Año: 1940
Editorial: Vicens-Vives
Género: Teatro
Valoración: Muy recomendable
¡Jajaja! Esto, perdonadme, Jesús, cómo son las cosas, no he hecho más que terminar de leer esta obra y todavía me estoy riendo. Y esto es lo que ocurre cuando uno se topa con una obra de un autor del calibre de Enrique Jardiel Poncela. Eloísa está debajo de un almendro procede de otro tiempo, más inocente (mucho más, de hecho) que el nuestro, cuando todavía no era de recibo hacer chistes sobre sexo abiertamente, y menos sobre las tablas de un teatro. Tampoco se había dado el pistoletazo de salida a la crítica descarada ni al humor negro sin límites que hoy en día nos invaden (desde Family Guy, me temo). También hay que decir que, habiendo censores eclesiásticofascistas sueltos, no era fácil hablar sobre ciertos temas. Esto obligaba a los autores a buscarse las habichuelas y a recurrir a los más finos recursos de sutil dramaturgo para sacarle la sonrisa al espectador/lector. Y vaya si Jardiel Poncela lo consigue.
La acción discurre en el Madrid de los años 40, pero no se molesta en recrear las miserias de la posguerra. Consta de un prólogo y dos actos, y trata de una historia de amor, al menos eso es lo que creo, ya que más de la mitad del reparto está mal de la cabeza (demostrado), y la otra mitad está camino de la locura. El prólogo se desarrolla en una sala de cine y sirve de presentación de los personajes principales. El primer acto tiene lugar en la habitación de Edgardo, padre de la protagonista, hombre de palabra que lleva 21 años metido en la cama. Y el segundo acto y final, es en casa del protagonista, centro del que parece emanar la demencia de todo el grupo.
Ya sé que recurrir al mal mental es un truco manido para conseguir situaciones chistosas y fáciles, por lo que ya está casi en desuso, pero entiendan al autor: eran otros tiempos. Además, no toda la gracia procede de las insanas ocurrencias de los no-cuerdos, sino que recae en gran parte sobre la agilidad y brillantez de los diálogos, bendita cosa que hoy en día tan poco se estila. No quiero ponerme sentimental, pero es que es cierto: ¡ya no se escriben diálogos como los de antes! En este sentido, mucho me acuerdo de otras obras desternillantes de hace muchas décadas, como Tres sombreros de copa de Mihura, o la inolvidable película protagonizada por Cary Grant, Arsénico por compasión (Arsenic and old lace).
Pero entiendo que leer teatro no es lo mismo que vivir teatro. No sé quién lo dijo, pero en la literatura, el trabajo se hace entre el autor que propone una historia, y el lector que la interpreta. Bien, en el caso del teatro se le añade también a la ecuación el elenco de actores que dan vida a la obra. Por lo tanto, y aun temiendo caer en la redundancia, no es lo mismo leerlo que verlo. Así, recomiendo a todos ir a ver esta obra, o cualquier otra del siempre genial Enrique Jardiel Poncela. No permitamos que el arte del teatro caiga en el olvido. Démosle la oportunidad de hacernos sentir vivos, joviales, jóvenes. Una vez más.