Editorial: RBA
Género: Novela corta
Valoración: Así sí
Y al fin, por primera vez desde que en Libros Prohibidos nos diera por reseñar clásicos, me permito el placer de traer a mi escritor favorito, el grandísimo Gabriel García Márquez. No va a ser la última, os lo garantizo.
El coronel no tiene quien le escriba fue una obra que leí hace relativamente poco, y que no hizo más que afianzar la opinión que tenía de este genio, recientemente fallecido. Es la historia de la triste espera de un coronel retirado en una aldea de mala muerte. Junto a su mujer asmática, malvive con la doble esperanza de recibir su pensión como veterano de guerra, y de hacer crecer a un gallo de pelea lo suficiente como para poder sacar ganancias en las apuestas.
La soledad frente al olvido bien podría ser el tema principal del libro. Una soledad que trae la angustia con la que vive el matrimonio protagonista. Hace poco que esta pareja de ancianos aceptó el cruel destino que les mantiene apartados de la sociedad. Se encuentran definitivamente solos tras la prematura muerte de su hijo, lo que les lleva a arrinconarse más y más en la oscuridad de su casa, símbolo de resistencia ante un mundo exterior que se muestra demasiado ruidoso, perturbado, deslumbrante e incomprensible. Y a su vez, paradojas del destino, los ancianos se ven dependientes del exterior para sobrevivir, ya sea vendiendo las propiedades que les quedan (incluido el gallo de pelea), o esperando la notificación del gobierno con la pensión, que nunca termina de llegar.
Uno de los principales problemas que se me presentan a la hora de escribir esta reseña es que no sé muy bien si es una novela corta o un relato. Por su extensión, apenas cien páginas, se podría decir que es un relato, pero por la profundidad de los personajes y el delicado momento en que transcurre la acción (sin olvidar el cuidadísimo trasfondo), podríamos estar hablando de algo más complejo. Es decir, que donde la mayoría de autores (yo el primero) necesita cientos y cientos de páginas de desarrollo, García Márquez lo hace posible de forma magistral en apenas cien. Además de Shakespeare, se me ocurren muy pocos escritores capaces de proeza semejante.
Este punto no queda ahí, sino que tiene mucho más recorrido. Dándole vueltas a cómo es posible que tan pocas páginas sean capaces de plasmar tan amplia cantidad de matices, he llegado a la conclusión de que la inmensa mayoría de las cosas que el lector conoce de este libro no están escritas, sino omitidas. Es posible ver qué hacen los personajes, pero es lo que no hacen lo que nos indica qué está ocurriendo en realidad. De este modo, lo impreso sobre el papel es mucho menor a la impresión que queda en la mente del lector. Dicho de otra forma, podría resumirse en que El coronel no tiene quien le escriba es una novela corta de casi cien páginas escritas y, al menos, novecientas omitidas.
Parece fácil, ¿verdad?