Ilustraciones: Marina Vidal
Año: 2020
Editorial: Crononauta
Género: Ciencia ficción
Obra perteneciente a la sección oficial de los premios Guillermo de Baskerville 2020
La nave en la que viajaba Kenichi ha sufrido un accidente, y él parece el único superviviente. Su deriva es también la de una civilización casi extinta que busca un nuevo hogar en las estrellas. Su mensaje de socorro: un pequeño pulso en el vacío.
Isa J. González, una autora ubicua
La última luz de Tralia es uno de los últimos lanzamientos de Crononauta y también la primera novela de Isa J. González, o Isa-Janis, redactora de las revistas especializadas Windumanoth y El peso del aire y administradora del longevo blog literario A través de otro espejo. Una persona muy activa en el mundillo del género fantástico nacional, que actualmente es vocal de la renovada junta de la AEFCFT.
La última luz de Tralia es una novela de ciencia ficción blanda, etiquetable tanto dentro del space opera como del subgénero hopepunk, en auge entre el público actual gracias a autoras como Becky Chambers y su Trilogía de la Peregrina. De acuerdo a los cánones del hopepunk, la novela de Isa J. González aborda el futuro de la Humanidad con una combinación de pesimismo y esperanza, donde hay una proporción ligeramente mayor de la segunda.
Con apenas 149 páginas de texto, es una novela breve, con el público juvenil como objetivo principal. Podríamos decir que, por formato, extensión y desarrollo, Isa J. González ha planteado La última luz de Tralia como una típica novela ligera japonesa, algo plausible si recordamos que es una apasionada experta en la cultura y literatura niponas.
La última luz de Tralia, una novela breve y fugaz
La novela ligera tiene ventajas (rapidez, accesibilidad, amenidad), pero también inconvenientes. Pues, como veremos, La última luz de Tralia esboza un universo literario y un argumento que algunos desearán ver desarrollados con mayor profundidad, en una historia más extensa, que permitiese ahondar en sus personajes y en los acontecimientos del mundo que habitan.
Y es que la obra de Isa J. González se termina demasiado deprisa, como una de esas delicias exóticas y caras, de las que siempre dejan con ganas de más y quedan reservadas para las celebraciones especiales. Es una lectura fugaz, por lo que se recomienda no apurarla.
Personajes de esperanza sobre un trasfondo triste
La última luz de Tralia es una historia de naves generacionales, en la línea de Cánticos de la lejana Tierra, de Arthur C. Clarke (tal vez una de las principales raíces del hopepunk), La nave estelar de Brian W. Aldiss, o La Nave del español Tomás Salvador. Son continuas revisiones de La Odisea, quizás no tan explícitas como aquella curiosidad francojaponesa que fue el anime Ulises XXXI, pero sí compartiendo la idea de la búsqueda de un nuevo hogar para la raza humana. Historias con las que La última luz de Tralia compartirá también el concepto de la anagnórisis.
Resumiendo la trama: Kenichi, el protagonista, procede del planeta Tralia, que su pueblo está evacuando para huir de un fin inminente. Por ello envía una flota de lanzaderas al espacio, en busca de un posible nuevo hogar para los tralianos. La de Kenichi sufrirá un percance, siendo él el único superviviente.
Los tralianos comparten su planeta con los zestianos, homínidos inteligentes de rasgos ictioides y adaptados a la vida acuática. Ambas razas son enemigas inveteradas, y han lanzado sus planes de salvación por separado. Pero Kenichi, rescatado por una nave zestiana, deberá confiar en ellos. Su implicación emocional con sus antiguos rivales irá de la amistad con Eyra, Tyra y Sigrid hasta la relación romántica con Rune, un joven de su edad por el que desarrolla rápidamente una atracción correspondida.
Centrándose en los personajes
La última luz de Tralia no posee un novum realmente innovador (exceptuando la idea de que en Tralia convivan dos especies inteligentes y que ambas emprendan su propia odisea en busca de un nuevo hogar). Por tanto Isa J. González basará su trama en las relaciones entre los personajes, en sus sentimientos y en su manera de abordar la situación extrema de supervivencia a la que se ven expuestos. Asistiremos a la evolución de los protagonistas, en particular de Kenichi y Rune, a través de la relación entre ellos, de las decisiones que deben tomar y de sus reacciones a medida que diferentes verdades van saliendo a la luz.
Es por ello por lo que hacíamos referencia a la anagnórisis, pues un motor de la trama será el conjunto de las sucesivas revelaciones sobre el pasado y el presente de los personajes, de sus motivaciones y de sus razones para tomar decisiones difíciles, que suponen vidas y tensan la convivencia entre los nuevos amigos de las dos razas.
La última luz de Tralia tiene así el atractivo de las historias de enemigos obligados a convivir y colaborar, que acaban descubriendo que es mucho lo que tienen en común y que forjan amistades (en este caso, incluso relaciones más profundas) por encima de las diferencias y rivalidades de sus pueblos. Desde el space opera como Enemigo mío, de Barry B. Longyear, hasta el cine western como Hostiles, de Scott Cooper, es una palanca narrativa que rara vez falla, y que Isa J. González maneja aquí con mucho acierto.
Debería durar más
Este sentimiento de revelación y autodescubrimiento se refuerza en los últimos pasajes de La última luz de Tralia, en la que se incide en ese concepto tan poderoso común a muchas obras de ciencia ficción ambientada en el espacio exterior: el olvido del mundo exacto de origen de la Humanidad, envuelto en una nube de leyendas fundacionales tras milenios de diáspora por el universo.
Y resulta una verdadera lástima que todas estas ideas (el éxodo de tralianos y zestianos, la tensión dramática fruto del cóctel de afectividad, miedos, dudas y lealtades de Kenichi y Rune, las motivaciones de ambas razas, el encuentro de posibles mundos de acogida, el destino de las distintas flotas de exploración…) quede apenas bosquejado, por la severa limitación de espacio que supone su brevedad.
Isa J. González adecua su estilo narrativo y su desarrollo de la trama a esta extensión tan limitada, en lo formal ahorrando adjetivos y subordinadas, y en lo literario centrándose en los personajes y dejando que la trama avance mediante diálogos. En los que, por otra parte, consigue voces diferenciadas y registros creíbles.
Lo que no logra despejar de todo esa sensación de que el formato de novela ligera nos está privando de disfrutar de todas las posibilidades del universo literario de La última luz de Tralia. Como si la idea estuviese solo sugerida.
Hopepunk para las masas
La última luz de Tralia, editada con cariño por Crononauta, gustará sin duda al público juvenil. Tiene personajes con los que empatizar, romance, representación de la diversidad afectiva, un buen retrato de los sentimientos (particularmente de la culpa, mediante el síndrome del superviviente de Kenichi) y una trama más centrada en los protagonistas que en un novum remarcable. Y por supuesto una visión esperanzadora del futuro de la Humanidad, que la vincula con fuerza a las tendencias contemporáneas de la ciencia ficción.
Una primera novela, en resumen, más que meritoria para Isa J. González, una autora a la que seguir.