Laura Ponce: Cosmografía profunda

Ilustraciones: Laura Vicario Vivar
Año: 2015
Editorial: La máquina que hace Ping!
Género: Libro de relatos (ciencia ficción)

Tardé en conocer a Laura Ponce como narradora. Primero supe de la editora ―minuciosa, detallista hasta lo inverosímil: la editora cómplice que cualquiera desearía―; de la directora de la Revista Próxima; de la cabeza pensante detrás de la editorial Ayarmanot. Y esa mujer ya me pareció admirable por su inteligencia y su audacia. A Laura Ponce primero la conocí como promotora literaria en las tertulias de ciencia ficción en Buenos Aires; aunque la verdad fue que la conocí un poco antes, en La Habana, donde me la presentaron como una de las personas que más sabía de ciencia ficción argentina, que más defendía y creía en el género en nuestra región.

Y esta resulta ser la historia de Laura; la historia de una impresionante narradora, de una escritora probadísima, que ha puesto una y otra vez a un lado su carrera literaria para mejor hablar de la de los otros; para recomendarlos, para publicarlos, para corregir sus textos. Por eso, cuando finalmente llegué a conocer a Laura Ponce, la narradora, al leer Cosmografía profunda, mi admiración hacia ella se multiplicó y me embargó un sobrecogimiento ante la evidente injusticia que los lectores y estudiosos de la ciencia ficción hemos estado cometiendo al no otorgarle el lugar de primerísimo orden que merece entre las letras fantásticas en castellano.

Cosmografía profunda. Libros Prohibidos.

Las colonias interestelares

Cosmografía profunda recoge el trabajo de una década entera. Diez relatos en que es visible cuánto se ha vuelto sobre ellos, todo lo que se han pulido y con qué esmerada obsesión se han reescrito; para dar como resultado un libro que es casi perfecto. Una mirada superficial podría hacer pensar que es solo eso: una compilación de cuentos que no tienen mucha relación entre ellos; pero necesario es advertir que se trata solamente de un espejismo, pues hay una cohesión global que los une y que es totalmente premeditada.

Como muy bien ha señalado Teresa López-Pellisa en el prólogo que acompaña la edición española del libro, se pueden perfectamente delimitar dos ejes en esta antología: el de los cuentos de las colonias y el de los de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En el primero predominan los relatos de space opera o los llamados «romances planetarios». Una serie de detalles ―las alusiones a la Estructura, las tipologías de naves interplanetarias― dejan entrever que se está hablando de un mismo universo y, en este, los protagonistas de las historias están muy lejos de la epicidad que se suele relacionar con esta clase de temáticas; son más bien obreros, trabajadores asalariados que cumplen órdenes y que terminan, casi siempre, presenciando la maravilla que el cosmos pone frente a sus, a primera vista, intrascendentes existencias. De este eje me voy a permitir destacar cuatro relatos: «La Lealtad», «Todo es nuevo en Rognar», «La tormenta» y «Sigrid».

A este paso nunca regresaría a casa. A este paso nunca regresaría al enjambre y su pequeña voz nunca volvería a ser parte de ese magnífico murmullo acompasado. Un impulso dispar se propagó a través de su red de conexiones y la IA experimentó algo que podría compararse a la desolación.

El primero, con claras referencias a Robinson Crusoe, hace una velada crítica al antropocentrismo y los afanes expansionistas típicos de los humanos, y termina siendo una hermosa historia de cooperación entre especies y, como su título vaticina, de lealtad. Presenta una estructura bastante clásica, pero el tratamiento del tema se realiza desde un punto de vista muy refrescante.

En «Todo es nuevo en Rognar» también se socavan axiomas antropocéntricos y se usa un motivo que, particularmente, disfruto mucho en el género: la infección como evolución. Es este un relato que ahonda en conceptos biológicos y botánicos de una manera admirablemente rigurosa y al leerlo pensé en cuán estrepitosamente hacía caer los clichés de que, primero, a las autoras no les interesa esa clase de severidad científica y, segundo, los latinoamericanos no estamos intelectualmente preparados para escribir una ciencia ficción de tal dureza. Aunque no faltará el que perniciosamente apunte que la Biología es una ciencia bastante blanda, pero ¿saben qué?, a esos, que mejor vayan a leerse el cuento y ya de paso lean también Las constelaciones oscuras, de otra argentina, Pola Oloixarac, novela a la que este relato me recordaba constantemente.

«La tormenta» es, de todos los cuentos que componen este libro, el que más cerca se encuentra de la cosmogonía mágico-realista y no me parece descabellado pensar que Kamala, la fiesta que se celebra en esta colonia, en que lo sobrenatural se vuelve cotidiano, esté haciendo referencia directa a la Comala de Juan Rulfo.

Azak no sabe por cuánto tiempo llovió, por cuánto tiempo estuvieron parados allí. Cree que fue un periodo de éxtasis, de comunión. Que pudo haber durado horas o días enteros, todo dentro de ese espacio alterno más allá del cual aguardaba el alba. Pero recuerda lo que Valdezarín le dijo después: que con el agua resbalando por su rostro, miró su mano y la vio increíblemente pálida, con la piel arrugada, igual que si hubiera estado mojada por demasiado tiempo. Que sintió el cuerpo helado y los miembros rígidos, igual que si hubiera estado alerta, aferrado a su arma, durante demasiado tiempo. Pero no se movió. Como si hubiera comprendido que de hacerlo alteraría el orden adecuado de las cosas.

Por último, «Sigrid» hace explícita una influencia que se presentía en cada uno de los relatos de las colonias: Solaris de Stanislaw Lem. Sigrid es un planeta diferente de cualquier concepción humana; uno que crea a sus propios seres y tiene una manera muy particular de manifestar el tiempo. Con su novela, Lem ponía en evidencia la incapacidad de los escritores de ciencia ficción de separarse verdaderamente de sus esquemas culturales, e incluso biológicos, para imaginar algo totalmente ajeno. Por eso Solaris, el planeta, desazona; porque es inescrutable y vano todo el empeño que se ponga en traducirlo a conceptos humanos. Los cuentos de Laura Ponce que hablan sobre mundos en exploración e intentonas de colonizaciones poseen este mismo espíritu y se convierten en reflexiones muy humanas sobre nuestros instintos y nuestras limitaciones. Todos ellos, sin embargo, dejan un saldo esperanzador; un calor que se propaga por nuestro pecho al presentir que, terminado el relato, nos hemos quedado junto a los personajes, al borde del horizonte de sucesos y comprobamos que tampoco nosotros sentimos miedo a lo que nos pueda esperar del otro lado.

La distópica Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Una tintura diferente tienen los cuentos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Más cercanos, distópicos y palpables, estos relatos dan fe de la vocación política que ha poseído siempre la ciencia ficción latinoamericana y de la que a Laura no le interesa desligarse. La sombra de las dictaduras los recorre; los temas de la manipulación de la memoria, la división tácita del espacio, que es igualmente la división insondable de las clases, las personas como mercancías o meras herramientas desechables. Son, definitivamente, relatos más cruentos y engranan a la perfección con las manifestaciones que tuvo el ciberpunk en Latinoamérica, que fue más el ciberpunk de la distopía del post-capitalismo derruído y tercermundista, que la catarsis ciberespacial de los yankis.

«A través del avatar» es, de hecho, un cuento indiscutiblemente ciberpunk, que maneja magistralmente todos los códigos del subgénero. He de decir que si bien chilenos, mexicanos y cubanos cultivaron con fervor este subgénero ―que en algunos países de la región llegó a convertirse en un verdadero movimiento literario―, los argentinos lo han practicado más escasamente o de una manera más oblicua, de modo que encontrar este relato fue una grata sorpresa. Laura, en todo caso, lo dota de una profundización y un tratamiento tan estilizado del lenguaje y las imágenes que lo componen, que constituye toda una vuelta de tuerca a algo que para estas alturas podría parecer un tópico.

«El prisionero» y «Paulina», por otra parte, son más explícitos en la relación opresiva de la sociedad recreada por la autora. El primero, sin embargo, a pesar del mundo angustioso que representa y las intertextualidades detectables que establece con la obra de Kafka o de Orwell, es una especie de prólogo a la revolución y a la posibilidad de liberarse. «Paulina» es uno de los más opresivos y angustiantes:

Las filas de vehículos avanzan y vuelven a detenerse frente a los puestos de control. Está oscuro todavía y la llovizna de hace un rato perla los vidrios; dentro del colectivo hace un frío de morirse. Paulina mira la hora en el celular. La seis de la mañana. Va lento el asunto, murmura entre dientes. Tiene ganas de hacer pis. Los golpes en el vidrio la sobresaltan. La puerta se despliega con un chasquido y suben dos guardias armados; al igual que el resto de pasajeros, Paulina se arremanga para que puedan escanearle el código de identificación.

Pero, en general, a pesar de la aspereza de muchos temas que trata, la sensación última que deja el libro no es amarga o desesperanzadora.

Cosmografía profunda es una estancia de muchas ventanas a las que nos asomamos para mirar los mundos que ha imaginado su autora. Es fácil sospechar todo el entramado que subyace y del que solo vemos, como en los icebergs, la punta afilada. El de Laura es un libro que se cierra con el sobrecogimiento de quien ha sido testigo de algo importante y se encuentra, entonces, ante la responsabilidad de contarlo.

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