene porque Jesús Cañadas sí lo consigue y, lo mejor de todo, sin recurrir a acortar palabras, usar apóstrofes de otras lenguas, o a poner haches en lugar de jotas. Lo hace utilizando la gramática castellana, pero imprimiéndole el ritmo y el sonido de Andalucía, con el acento de Cádiz. Es cierto que necesita recurrir a las cursivas para aquellas palabras y expresiones únicas de la ciudad —para lo cuál ha incluido un útil glosario—, pero son pequeñas licencias que aportan vida a una escritura elegante y rica, llena de movimiento y color. Y no penséis que solo me estoy refiriendo a los diálogos, en absoluto: cada frase de la narración de Las tres muertes de Fermín Salvochea está escrita decididamente y sin complejos en andaluz; suena a andaluz, se siente en andaluz. Haced la prueba de leerlas en voz alta. Este el mayor homenaje que he visto al habla andaluza en un libro. Y es su tercer y, para mí, más importante triunfo.
El Arco de la Rosa daba a la plaza de la Catedral. El silencio a esa hora daba una jindama gorda. Sus zapatos levantaban un soniquete de canina en los adoquines. La catedral era una silueta negra escondida tras la bruma marina. Hacía pensar en un monstruo que acabase de surgir del mar. Las farolas de gas conjuraban espectros. Juaíco se frotó los brazos para espantar más la jindama que el frío.
Por otro lado, me encanta que este libro transcurra en Cádiz. En España parece que todo lo que se salga de Madrid y Barcelona es provinciano, cutre y cateto. Complejos de país chico y poco avanzado, supongo. Se nos olvida con demasiada facilidad lo rico y antiguo que es nuestro país, la enorme cantidad y variedad de secretos y misterios que lo pueblan. Sin ir más lejos, Cádiz es una de las ciudades más antiguas de la península —si no la que más—. Su historia está sembrada de capítulos relevantes para España, Europa y América, entre sus callejuelas han ocurrido todo tipo de eventos en todas las edades de la humanidad desde el primer milenio a.C. Además es un lugar especial, donde la magia brota desde los adoquines, donde cualquier cosa puede ser cantada y donde tu humor puede morir una tarde de verano, arrastrado por una bofetada de viento abrasador. Otra cosa más, ¿conocéis ese tópico al hablar de una ciudad que dice que es muy bonita y blablabla pero que lo mejor es su gente? Pues en Cádiz, además, es verdad. Gran acierto situar allí la acción, no me cansaré de repetirlo.
Podría seguir diciendo cosas, como la explicación de bastinazo —de verdad que jamás me imaginé que llegaría a leer esto en un libro—, o como la inclusión de elementos fantásticos sacados del imaginario popular, o como la crítica a la violencia machista, o… Os aseguro que me estoy conteniendo. Y, en fin, me prodigo poco en afirmaciones de este tipo, pero tenéis que leer este libro. De nada.
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Foto de Cádiz: Hernán Piñera